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Y así, sin más

Por qué todos somos un poco el diablo que se viste de Prada

ALICANTE. Diría que escribir es uno de los trabajos más solitarios que hay –a la vez que infravalorado–. Siempre tú con tus pensamientos, que a veces son cuchillos afilados y se relacionan mucho con nuestra realidad diaria. A mí me han llamado vago, que me pusiera a trabajar y muchas cosas más que me quedarán por recibir. Creo que hay mucha gente que no termina de entender qué es dedicarse a crear algo. 

Pueden querer entenderlo, pero no saben lo que significa porque solo se ve cuando enseñamos hacia afuera, pero la realidad es que en este trabajo muchas cosas se hacen con vistas a un patio luces. Lo mismo sucede con la moda, que a pesar de ser una de las industrias más deseadas por algunos, la otra mitad de la sociedad no entiende qué hacemos. Tampoco pretendo yo explicarlo, no me tomo tan enserio. Tengo claro que no estamos encontrando la cura contra el cáncer.

El sábado pasado me tragué durante hora y media una de las películas creo que más admiradas por el público y a la vez eternas para la crítica. Diría que con ella se dejó abierta la puerta hacia una realidad de la moda y a entender qué pasaba entre las bambalinas del estilo, qué había en el trasfondo del altillo. Grace Coddington, la mítica directora de arte del Vogue estadounidense, dijo de ella varios años de fama después del estreno que “ya estábamos [la gente que se dedicaba a la moda] un poco hartitos de que se nos comparara siempre con ella”. 

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