Escapadas

Torres, almenas y fronteras: la ruta de los castillos de Alicante

Fortalezas medievales entre sierras y litoral que transcurren del Vinalopó al Benacantil y, pasando por todas las comarcas, conforman un viaje por la huella islámica y cristiana, con conexiones al camino del Cid, Jaume I o Al-Azraq

  • Detalle de las almenas y la torre del Homenaje en el castillo de La Atalaya, Villena.
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ALICANTE. Nuevamente, recorrer la provincia de Alicante supone un paseo por la historia. Porque conserva una serie de castillos que, durante siglos, ordenó pasos naturales, valles y rutas hacia la costa.

Nacidas en época andalusí la mayoría, estas fortalezas cambiaron con la conquista cristiana y sobrevivieron —a veces a duras penas— a guerras bajomedievales y modernas. La Ruta de los Castillos del Vinalopó vertebra el interior; en el litoral y en la montaña, iconos como Santa Bárbara (Alicante) o Dénia completan el mosaico junto a enclaves tan reconocibles como Guadalest.

Buena parte de estos castillos dialoga con el Camino del Cid en su tramo alicantino, que entra por Banyeres de Mariola y continúa por Biar, Villena, Sax, Petrer, Novelda y otras poblaciones. El resultado es un itinerario donde la piedra cuenta —con más precisión que muchas crónicas— cómo se levantaron fronteras, se negociaron señoríos y se controlaron rutas.

  • Castillo de Castalla, mostrando su patio de armas, torres y almenas.

La ruta de los castillos del Vinalopó

La Ruta de los Castillos del Vinalopó, tal como la promueve Costa Blanca – Patronato de Turismo, incluye diez castillos oficiales: Villena, Biar, Banyeres de Mariola, Castalla, Sax, Elda, Petrer, Novelda, Elche y Santa Pola.

Estas fortalezas, que marcaron la frontera entre Castilla y Aragón, hoy ofrecen un itinerario cultural de primer orden. 

 

  • Castillo de la Atalaya, Villena. 

Villena — Castillo de la Atalaya

Encaramado al monte de San Cristóbal, el castillo domina el corredor del Alto Vinalopó con una torre del homenaje que, aun sobria, impone y ordena la lectura del paisaje; su silueta, escalonada en recintos, explica por sí sola por qué aquí se decidían rutas y fronteras.

Nacido en pleno siglo XII bajo dominio almohade, el recinto aparece citado en 1172 y, tras la ofensiva de Jaume I (1240), queda bajo el paraguas castellano con el Tratado de Almizra; la bóveda nervada de la torre, rarísima en plazas militares, delata la mano islámica.

El señorío pasa de los Manuel a los Pacheco, que elevan la fábrica en el XV; siglos después, la Guerra de la Independencia hiere sus cubiertas con voladuras francesas, dejando cicatrices que hoy se interpretan.

Restaurado con criterio, el conjunto se visita con lectura clara de aljibes, murallas y estancias, mientras la panorámica —amplia y didáctica— completa el relato.

 

  • Castillo de Biar, al fondo. 

Biar — Castillo de Biar

Plantado sobre un cerro que abre la llanura, Biar se protege con murallas en talud y torres prismáticas que se adaptan a la pendiente, como si la piedra hubiera aprendido a defenderse del terreno.

La fábrica es almohade (mediados del siglo XII) y guarda una pieza de museo in situ: la bóveda nervada de la torre del homenaje, joya escasa en la arquitectura militar hispana.

En 1245, Jaime I recibe la capitulación y convierte el castillo en bisagra fronteriza; la Guerra de los Dos Pedros lo mantiene en primera línea, cuando Castilla y Aragón discutían lindes más con pólvora que con tinta. Declarado monumento nacional desde 1931, el recorrido señalizado permite subir a adarves y entender, de un vistazo, el mapa táctico del valle.

 

  • Castillo de Banyeres de Mariola.

Banyeres de Mariola — Castillo de Banyeres

Pegado al corazón urbano, el castillo se encarama a un cerro que vigila la sierra de Mariola y el nacimiento del río; la torre, rotunda, parece anclar el pueblo a la montaña.Su origen almohade (siglo XII) aflora en aljibes y lienzos, y tras la conquista la Corona de Aragón refuerza un puesto que controla los pasos entre la meseta y la llanura.

