VALLÈNCIA. David Lynch no solo es un cineasta, que escribe, dirige y (en algunos casos) actúa. Aunque muchos no lo sepan, también es artista multidisciplinar de música, pintor y fotógrafo. Incluso ha trabajado como publicista en sus ratos libres, si es que con tantas ocupaciones los tiene. Estas pasiones, o la mayoría de ellas, quedaron al descubierto en la Sala Parpalló de València en mayo de 1992, a través de la muestra La ternura del desecho, en la que expuso algunas de sus fotografías y pinturas que desvelan su lado más humano y, a la vez, más oscuro.
La muestra, ahora interpretada por la diseñadora Déborah Gómez, pudo suponer un acercamiento a su manera de ver el mundo a través de fotografías de objetos abandonados o sitios inhóspitos en las que Lynch encontró algo de vida, mostrando así su lado más intimo. Estas imágenes, a ojos de Gómez "muy perturbadoras”, le llevan a imaginar a Lynch como algo más allá del publicista, director o músico en su libro de artista La ternura del desecho, donde añade un nuevo acometido al polifacético Lynch y lo imagina como asesino.
El libro está plagado de pistas policiales en las que Gómez reinterpreta las fotografías de Lynch y pone al lector ante un supuesto crimen. La diseñadora se deja llevar por su imaginación para plantear hipotéticos escenarios generados por el propio Lynch a través de las imágenes de aquella exposición. “Cuando ves este expediente, te cuestionas si la obra forma parte del guión de una de sus películas --por supuesto si conoces al cineasta-. Si estás involucrado con el mundo de las fotografías irás a los detalles e intentarás decodificar símbolos, composiciones… Si no conoces absolutamente nada de estas obras o de él, podrías llegar a pensar que son hechos reales, que Lynch es un asesino, sobre todo si lo recibes fuera de contexto”, añade la autora, quien busca que el lector, de acuerdo a sus experiencias, interprete o reciba las pruebas de una forma y otra.
Trozos de tubería, cabezas de muñecos y demás elementos son pruebas clave del expediente criminal del asesino: “Así Lynch dejaba de ser el fotógrafo, director de cine y artista: ahora sería el actor, aunque, en realidad, ya lo ha sido en alguna película, pero esta vez era protagonista”, aclara Gómez. Con ello comienza la construcción del “caso surrealista con número 75234” en el que la autora se apoya también en el perfil del -no sólo- cineasta para darle un toque de realidad al asunto y generando un divertido juego con todo tipo de detalles, hasta con una carpeta que registra la fecha y el nombre de las personas que consultaron las evidencias, en este caso, fotografías capturadas por cámaras de laboratorios, en las que supuestamente se logra ver la cara del asesino: "Estas permiten que el espectador se imagine que el criminal es consciente de que está siendo visto, simula como si tapara la cámara con una mano, pero aun así va a por su recompensa".