En los últimos días hemos visto imágenes impactantes del volcán de La Palma. Nadie pensaba que esto podía ocurrir por su inactividad, pero como se ha demostrado ahora, eso no quiere decir nada. Hace cincuenta años que no se producía este fenómeno en esta isla canaria. En España ha causado un gran impacto en la sociedad, no es para menos. Los españoles imaginábamos los volcanes mucho más lejanos.
Esas imágenes de la erupción que hemos visto a través de los telediarios o por redes sociales son muy bellas, pero siéndolas, produciéndose por un fenómeno inexplicable de la naturaleza que llama a la reflexión, no podemos olvidar el drama, la desolación, la tragedia, de quienes lo han perdido todo por el avance de la lava. Implacable y destructora, quema y arrasa lo que encuentra a su paso.
¿Se imagina uno de estos volcanes en Alicante? Pudo haber existido uno o eso me hicieron creer en casa cuando era niño y desarrollé la idea en mi imaginación. Era una forma de tenerme distraído. Me pareció creíble. Pasábamos muy cerca de él cuando íbamos a la finca de mis abuelos maternos. Lo tenía todo. Un monte solitario, pelado, extremadamente escarpado. Sin senderos que lo recorrieran, ¿quién se atrevería a subir allí? Con lo peligrosa que debía ser la escalada. Me imaginaba relatos de acontecimientos dispares, con personajes distintos, en diferentes escenarios. A mis protagonistas les pasaba de todo, incluso algunos llegaban al borde del cráter para mirar hacia su interior con recelo o con asombro. Para gustos todo es posible, ya sabe.
Ese volcán pudo ser Fontcalent, una sierra maltratada. Pero no lo es. Aunque hay más. A sus pies había un manantial de agua caliente. Tenemos que remontarnos a hace algunos años. Cerca de su fuente, una alberca se llenaba de este preciado líquido. Este corría después libre y travieso hasta donde podía. Ahora ya no podremos saber cuál hubiera sido su recorrido. La cantera, el trasiego de camiones, las obras del AVE, acabaron para siempre con este cauce.