Por aquí entra el Camino del Cid en Alicante: Banyeres enlaza con Biar y Villena, y esa cadena —más de ojos que de piedras— explica la frontera.
El castillo, restaurado y musealizado, ofrece un mirador que convierte la geografía en manual de historia.

 

 
  • Castillo de Castalla.

Castalla — Castillo de Castalla

El conjunto se encarama a un espolón que manda sobre el valle del río Verde, donde las torres cuadradas y los recintos en altura escriben una biografía a varias manos. Con origen islámico (siglo XI), el castillo suma en época cristiana un cuerpo palaciego renacentista que sorprende tras las murallas, como quien descubre una segunda piel.

La plaza se entrega a Jaume I en 1244 sin combate; en el XIV, la Guerra de los Dos Pedros la coloca en el eje de fricción, cuando la frontera dejaba de ser línea para convertirse en territorio. Hoy, con señalética y miradores, el visitante entiende por qué este corredor interior–costa fue codiciado durante siglos.

 

  • Castillo de Sax. 

Sax — Castillo de Sax

La peña sube a plomo y el castillo de Sax se aferra a ella con dos recintos y un aljibe monumental, mientras la torre del homenaje corta el horizonte como proa de navío. La traza responde a época andalusí (probable siglo XII, etapa almohade) y aprovecha la roca como parte del sistema defensivo, fundiendo geología y estrategia.

Las crónicas sitúan aquí la muerte de Artal de Alagón en un asalto fallido de tiempos de Jaume I; después, Sax encaja como pieza mayor del cinturón del Alto Vinalopó. La restauración reciente ha devuelto volumen y relato; las visitas, concentradas en fechas señaladas, certifican su condición de icono local.

 

  • Castillo de Elda, también conocido como Palacio Condal. 

Elda — Castillo de Elda | Palacio Condal

Sobre un cerro junto al Vinalopó, el recinto —rectangular en su esqueleto— explica cómo se controlaba la llanura y, de paso, el pulso cotidiano de la alquería. La obra nace en etapa almohade (siglos XII–XIII) y, tras la conquista, pasa a señoríos cristianos, hasta que los Coloma la transforman en Palacio Condal (XVI–XVII), cuando la residencia gana al bastión.

El siglo XIX, con su rosario de expolios, despoja al conjunto de volúmenes y acabados, y deja un cascarón que durante años apenas contó su historia. Las campañas arqueológicas y de consolidación han abierto estancias y discurso; hoy, la visita por fin narra —sin elipsis— el viaje de fortaleza a palacio.

 

  • Castillo de Petrer. 

Petrer — Castillo de Petrer

La torre del homenaje, recortada sobre las huertas, firma la postal del casco histórico, donde murallas y casas-cueva encajan como piezas de un mismo tiempo. Levantado en el siglo XII musulmán, el castillo pasa a Loaysa y luego a Coloma, y vigila el corredor del Medio Vinalopó con oficio de centinela.

Cada año, la “Rendició” recrea la capitulación ante Jaume I y baja la historia a la calle, recordando que las tradiciones son, también, aulas al aire libre. El conjunto, restaurado, se visita en circuito que hilvana arquitectura y memoria; la ruta ofrece una lectura completa del paisaje urbano medieval.

 

  • Castillo de la Mola, en Novelda. 

Novelda — Castillo de la Mola

Desde el cerro que comparte con el santuario modernista, la torre triangular —rarísima en la Península— rompe la monotonía de almenas y desafía cualquier manual de tipologías.

La base es almohade (siglo XII), mientras la torre triangular llega en el XIV ya bajo dominio cristiano; el enclave vigila el camino hacia Alicante y Elche.

Tras la conquista, el señorío pasa a la Corona de Aragón y a los Maça de Liçana, y la fortaleza vertebra junto a Aspe y Elda el control del Medio Vinalopó. La restauración ha devuelto continuidad espacial y lecturas; el centro de interpretación pone fechas y contexto a lo que el paisaje insinúa.

 

  • Castillo-Fortaleza de Santa Pola. 

Santa Pola — Castillo-Fortaleza

La ciudad guarda en pleno centro un fuerte renacentista del XVI —planta cuadrada, baluartes sobrios— que nació para espantar corsarios berberiscos cuando la costa vivía en guardia.

