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VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Astronautas y maceteros de la NASA

22/01/2020 - 

Las dos principales polémicas de la última semana tienen que ver con la educación. Una de ellas me entristece considerablemente. La otra me la trae, también considerablemente, al pairo. También ha habido una poderosa enseñanza recibida durante estos días, la de que debemos repensar el ordenamiento urbanístico ante las nuevas condiciones climáticas que se avecinan. Pero eso, como decía el camarero Moustache en Irma la Dulce, es otra historia. La que nos ocupa en esta ocasión es el eterno drama de la educación en España, que siempre viaja a bordo de un paquebote sometido a los vaivenes de borrascas como Gloria. A un lado el adoctrinamiento y al otro el oscurantismo. A un lado el proteccionismo y al otro la pedagogía. A un lado el profesorado y al otro los palos en las ruedas. Y en medio, siempre, desde que una buena idea acabó en una pésima puesta en escena, la de llevar la educación obligatoria hasta el mínimo legal para comenzar a trabajar, los alumnos. Confundidos en ocasiones con muñecos de trapo, en otras, con sardinas a la plancha, con mascotas de circo o con meros valores a futuros de una bolsa de productividad en la que no nos podemos permitir perder todos nuestros ahorros, porque no tenemos más que lo poco que producimos.

Sospecho que la calidad del alumnado español es la misma que cuando yo pasaba el recreo con un bocadillo en la mano y un balón de baloncesto en la otra. Un cinco por ciento de estudiantes brillantes y otro tanto de envases descartables. Los demás, la tropa que se movía entre el suficiente raspado y el notable discontinuo, de los que algunos han llegado a generales y otros se declararon insumisos desde el primer momento. Pese a la bajada generalizada de las exigencias docentes, siempre tendremos astronautas y maceteros de la NASA, como decía mi amigo Benjamín. Esa no es la cuestión. El verdadero asunto está en que uno de los países con la mejor sanidad pública del mundo no es capaz de llegar a un acuerdo de mínimos en todo el Estado para vitaminar la educación pública. De hecho, ni siquiera somos capaces de asumir que la enseñanza debe estar al alcance de todos, desde Infantil hasta los grados universitarios, y que la privada quede solo para quien quiera pagar por un producto específico. Algo que todos comprendemos a la perfección en el ámbito sanitario.

El país que lidera el desmontaje y distribución de órganos para su trasplante apenas sabe distinguir letras y multiplicar por siete en los exámenes de informes como el PISA. De puntuar correctamente un texto o sacar raíces cuadradas, ni hablamos. Quizá es porque todo queda encubierto por los hallazgos y proezas de ese cinco por ciento que siempre ha sido brillante. Quizá porque a un lado y otro de las bancadas del hemiciclo, de cualquier hemiciclo, la educación está considerada como un arma de destrucción masiva de la segunda parte contratante. Y esto, que es lo más intolerable, debe parar en algún momento. Alguna vez tendremos que obligar a los políticos a un gran pacto de Estado que blinde la educación. Abierta, pública, exigente y eficaz. En la que los profesores se ocupen más de transmitir conocimientos que de difundir valores. Porque también hemos olvidado que la otra educación, la que antiguamente se llamaba urbanidad o buenas maneras, debe recaer en los padres. Aquí no se escapa nadie. Todos tenemos la obligación de brindar la mejor enseñanza posible a nuestros hijos y a los de los demás. De lo contrario, apuntalaremos nuestro fracaso como sociedad. Y ya es tan inminente como el calentamiento global.

@Faroimpostor

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