Me la estoy jugando, no sé si por el título cuasi blasfemo o por la apuesta arriesgada. Ya lo dejé escrito en una primera instancia, en un momento en el que Carlos Mazón empezó a urdir su propia reconstrucción, asistiendo como candidato de una moción de censura contra sí mismo, permítanme profanar la columna de Ignacio Camacho en la que aseguraba a primeros de noviembre de 2024 que en la primera comparecencia del president en las Cortes Valencianas, actuaba como si su alter ego hubiese dimitido y él fuera un nuevo jefe del Consell a los mandos.
Con el paso del tiempo, ese resurgir de las cenizas como el ave fénix fue truncandose, como si el renacer del ave majestuosa fuera pasto de sus propias llamas. Sin embargo, en el momento actual, cuando sus acólitos están procesionando por la ciudad de la justicia más que los nazarenos por las ciudades, Carlos Mazón resiste, y lo hace imbuido por un ambiente en el que el silencio permanece como dueño absoluto del relato sin que las palabras le esclavicen.
Nadie dice una palabra de más, la trama se desarrolla como una serie torpe en la que a los guionistas se les ha olvidado resolver una de las subtramas abiertas entre las bambalinas de las intrahistorias. Se habló mucho al principio de Maribel Villaplana, la periodista que acompañó a Carlos Mazón en la famosa comida en un restaurante de Valencia (desde aquí aprovecho para pedir respeto a El Ventorro y a sus familiares).
Sin embargo, tras lo ocurrido, a excepción de una entrevista en el Diario As, nada se ha sabido de ella, no ha contado su versión de los hechos salvo un pequeño suspiro en el diario ABC. Se guarda un sigiloso silencio en el velatorio del alma política de Carlos Mazón. Cuerpo, al que velan a la espera de que salga del sepulcral celo y se rehabilite como persona y como dirigente. Con el acuerdo firmado con Vox para los presupuestos de la Generalitat se dió un primer paso, una señal profética de que estaba muy vivo.
En un principio, todo parecía una huida hacia delante, pero en un giro de guion de esos propios de las series que te dejan con ciertas incógnitas de una trama mal resuelta pero que con esos golpes de efecto consiguen que se te olviden, el Partido Popular respaldó a Mazón sumándose al carro del diálogo con la extrema derecha, cerraron filas en torno al president. Si la izquierda todavía sigue de sobremesa en El Ventorro, la derecha se está tomando unos meses de asueto en el Parador de Teruel.
Cuando piden explicaciones a alguien del PSOE, reservan una mesa en el mesón valenciano, cuando se las piden a los del PP, se afanan rápidamente en pedir una habitación en el hotel estatal; propongo seriamente inaugurar una ruta turística con los lugares de recreo preferidos por nuestros políticos.
Carlos Mazón será el candidato de 2027 por mera lógica protocolaria y costumbrista. Hay una ley no escrita en el PP que da galones legítimos a los presidentes en ejercicio. Pese a pacto en contrario en caso de dimisión, como le sucedió a Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid en abril de 2018, no se hecho la cama a ningún dirigente. Si con todo lo que ha pasado, y creo que ya ha pasado lo peor, Mazón sigue siendo el presidente de la Generalitat Valenciana, dudo mucho que su partido se atreva a moverle la silla en 2027 salvo que le fuercen a dimitir.
Si en 2026 continúa al frente del Consell dudo mucho que hagan algún movimiento brusco que pueda minar las opciones de cara a las elecciones. Además, al PP en la Comunidad Valenciana le ocurre lo mismo que al PSOE a nivel nacional, que seguirá gobernando no por su astucia sino por la ineptitud de los de enfrente. No hay más que ver el entusiasmo silencioso de los militantes socialistas al escuchar hablar a Diana Morant, le brindan aplausos tan cerrados que ni siquiera ella los escucha; vítores con cancelación de ruido, chismes de la modernidad.
Es factible que Mazón sea el candidato en 2027, porque las alternativas propuestas por la izquierda no son mucho mejores, y en España a veces preferimos lo malo conocido que lo bueno por conocer.