Con los siglos, la pólvora dejó paso a las salas: hoy el edificio acoge el Museo del Mar, conciertos y ceremonias, y demuestra que una arquitectura racional puede ser, también, un lugar amable.

 

  • Palacio - fortaleza de Altamira, en Elche.

Elche — Palacio-Fortaleza de Altamira

El alcázar señorial de finales del XV y comienzos del XVI se apoyó en una alcazaba islámica para convertirse en residencia y cuartel urbano de los señores de Elche; sus torres hablan tanto de prestigio como de defensa.

El conjunto, cosido a las murallas medievales, funciona hoy como MAHE —el Museo Arqueológico y de Historia—, de modo que el edificio no solo se visita: también explica la ciudad que lo rodea.

 

Castillos emblemáticos fuera de ruta

  • Castillo de Santa Bárbara, en Alicante, con el puerto en primer plano. 

Alicante — Castillo de Santa Bárbara

Colgado del Benacantil, el castillo vigila la bahía con esa mezcla de terraceo militar y teatro natural que solo dan los grandes promontorios.

El origen es islámico (XI–XII); el infante Alfonso toma la plaza en 1248 y Jaime II la incorpora a Aragón en 1296, antes de que Carlos I y Felipe II la blinden para la artillería.

La fortaleza alterna siglos de bastión y de cárcel, al compás de una historia que a veces sitió y otras encerró. A día de hoy, con interiores visitables y miradores que abarcan media costa, el castillo resume —en un paseo— del medievo a la ingeniería moderna.

 

  • Castillo de Dénia. 

Dénia — Castillo de Dénia

El cerro que domina el puerto sostiene un recinto donde la muralla conversa con el mar y el viento trae, con cierta facilidad, ecos de travesías antiguas.

La ciudad fue taifa y levantó su núcleo islámico en el XI; los almohades reforzaron defensas y, en los siglos XVI–XVII, el Palacio del Gobernador añadió gobierno a la piedra. La plaza, clave en comercio y rutas, soportó incursiones piráticas y cambios de mano sin perder centralidad.

El Museo Arqueológico, instalado en el propio castillo, ordena capas y épocas; las torres, por su parte, regalan un golfo que, por siglos que pasen, sigue mostrando obras.

 

  • Castillo de Castell de Guadalest. 

Guadalest — Castell de Guadalest

El espolón rocoso sostiene una fortaleza que parece nacida de la misma piedra; el acceso, por túnel, ya actúa como prólogo de lo que espera.
De origen musulmán (XI–XII), el castillo pasa a Jaime I y, en 1293, a Bernat de Sarrià; después lo administran Cardona y Orduña, que tejen señorío y paisaje.

Terremotos y explosiones de pólvora hieren el conjunto en el XVII, pero el gesto altivo —más peñasco que fábrica— resiste. El pueblo-museo, con murallas, salas y miradores, convierte la visita en un clásico que no caduca.

 

  • Palacio - Fortaleza del Marqués de Dos Aguas, en Onil. 

Onil — Castillo de Onil | Fortaleza del Marqués de Dos Aguas

Insertado en el corazón urbano, el castillo-palacio despliega un patio renacentista y torreones angulares que hablan más de residencia que de guerra.
Los condes de Ana impulsan la obra a mediados del siglo XVI, en el momento en que la nobleza prefiere gestionar que batallar.

La pieza simboliza autoridad y aloja capilla y dependencias administrativas, sin dejar crónicas de grandes asedios ni epopeyas. Actualmente ofrece usos municipales y salas expositivas, por lo que el edificio mantiene la puerta abierta a quien quiera leer el poder con arquitectura.

 

  • Restos del Castillo de Orihuela. 

Orihuela — Castillo de Orihuela

El monte San Miguel enmarca una fortaleza que ordena la Vega Baja y la desembocadura del Segura con autoridad de viejo faro interior.
La obra, de origen islámico, se documenta ya en el siglo VIII (Teodomiro) y actúa como llave del sur valenciano, abriendo o cerrando el paso según dictaran los tiempos.

La Guerra de los Dos Pedros la eleva a pieza estratégica; los seísmos y voladuras de los siglos XVIII–XIX la dejan en ruina, aunque aún visible y elocuente.

