Opinión

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VALS PARA HORMIGAS

El Mediterráneo es una oficina

Publicado: 02/07/2025 ·06:00
Actualizado: 11/07/2025 · 16:07
  • Panorámica de la playa de El Postiguet, en Alicante.
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La aventura empezaba dos horas después del desayuno, para evitar cortes de digestión. Y consistía en correr hacia la orilla como un golden retriever sin collar, tratar de mantenerse sobre la superficie del agua como un guijarro lanzado al río y romper el frío con una andanada de ganas de vivir. Aún no estábamos pulidos por el tiempo, como el guijarro, por lo que siempre se nos escapaba un grito al zambullir nuestro cuerpo de niño, de adolescente, entre las olas del Mediterráneo de verano. La recompensa estaba en el lecho marino, donde no había que dar explicaciones a nadie, donde ningún grito coartaba nuestra libertad, donde no había más que remover un poco de arena para encontrar las antípodas, si se deseaba. Bucear era, en realidad, un viaje al universo más remoto, como usar el ascensor era teletransportarse entre naves espaciales, como ver una película era vivirla, en realidad. Fuera del agua, sobre la arena en llamas, quedaban las miradas reprobatorias de las madres, que eran efímeras, y las de las niñas con coleta, que eran eternas.

La vida me fue alejando de las arenas de playa y me condujo a la roca de cala, donde se convive con cangrejos, sarpas y sargos. El pasado sábado, pensé en los chapuzones de mi adolescencia cuando entré en el agua como quien entra en la cocina para picar algo. Con hambre, pero sin sobresaltos. Sin gritos, sin encogimientos en el estómago, como quien cae en el sofá para ver si coge el sueño después de comer. Bucear sigue convirtiéndote en un Nemo sin escafandra, pero zambullirse ya no tiene magia, es timbrar legajos, pasar las páginas de una revista en el dentista, apoyarse en una valla a contemplar la evolución de una obra. Una rutina tan tibia como la propia agua del mar y aún peor, un mal presagio y un cargo de conciencia que nos hemos empeñado en convertir en irreversible.

Queda la esperanza, que no está en el fondo del mar, como en la caja de Pandora, ni tampoco en las grandes reuniones internacionales como la que ahora se celebra en Sevilla, acogotadas por el desdén de los gobiernos en general y el desprecio de los más contaminantes en particular. Leo que han descubierto que una bacteria se come el plástico y lo vomita con la fórmula del paracetamol. Leo que uno de los integrantes del equipo español de baloncesto 3X3, reciente campeón del mundo, recicla redes que rescata del océano para convertirlas en material deportivo. Leo que la juventud toma conciencia del calentamiento global y confío en que no retroceda, como está pasando con los comportamientos machistas. Y leo entre las matas de posidonia, aislado del planeta mientras buceo, que tal vez tenga que volver a calibrar la temperatura del agua con un pie antes de zambullirme. Que tal vez el Mediterráneo deje de parecer una oficina climatizada, un muestrario de corbatas, la terrible amenaza de un temporal de otoño. Que tal vez vuelva a ser el mar de aquella niñez a la que tampoco me gustaría volver.

@Faroimpostor
 

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