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SED BUENOS Y LEED  

Moralia e inmoralia: Erpenbeck, Yonnet, Dekobra, Goldemberg, Kristensen y Plessix Gray

ALICANTE. Tiempo de transición. Se apagan los rescoldos de un año como otros, 2018, que la hipérbole mediática convierte en histórico, aunque no lo sabremos nosotros, sino nuestros hijos, o tal vez los hijos de nuestros hijos, cuando miren atrás y calculen las consecuencias de lo sucedido en las postrimerías de la segunda década del siglo XXI. Ahora, mientras todavía humean ligeramente las brasas y al acercar la mano, todavía podemos calentarnos en las ascuas ligeramente bermejas, aprovechamos para poner bajo el foco algunas hogueras literarias que todavía alumbran desde las estanterías, para guiar las barcas en que llegan los camellos y los Reyes de Oriente. Aún estamos a tiempo.

Jenny Erpenbeck, Yo voy, tú vas, él va, Anagrama.

La jubilación es un peligro, a pesar de la etimología (iubilare=gritar de alegría). Cuántas veces nos han explicado la historia del padre, del tío, del abuelo que tras llegar al cese de la actividad laboral, se encuentra sin guía vital y pierden el norte: “Tendrá que andarse con cuidado de no volverse loco ahora que pasará días enteros a solas, sin hablar con nadie”, previene la voz narradora de Jenny Erpenbeck (Berlín Este, 1967) en Yo voy, tú vas, él va, novela que convierte en argumento narrativo la teoría de la alteridad de Emmanuel Lévinas, a través de un personaje, Richard, profesor universitario alemán con una exitosa carrera profesional a sus espaldas que al recuperar el tiempo que las obligaciones laborales y académicas le habían arrebatado, se encuentra con el otro que reside en si mismo y llega a la conclusión levinasiana que el existir está por encima del ser, que la ética precede a la ontología, que la cuestión moral central de nuestro tiempo es el reconocimiento del otro en sus profundas diferencias formales: “Richard nunca le ha visto beber a Apolo otra cosa que no sea agua. Agua del grifo, sin gas. Aquí, ninguno de los hombres bebe alcohol. Ninguno fuma. Ninguno tiene piso propio, ni siquiera cama propia, la ropa que llevan la sacan de las campañas de recogida de ropa usada, no tienen coche, ni equipo de música, ni carné de ningún club deportivo, no hacen excursiones ni viajes”. 

Para cumplir con la pulsión interna que le obliga a que el otro traspase las barreras de las páginas de los libros y poner en práctica la praxis moral que considera imprescindible, Richard, tras enterarse de la existencia de un campamento de refugiados en Berlín, decide echar una mano. A partir de aquí, la novela se podría convertir en una moralina de emociones a flor de piel y anecdotarios vitales dramáticos, muy del gusto de la epidérmica vida virtual contemporánea, pero no lo hace en ningún momento, gracias a la contención lírica de la prosa de Erpenbeck y a la sobriedad del tratamiento narrativo de la oralidad transformada en relato frío, pero nunca distante. Yo voy, tú vas, él va no es una novela juvenil, no contiene esos rasgos didácticos que tan apreciados en los departamentos de literatura de los institutos de secundaria, pero no estaría nada mal que su lectura se viralizara entre los adolescentes. La versión castellana de Francesc Rovira de este Gehen, Ging, Gehangen de cacofónico título, es ágil y directa, mérito del traductor y también, pensamos, del estilo de frases cortas y autoconclusivas de la autora berlinesa, no tan habitual en alemán.

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