Los planes municipales avanzan en su puesta en valor; mientras tanto, los lienzos que quedan siguen contando —a golpe de horizonte— por qué estuvo ahí.

 

  • Castillo de Xixona. 

Xixona — Castillo de Xixona (Torre Grossa)

La Torre Grossa, asomada a la Foia, reafirma su vocación de vigía en un cerro que explica, por sí mismo, el control del territorio.
El origen es almohade (siglo XII) y, tras la conquista, el castillo pierde protagonismo; el uso como cantera acelera la pérdida de fábrica durante siglos.

La memoria local, sin embargo, lo mantuvo en pie en el relato, esperando el turno de las restauraciones. Actualmente, con lienzos y torre recientemente restaurados y abiertos a visitas, el conjunto vuelve a entrar en agenda patrimonial.

 

  • Castell de Forna. 

Forna (L'Adsúbia) — Castillo de Forna

La fortaleza, cuadrada y bien asentada sobre el espolón, recorta su silueta con cuatro torreones que, más que intimidar, ordenan el paisaje del valle de Pego; el patio central, sobrio y proporcionado, articula estancias y circulaciones como si aún esperara a sus antiguos moradores.

Levantado a finales del siglo XV —cuando la nobleza quiso convertir el poder en arquitectura—, el castillo funcionó como residencia de los Cruïlles, probablemente sobre una torre andalusí previa, lo que explica que convivan el rigor defensivo con los guiños del gótico civil.

El señorío, que administraba tierras y rentas, usó la casa fuerte tanto para afirmar dominio como para vigilar discretamente los pasos hacia la costa, de modo que el edificio, sin ser plaza de guerra, nunca dejó de estar en alerta.

Hoy el conjunto luce entero y didáctico: bóvedas de crucería, restos pictóricos y salas que se abren a visitas y eventos, mientras las vistas —amplias y limpias— devuelven al viajero la cartografía de la Marina Alta.

 

Otros castillos relevantes en la provincia

  • Castillo de San Fernando, en Alicante. 

Alicante — Castillo de San Fernando

La fortaleza abaluartada del Tossal nació deprisa y con urgencia —en plena Guerra de la Independencia— para cerrar el cerco defensivo de la ciudad que Santa Bárbara no podía cubrir sola.

El castillo, que apenas conoció fuego enemigo, perdió pronto su razón militar y ganó usos ciudadanos, de modo que el glacis se transformó en parque y los baluartes, en miradores cotidianos; la lección de ingeniería castrense del XIX, aquí, se pasea.

 

  • Castillo de Polop de la Marina. 

Polop — Castillo de Polop

El cerro del antiguo cementerio sostiene los restos de murallas que, aunque discretos, recuerdan cómo este espolón controló el acceso a la Marina Baixa cuando el valle era camino y frontera.

La subida, breve y agradecida, propone un mirador histórico: se asciende por intuición y se desciende con el mapa aprendido, porque la altura —en Polop— sigue siendo el mejor panel interpretativo.

 

  • Castellet del Mascarat, entre Calp y Altea. 

Calp/Altea — Castillo del Mascarat

El cerro Castellet, estrecho y mandón sobre el desfiladero, guarda restos BIC de una pequeña fortificación que vigiló durante siglos el paso entre Marina Alta y Baixa, donde bandoleros y corsarios probaron suerte.

Queda lo justo —lienzos, arranques de torre— para imaginar el control del collado y entender por qué el camino, antes que carretera, fue noticia; la subida, corta, pide calzado y un poco de respeto por la traza.

 

  • Restos del Castillo de Penàguila. 

Penàguila — Castillo de Penàguila

Las laderas de Aitana esconden un castillo que, árabe primero y cristiano después, protegió los accesos y custodió huertas en terrazas que todavía dibujan el monte.

Los restos —muros, aljibes, plataformas— bastan para recomponer el recinto, mientras el valle confirma que aquí, para gobernar, había que mirar lejos.

 

  • Castell de Guardamar del Segura. 

Guardamar del Segura — Castillo de Guardamar

La fortaleza, dominante sobre la desembocadura del Segura, perdió su fisonomía tras el terremoto de 1829, que la despojó de torres y certezas.

El parque arqueológico devuelve hoy la traza —murallas, plataformas, recorridos— y ofrece un balcón magnífico sobre río, pinar y dunas, donde la historia y el paisaje cierran, por fin, la herida.

