ALICANTE. La joven artista alicantina Marta Azorín Micó (Villena, 1997) era pequeña cuando vivió un trágico episodio familiar que le sumió en una profunda depresión. Un hecho que quizá no hubiera sido tan grave de no haberse visto afectada, además, por el bullying al que estuvo sometida de forma prolongada en el entorno escolar durante su infancia. La inseguridad que habían generado esos insultos y burlas dio lugar a una fragilidad que la rompió por dentro. Sin embargo, encontró en el arte la forma de cicatrizar las heridas.
Azorín cursa el grado de Bellas Artes en la facultad de Altea de la Universidad Miguel Hernández (UMH). En el transcurso de uno de los proyectos universitarios se decidió por quitarse de encima ese tormento haciendo de la necesidad virtud y creando algo bello.
Como amante de la cultura asiática y siendo además aficionada al centenario arte japonés del kintsugi —técnica de restauración de cerámica— optó por trasladar esa metáfora a la fotografía capturando cicatrices ficticias en diferentes partes del cuerpo. Una metáfora con la que al mismo tiempo describe su nueva filosofía de vida. Recoger los pedazos y reconstruirse, convirtiendo las fracturas en una cualidad estética que elevan el resultado hasta lo sublime.
Esas imágenes conforman la primera parte de la exposición que protagoniza Marta Azorín en Centro 14 y que se mostrará al público hasta el 8 de marzo bajo el título Kintsugi, un proyecto en tres fases. De hecho, su proceso más catártico llegó mediante una performance que se ha grabado en vídeo y que se proyecta también en la sala.
En ella, la autora destroza varias piezas cerámicas mientras le atormentan en su cabeza las imágenes de varias escayolas en forma de extremidades y partes del cuerpo donde están tallados los insultos más dañinos que ha recibido. La muestra concluye con la transformación de esa ira en una pieza de cerámica de gran valor sentimental que ha sido reparada por Azorín con la técnica del kintsugi.