VALÈNCIA. El verano se despliega sobre nuestras vidas como un inconcebible manto solar que lo aplana todo: el tiempo se vuelve espeso, las relaciones sufren reinterpretaciones, el yo se diluye en profundas reflexiones existenciales con la consistencia de una medusa. Si se vive en casi cualquier ciudad española, huir de ella se convierte en una prioridad: el aplanamiento es especialmente visible en las urbes, con su asfixia de asfalto y motor de aire acondicionado, y su parálisis standby. Fuera de ellas, claro, también existe el impulso de salir, quizás por el mismo motivo, quizás por otro que es transversal y universal: ir más allá, conocer nuevos territorios, refrescar la mirada y el sentido del asombro en horizontes nunca vistos.
Esta es la auténtica esencia del viajar, ahora que, al menos a nivel planetario, ya no tiene sentido la exploración en busca de fortuna, solo la migración. El turismo es la forma más extendida de hacerlo, por ser estándar y pensada para la gran masa humana (en la que no se incluyen enormes masas humanas sin recursos que no pueden siquiera soñar con ello). Turismo viene de tour, aunque ahora ya es sinónimo de persona que se va de vacaciones a otro sitio distinto de su lugar residencia, sin que estas vacaciones tengan que realizarse con la planificación suiza de un crucero. Ser turista en su significado actual no es malo per se, ni mucho menos. Lo que es malo es ser irrespetuoso, o mala persona. Viajero tiene otras connotaciones, no exclusivamente vacacionales, igual que lo que es propiamente viajar. Viajes hay de muchos tipos, qué duda cabe. Desde los más literales hasta los más metafóricos, pasando por los más literarios, que son los que nos van a ocupar hoy, aquí.
Porque Jekyll & Jill, que es una de las editoriales de referencia en nuestro país, ha abierto hace poco una colección, Pool Access, centrada justo en eso, en los viajes: del segundo de sus dos títulos, El mundo abajo, de Patricio Jara, ya hablamos hace no mucho en esta sección. En esta ocasión es el turno del primero, y de dos rutas adicionales que Víctor Gomollón ha inaugurado para sacarnos de casa a precios al alcance del bolsillo lecturista. Comencemos por el principio, en este caso, de la colección Pool Access, o lo que es lo mismo, con Dos sherpas, del bonaerense Sebastián Martínez Daniell, un título con un punto de partida sensacional: dos sherpas en el Everest mirando hacia un abismo, en el cual yace despeñado un turista inglés.
A partir de este momento, lo que sucede es nada, ni falta que hace. En los siguientes cien capítulos, casi instantáneas, se irá conectando la visión silenciosa del cuerpo con fragmentos de la historia humana y su devenir, de un modo inteligente que avanza como una corriente de aire de montaña, que nos hace sentir parte de algo mayor, al mismo tiempo que nos mantiene a distancia del sentimiento de confort y seguridad, por ejemplo, del interior de una cabaña. Las mayores alturas del Himalaya son unas de las regiones no acuáticas todavía fuera de lo tolerable para la vida humana: a partir de cierto punto de la subida, la muerte se vuelve una posibilidad tan probable como o más que la vida. Este, sin duda, es en gran medida uno de los atractivos de la aventura. Dos sherpas se articula en torno a un retrato congelado del final de la misma: el cuerpo frío y desmadejado sobre una roca de un turista de montaña, tras una perdida de equilibrio y un tragicómico aleteo. Sublime.