MURCIA. Hay varias verdades con respecto a las guerras. Una, la más básica, es que los primeros en morir son los que no se lo esperan; dos, que nunca es imposible que se desencadene una en ningún lugar. Ahora mismo en España no es infrecuente encontrar a todo tipo de personas bien situadas, ya sean académicos, diputados o periodistas, que haciéndose trampas al solitario con el concepto de "legitimidad" abren la puerta a que, en lugar de que rijan unas normas básicas imperfectas como toda norma y unos derechos elementales incuestionables, lo haga la ley del más fuerte. En la última década han caído en esta trampa personas de todo tipo, ideología y condición. Les guía el egoísmo supremo, la antesala del fascismo.
Legitimidad es precisamente la palabra que empleaba el cómic Brechas de Sylvain Runberg y Joan Urgell, publicado en dos volúmenes en la editorial Yermo. En un conflicto del que solo sabemos que se desencadenaba en un país de la Unión Europea, una guerra civil de la que no se conocen las causas caía encima de la población civil, como siempre. Lo único de lo que tenemos certeza es de que tanto los nombres como los paisajes nevados evocan centro y Este de Europa, escenarios como los Balcanes o Ucrania.
Los protagonistas de la historia no estaban plenamente involucrados en la contienda. Eran los enfermos que no podían hacer vida normal por la falta de suministro de medicamentos, o las familias que se veían limitadas para algo tan ordinario como celebrar el cumpleaños de un hijo. Todo esto balo la presencia de una presencia militar que no está claro si es amiga o enemiga o que, a los ojos de un civil escéptico, puede tratarse de ambas cosas a la vez.
Con el desarrollo de la historia lo que nos encontrábamos es cómo los pequeños abusos, las grandes injusticias contingentes en tiempos de guerra y, en fin, todo lo que supone un enfrentamiento civil, iba sembrando las semillas del odio. Runberg destacó cuando presentó el primer tomo que escuchar a Macron hacer discursos sobre la sociedad que no conoce la guerra desde la 1945 le resultaba anómalo. Era un discurso distorsionado desde el punto de vista de los que vivieron los conflictos yugoslavos.
Efectivamente, esas guerras se sucedieron desde 1991 hasta 2002, cuando con la paz de Ohrid quedó definitivamente sellado el último de los conflictos, el de Macedonia. No solo hubo miles de víctimas durante esa década de guerras, también millones de desplazados, refugiados y, posteriormente, emigración. A los locales les quedó la huella imborrable de haber vivido los enfrentamientos en primera persona o carestías insoportables en los flancos de los combates. Todas esas cicatrices perduran y se manifiestan en detalles muy sutiles o escandalosos. Nada que puedan entender los que juguetean irresponsablemente con los enfrentamientos civiles.
Para el autor: "Lo interesante del conflicto en la ex Yugoslavia es que los croatas, los serbios o los bosnios no se odiaban al principio, vivieron en armonía hasta que extremistas de todas las tendencias encendieron varias mechas". Es cierto que a la guerra se llegó como consecuencia del aludido egoísmo supremo de políticos de muy baja calidad con discursos radicales, los que les sirvieron para reunir apoyos en una época de incertidumbre, pero no se debe olvidar que ya existían múltiples cicatrices en la historia de esos pueblos por sus enfrentamientos durante el siglo XX. Aun así, la guerra no era inevitable, fue accidental aunque se puedan enumerar las decisiones de los respectivos líderes y establecer su rango de responsabilidad.
En un contexto similar, en Brechas destacaba una de las protagonistas que vela por la vida de todos sus vecinos. Quizá la excepción más que la norma. Del resto, tenemos los arquetipos más comunes. El que se viene abajo y no puede cargar con la responsabilidad, los oportunistas que sacan partido del conflicto y una especie muy interesante, los que cuando se encuentran en un contexto en el que no impera la ley, se convierten en bestias. Es decir, violadores.
En el segundo tomo, la historia se centra sobre todo en la imposibilidad de huir para los civiles. Los diálogos con los militares que en última instancia tienen que permitir la salida o no de los desplazados recuerdan a las tristemente célebres imágenes de Srebrenica, especialmente cuando dan su palabra de honor de que nada les sucederá a los que se queden custodiados.
Runberg se entrevistó con cooperantes y supervivientes de conflictos. Todas las escenas que fue presentando en esta obra estaban inspiradas en los testimonios que le habían dado. Había Yugoslavia, Ucrania, Siria, Afganistán... Por eso lo más original y significativo es su enfoque. No se trata de introducir ninguna postura con calzador, sino de mostrar los efectos de las guerras, que se repiten en unas y otras independientemente de las causas que las han desatado.
En cuanto al dibujo, la obra de Joan Urgell destacaba por su detallismo. Las viñetas en perspectiva, gracias a su dominio de la acuarela, transmiten esa sensación de inmersión en la historia con el mayor realismo. Aunque la violencia sea contenida durante toda la obra, una amenaza latente, son precisamente las escenas de acción las más logradas. El objetivo de reflejar la fragilidad humana ante las fuerzas destructoras de la guerra es algo que entra por los ojos. Desgraciadamente, una obra así nunca dejará de estar de actualidad.