Opinión

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Empresarios, no seáis parte del problema

Publicado: 16/12/2025 ·06:00
Actualizado: 16/12/2025 · 06:00
  • Vicente Lafuente.
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Quedé con un amigo que es dirigente de una institución. Al llegar al edificio, en recepción me miraron con aire descreído, escépticos de los motivos de mi visita. Tras unos minutos, hicieron venir al subalterno de mi colega. Al llegar me preguntó quién era y qué quería. Un tercer grado en una zona en la que creía de confort; más controles que en la visita oficial a Corea del Norte. Mi amigo le soliviantó y le dijo que le esperara en su despacho. Como hijo de militar que ha servido en las Fuerzas Especiales, me senté en el primer asiento que miraba directamente a la puerta para controlar la sala. Minutos después, cuando todavía me estaba acomodando, el subordinado en cuestión me invitó a que me cambiara de sitio avisando de que su jefe se solía sentar allí. Mi subconsciente pensó: "Menudo alboroto por una puta silla", con perdón. Silencié a mi conciencia rebelándome contra Freud y me cambié a la butaca de al lado. Menos mal que venía a ver a un amigo, no sé qué habría ocurrido si me hubiese invitado un antagonista.

Esa desconfianza ambiental es latente en todo ecosistema político-institucional. Es normal. Si antes todo el que ocupaba un cargo de responsabilidad corría el riesgo de que le hicieran la cama, ahora esa cama es hecha por una legión de camareras de piso para echarte de la habitación. Se cumple la máxima de que toda precaución es poca, sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en un mundo acorralado por el relativismo en el que a veces los amigos no son más que circunstanciales y esa amistad puede desvanecerse en cuanto cambien los intereses. Fraternidad diezmada también por una polarización que ha convertido a los diferentes actores en rivales.

 

Enfrentamientos que han llegado al mundo empresarial. Llevan ya tiempo fraguándose. De hecho, siempre me han llamado la atención los piques entre el asociacionismo. No sé de qué me sorprendo si hasta en una librería hay recelos entre los dependientes. De la guerra de mandiles a la de corbatas solo hay un paso. No nos fiamos unos de otros, la mirada del bien común la ha cegado la de las aspiraciones de controlarlo todo. Ya escribió Tom Wolfe en La Hoguera de las Vanidades (Anagrama) que tener dinero no servía de nada si no controlabas antes lo que querías comprar. Así, en la sociedad del capital, lo que más anhelan los que mandan es hacerse dueño de facto de entidades. El poder y las filias políticas están contaminando todo, subiendo la marea y el oleaje de instituciones que antes eran una balsa; lo intentan con el poder judicial y quieren hacerlo también con el sector empresarial.

 

Si algo caracterizaba antes a los empresarios es que no eran parte del problema, más todo lo contrario, eran parte elemental de la solución. Ahora esas desconfianzas íntimas en sus equipos están generando que esas inestabilidades sean una amenaza para ellos mismos y para los demás. Miedos provocados por la invocación de los fantasmas de las ambiciones; demonios que les turban su propia conciencia plasmando esa inquietud de que les hagan la cama desde algunos poderes fácticos.

 

La ciudadanía anhela estabilidad, confianza en las instituciones, sean privadas o públicas. No es casualidad que la gente cada vez esté abrazando más las religiones o casándose cuando el matrimonio parecía una institución anticuada y que producía alergia a los snobs. A falta de que los dirigentes nos den certezas, las buscamos en nuestra vida personal y espiritual.

 

Empresarios, no seáis parte del problema, sed lo que habéis sido siempre: la solución.

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