 

  • Castell de Moraira. 

Teulada-Moraira — Castillo de Moraira

El fortín del XVIII, plantado sobre la loma que guarda la playa de l’Ampolla, luce planta de “pata de buey”, talud rotundo y cañoneras abiertas a la bahía, como si aún aguardara a las velas berberiscas que justificaron su existencia.

La obra, concluida hacia 1742 —lo recuerda el escudo borbónico sobre la puerta—, mantuvo servicio hasta bien entrado el XIX y hoy, ya restaurada, ofrece una lectura clara del foso perdido y del antiguo puente levadizo.

 

Otras muestras destacables

El mapa se completa con Millena, Cox, Cocentaina y Barxell (Alcoi): no son grandes plazas, pero sí huellas de piedra que explican cómo se defendían —o cómo se representaban— señoríos y aldeas. En Cocentaina, por cierto, el protagonismo patrimonial lo reclama el Palau Comtal, un palacio fortificado que, sin ser castillo de cerro, resume como pocos la ambición nobiliaria de la comarca.

Y como la lista de construcciones defensivas en Alicante ronda los cien ejemplares, no se puede dejar de mencionar otros castillos: el de Monòver, Aspe, Busot, Callosa de Segura, Benifallim, Benidorm, Tibi, Agres, Balones, Planes, Relleu o Confrides.

El Castillo de Perputxent (en L'Orxa), plantado en la arista que manda sobre el río Serpis, cerró el paso hacia Alcoi con esa autoridad que dan los ríos encajados y los cerros cortados a pico.

Aquí se jugó parte de la revuelta de Al-Azraq en el siglo XIII, cuando la Montaña encendió la mecha y la geografía —una vez más— decidió por dónde iba la historia; la senda actual regala ruinas legibles y una vista que vale por un capítulo entero.

Castillos olvidados en La Marina Alta

Con mucho recorrido está también el Castell d'Aixa en Alcalalí, reducido a basamentos y lienzos, se encarama a la sierra del Castellet. La fortificación, de origen islámico (siglo XII) y con ocupación ibérica precedente, nació para vigilar valles interiores y tejer señales con otros puestos, de esos que bastaban con poco muro y mucha vista para cumplir su papel.

Tras la conquista cristiana, el enclave perdió utilidad y, sin ejército que lo sostuviera, se fue deshaciendo en una ruina temprana; la toponimia, sin embargo, conservó su recuerdo mientras la piedra desaparecía.

En Pego también cuentan con fortificación histórica, el Castillo de Ambra. La doble muralla, el aljibe y la posición sobre la alquería cuentan que Ambra fue, antes que ruina, seguridad y agua en un territorio que miraba a la marjal con respeto.

A esta lista cabe sumar el Castell d’Adzavares (les Atzavares), en la Vall de Laguar: los lienzos de tapial, muy arruinados, asoman en el espolón que cae hacia Fontilles y delatan un pequeño puesto andalusí con dos recintos rectangulares pensado para vigilar valles más que para resistir asedios; tras 1609, con la rendición a Sancho de Luna y la expulsión morisca, el sitio quedó al olvido, y hoy la visita es casi un paseo de sendero y mirador, donde el paisaje —más que la fábrica— cuenta la historia. 

En total, la lista de castillos alicantinos -y, especialmente castillos en ruinas- es larga. Solo en la Marina Alta quedan por citar los de Gallinera, Alcalà y La Serrella. Puro 'territorio Al-Azraq'.

Consejos para visitarlos

La Ruta del Vinalopó admite una planificación por etapas, con consulta previa de horarios y accesos; los iconos costeros y de montaña —Alicante, Dénia, Guadalest o Moraira— añaden museos y miradores que alargan la visita sin forzar el calendario.

Otoño y primavera ofrecen la mejor luz y temperatura para el recorrido: la piedra se deja fotografiar, las cuestas se hacen amables y el relato —entre almenas y valles— se entiende de un vistazo.

Cada castillo aporta su pieza al puzle mediterráneo de fronteras, comercio y poder; juntos, devuelven a la Costa Blanca ese pasado de vigías y plazas defensivas que, aunque ya no disparan, desean seguir siendo parte de la historia.

 

  • Un castillo de arena, en una playa de Calp. 

 

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