Acaba agosto con un catálogo de nubes en el escaparate y la habitual sensación de alivio de la que nunca nos acordamos cuando pensamos en las vacaciones. Es el mes en el que los alicantinos caminamos con cuidado y pegados a las paredes como salamandras, en busca de la sombra y de no molestar a los turistas que planean visitar la ciudad desde sus hoteles, que siempre están en otra ciudad. Nos pasamos agosto con esa sensación de ser la persona que transita por las calles y levanta las sospechas de una mujer que va por delante y que aprieta el bolso contra el costado para que no se lo roben. Cuando tan solo volvemos a casa o al trabajo, cuando tan solo venimos del supermercado o del gimnasio. De la cosa funcionarial o burocrática, que es para lo que sirve mayoritariamente Alicante, no, porque este mes se decretan servicios mínimos, como en una huelga de funcionalidad sin piquetes ni esquiroles. Mientras, de la señora del bolso sabemos que solo puede ser turista, porque los residentes extranjeros nos abandonan en cuanto se alargan los días de junio. Antes también podíamos colegir que iban a fotografiar el Paseo de Soto; ahora no sabemos si buscan una oficina de Thomas Cook para poner una denuncia por exceso de aborígenes.
La sensación de vergüenza inocente del bolso aferrado también se produce cada vez que oímos hablar de la exhumación de Franco. Nadie podría imaginar que más de cuarenta años después, aún tenemos al dictador a la sombra y bajo palio. Con toda la expectación levantada, da la impresión de que en Europa nos miran con el rictus torcido de quien blinda su bolso o piensa que los españoles lo dejamos todo para otro día y que preferimos la siesta a retirar los honores a un señor bajito y con bigote. Y tienen razón. Además, nos gusta bailar a contratiempo, porque ahora que se lleva el gris brumoso de la nostalgia entre la extrema derecha continental, es cuando hemos decidido celebrar la verbena de la memoria sin cicatrizar. Es lo que tiene la socialdemocracia española del siglo XXI, que domina los avances sociales que demandan las nuevas generaciones y se lanza a la piscina de la opinión generalizada, aunque luego no sepan arreglar una crisis ni rescindir el concordato con la Santa Sede.
Franco está en el Valle por pereza, porque preferimos llegar a acuerdos pequeños y zanjarlos con una cerveza en un bar antes que discutir los puntos que nos separan hasta llegar a un consenso. Ya lo dijo Rajoy al pactar con Ciudadanos, que se centraría en las cosas en las que coincidían. Justo las que no lo necesitan. No sabemos negociar, no sabemos pactar, no sabemos debatir. Y por eso nos pasamos el guateque en un rincón, organizamos partidos de solteros contra casados y preferimos evitar hablar de fútbol, política y religión en las comidas de Navidad. Nos falta un John McCain en la política nacional. Alguien que, al acabar una campaña en la que ha resultado vencido, se ponga al servicio del ganador y sepa batirse en los despachos por el bien general. Su discurso de aceptación de la victoria de Obama en 2008 fue un deslumbrante ejercicio de sentido de Estado. Pero aquí somos más de dejar que pase agosto, a ver qué nos depara septiembre.
@Faroimpostor