ELCHE. Desde el instante en el que las primeras armas de fuego llegaron a nuestra ciudad, la fascinación por la pólvora y sus efectos se dejaron ver. El fuego, la luz y las explosiones llegaron a calar tanto entre la población que, al cabo del tiempo, no hubo fiesta, religiosa o civil, que no empleara la pólvora como material para producir regocijo entre los asistentes. Luz y sonido, temor y jolgorio, emoción y placer estético son fenómenos inherentes al fuego público y controlado en comunidad. El uso de las primeras carretillas pirotécnicas se remonta a la Edad Media, donde la producción de la pólvora celebración de festividades fue en aumento, sobre todo en actos religiosos con un carácter popular.
Al parecer, fueron los árabes que habitaban el valle del Almanzora en Almería los primeros que las utilizaron con fines festivos y religiosos. Durante las fases finales de la conquista de los Reyes Católicos, obligaron a los últimos reductos musulmanes a su conversión al cristianismo bajo amenaza de ser expulsados. A fin de evitar la expulsión, y para poder mantener sus medios de vida, los pirotécnicos moriscos convertidos eligieron a San Antonio Abad como patrono de su actividad, lo que les permitió conservar el uso de la pirotecnia para usos festivos y religiosos. No es baladí, San Antonio Abad se celebra en enero, justo en el periodo invernal donde las horas de luz son menores.