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LA LIBRERÍA

Las 'Chungas calles' de Abelardo Muñoz

VALÈNCIA. Alguien será profeta en su tierra, pero, según parece, no es lo habitual. El mecanismo que opera para que el saber popular se corresponda con tal realidad es casi seguro la envidia, el mal endémico a la existencia humana desde tiempos mitológicos de Caín y Abel y más allá, adelante o atrás en la cuarta dimensión. No es extraño que una autora firme un muy buen libro de relatos que pase desapercibido dentro de sus fronteras, y que sin embargo, tras ser exportado a otro país, a otro continente, a otro territorio lingüístico, triunfe allí —en el mercado literario— donde antaño no se comió un colín. Somos así, aunque no siempre, claro. La cama de Procusto es una condena que no suele sufrir la medianía, y esta es un definición solo precisa, sin connotación negativa. No hay en esta afirmación rastro de clasismo cultural o de desprecio a lo más común. Tampoco es aquello de la conjura de los necios, que por descontado, es un fenómeno bastante normal, aunque peor por naturaleza. Esto último tiene mucho más que ver con el terraplanismo, con el ensalzar a lo objetivamente nefasto. La conjura es mucho más tóxica: implica odiar la razón, ser un activista del disparate. Significa preferir el fango y la violencia de la ignorancia por bandera. Incluso peor: hay quien trabaja por borrar toda su educación con tal de abrazar una irrealidad absurda, siempre que haya una comunidad lo suficientemente grande para sentirse arropado. La cuestión que nos atañe, por no irnos por las ramas más de lo necesario, es que en demasiadas ocasiones no damos la importancia suficiente a lo que por un lado es cercano, y por otro, excepcional. Se le puede buscar muchas explicaciones al mal del profeta autóctono, pero todas acaban girando hacia lo mismo. Ya lo hemos identificado. Así, talentos a los que podríamos conocer nos resultan ajenos, y si para colmo tienen una personalidad irreductible, más difícil se lo ponemos

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