Opinión

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Sísifo en un pasillo del hospital

Publicado: 16/04/2025 ·06:00
Actualizado: 16/04/2025 · 06:00
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La veo a contraluz, avanzando por el pasillo de suelo ajedrezado del hospital. Apenas consigue arrastrar los pies, casi ajena a lo que le rodea. Avanza entre desconocidos como yo, que esperamos por uno u otro motivo fuera de las habitaciones. La mayoría aprovecha para consultar el teléfono, para dar parte a la familia, para respirar hondo. En mi caso, para asomarme a la ventana que da al Benacantil. Nunca damos la suficiente importancia a las ventanas como vía de escape de la realidad. Asomarme a la ventana, decía, mirar lejos, volver a estar atento a cualquier movimiento. Y, es lo que me empujó a este oficio, tratar de invisibilizarme para observar el ajetreo, para registrar sensaciones, para alimentar una columna como esta. Me alejo de la ventana otra vez y es entonces cuando la veo. A contraluz. Camina bajo el peso de millones de milibares. Sísifo en un tramo llano que no le sirve para descansar.

 

Es alta, viste de azul y tiene el pelo largo, recogido en una coleta. Va despacio, casi midiendo la longitud del pasillo a pasos cortos, lo que desde fuera da cierta sensación de tarea infinita, Sísifo otra vez. Sobre todo, cuando me rebasa y se encamina hacia el otro lado del hospital, un tramo mucho más largo del que acaba de recorrer. Tanto, que con las luces que se entrecruzan de ventanas, de interiores, de los cruces y de la gente misma, parecen difuminarse como una carretera en la niebla, como el plano desenfocado de una calle de ciudad vista a través del parabrisas llovido de un taxi. Como todo junto. La muchacha, porque es joven, demasiado para tanta fatiga, mantiene, pese a todo, la cabeza erguida, en un gesto que se parece al de Jacques Tati en su papel de Monsieur Hulot. Sortea a los familiares de los rincones, el puesto de las enfermeras, el traqueteo de camillas. Sortea casi la vida misma y tuerce hacia los ascensores. Y desaparece.

 

La vuelvo a ver al día siguiente. Algo ha cambiado en su forma de andar, un poco más dinámica que el día anterior. Mucho más decidida que el día anterior. Pero con la tez tan pálida y el gesto tan serio como el día anterior. En esta ocasión, se dirige hacia la ventana desde la que se ve el Castillo, que apenas se vislumbra tras una nube baja, quizá una niebla densa y perezosa. De momento, duda, comprueba unas notas, se gira y se detiene junto a mí. Tiene el pelo recogido en la misma coleta que ayer. De cerca parece mucho más alta. Y viste la misma bata azul de médico que ayer. Después de informarme, de atenderme con paciencia, de contestar todas las preguntas que vierten mi nervios y de tranquilizarme, detecto el cansancio en sus ojos. Trata de descansar, le digo. No puedo, responde, aún me quedan horas de guardia. Y tengo que cubrir alguna más mañana.

 

Mientras se aleja, pienso en que, según Esquilo, Sísifo fue castigado por encadenar a la Muerte. Pero no se me ocurre nada que pueda haber cometido ninguno de los colectivos sanitarios públicos para padecer una precariedad laboral así cuando intentan encadenarnos a la vida.

 

@Faroimpostor

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