Iba a aprovechar el primer arreón de las muchas campañas electorales que se nos avecinan para dedicar un espacio a otra cosa que no tiene nada que ver. Cuando el programa se pone denso, siempre se agradece algo de publicidad. Aunque solo sea para reacomodar el cojín del sofá. Pero la realidad es absorbente y ayer este periódico publicó que Pedro Duque, ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, encabezará la lista de candidatos al Congreso por Alicante. Los titulares son, sin duda, mucho más fáciles de armar con un astronauta. A las pruebas me remito, ustedes me sabrán perdonar. Y debería ser una gran noticia para todos los alicantinos, incluidos los afines al socialismo, que estemos liderados por un político como Duque. Que es un tipo con los pies en la tierra. Perdón, perdón.
Así, desde lejos, que es la única manera de analizar la política sin miedo a caerse, Duque transmite cierta esperanza en un sector, el que cimenta el progreso de cualquier país, que hasta no hace mucho parecía raptado por el Demogorgon de Stranger Things. Da la impresión de que el ministro ha frenado, en principio, la precariedad de la ciencia, el exilio interior de la investigación y la caída en picado de las universidades, que recibieron el picotazo de una araña radiactiva en Bolonia y acabaron enredadas en su propia tela. Quizá sea solo la sensación que transmite un ramillete de titulares cazados a volapié en las redes sociales, pero uno intuye cierto alivio entre científicos e investigadores cuando Duque surge en la conversación.
La duda que me asalta aquí es la de siempre. Los principales partidos políticos pescan en el mercado exterior cuando se abordan las listas de la circunscripción de Alicante. Puede que sea lo más consecuente en una provincia que vive de los residentes que traspasan sus fronteras. Lo hizo el PP con Trillo y Margallo, lo hace ahora el PSOE con Duque. Alicantino consorte, por cierto. La algazara y la ovación de los socialistas de la provincia se han oído hasta en la Estación Espacial Internacional, que todavía está investigando el origen de tan insospechado sonido. A mí, particularmente, me da igual, porque tengo vocación y sueños de extranjero. Pero los círculos del poder político parecen fichar como el PSG o el Manchester City y, de primeras, los aficionados aplauden la decisión. El problema es que luego los ciudadanos nos comportamos como hinchas del Athletic de Bilbao y exigimos resultados, besos al escudo y amor por la cantera. Y las dos cosas al mismo tiempo no son compatibles.
Para los partidos, es importante consolidar su marca en una provincia de cerca de dos millones de habitantes. Lo que ocurra después, en cuanto a inversiones y responsabilidad, apenas sobrevive a los primeros bostezos de las comisiones y comparecencias parlamentarias. Últimamente, no dejamos de amamantar ministros. Somos así de generosos. Si nos empeñamos en definirnos como la Florida del Mediterráneo, lo lógico es que alberguemos nuestro propio Cabo Cañaveral. Ahora convendría que la siembra diera frutos. Gane las elecciones quien las gane.
@Faroimpostor