Le voy a contar sobre un monumento poco conocido de Alicante. Se preguntará cómo puede ser eso. Se lo voy a desvelar. Es curioso, ya se lo digo yo. Tuve la suerte de visitarlo hace algunos años y ver por mis propios ojos que sigue en pie y está donde se proyectó que estuviera. También le narraré, como escritor, hechos y acontecimientos históricos que antes narraron cronistas como Enrique Cutillas Bernal o periodistas como Fernando Gil, y que me apetece recuperar de la memoria para compartirlo con usted. Ya verá, todo pasó en esta ciudad, aunque algunos no lo sepan e incluso otros quieran ocultar una circunstancia determinada que pasó con este monumento.
Con el cambio de siglo del XIX al XX se produjeron dos acontecimientos importantes que son protagonistas de esta crónica. Uno de ellos se produjo a partir del 15 de diciembre de 1900 cuando el concejal Martínez Torrejón propuso que el Ayuntamiento autorizara el traslado de la Santa Faz a la Colegial para celebrar el primer día del siglo con una solemne celebración religiosa, con el compromiso de devolver “el adorado lienzo” a su santuario el 2 de enero. Todas las fuerzas políticas representadas en el Ayuntamiento de Alicante estuvieron de acuerdo y así se hizo.
Aprovechando la venida de la Santa Faz se produjo el segundo acontecimiento mencionado. Así, una parte importante de la ciudadanía alicantina quiso celebrar la llegada del nuevo siglo con otro acontecimiento singular que fuera recordado por las generaciones venideras como un hecho realizado por todos para conmemorar un acontecimiento colectivo. Y así se pusieron manos a la obra, nunca mejor dicho.
Ya verá a qué me refiero. Aquellos alicantinos querían empezar el nuevo siglo con buen pie y una manera de hacerlo era invocar a Dios con un monumento digno para la ocasión. Esta propuesta tuvo repercusión en medios escritos. En el Semanario Católico de 13 de octubre de 1900 se proponía que se diera la bienvenida al nuevo siglo con la construcción de una cruz monumental de hierro que se instalase en lo alto del Cerro de San Julián. Como pasa a veces, los deseos son unos y los hechos son otros, y en este caso ni fue de hierro, ni se instaló en ese cerro. Pero deje que se lo cuente paso por paso.
Para poner las bases de este proyecto, un grupo de alicantinos tomaron esta iniciativa como propia. Entre ellos, Alberto J. de Thous Moncho animaba a la ciudadanía con palabras en la que manifestaba que “Alicante, como todo pueblo culto, debe solemnizar la despedida del siglo que nos deja (…) y preparar digno recibimiento al nuevo siglo que alborea (…)”, con la instalación de “una grande y hermosa cruz de hierro en el vértice del monte, que perpetuaría grata y dulcísima memoria”.