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Un relato de Rafael Andarias

El día que un toro mató a la yegua Cabriola de su Marisol

  • Ángel Peralta y Marisol en el rodaje de Cabriola. Fuente: Caballos Peralta.

ALICANTE. Juan terminaba de leer el Pueblo que solían comprar en casa los fines de semana. Le gustaba estar informado de lo que sucedía en el mundo, aunque por su edad no llegaba a comprender todo lo que ponía el periódico. Y justo en ese ejemplar había visto una noticia que lo puso muy contento: Marisol acababa de rodar una nueva película. Estaba enamorado de ella, aunque él no lo sabía, porque desconocía tanto ese sentimiento, como la palabra que lo definía. Había visto todas sus películas: le gustaba cómo actuaba, sus ojos azules, su sonrisa y la mueca exagerada que hacía con la boca cuando cantaba. Se sabía todas sus canciones, y por eso cuando iba a comprar sus tebeos al quiosco del parque del Panteón de Quijano, enfrente de la parroquia de la Misericordia, siempre preguntaba al quiosquero si había salido algún cancionero nuevo de ella.

 Cuando se encontraba pensando cuándo la estrenarían, llamaron al timbre. Fue corriendo a la puerta, adelantándose a su madre que también acudió a abrir, y vio que era un vecino muy amigo de la familia que venía a invitarlo a la corrida de toros que tendría lugar el domingo siguiente. Ella le preguntó si quería acompañarlo, y él, tras dudar unos instantes, contestó afirmativamente y a continuación le agradeció la invitación porque nunca había ido a los toros. Al despedirse, su vecino le dijo que se llevara para merendar en el descanso coca amb tonyna que era lo típico en la plaza de Alicante

Juan sabía algo de toros desde que un compañero de clase se lo había explicado un par de meses atrás, después de que su padre lo llevara por primera vez a una corrida de Fogueres. Y ahora, de forma inesperada, su vecino le había brindado la oportunidad de asistir a una. Estaba ilusionado en que llegara el domingo, aunque en realidad tenía más curiosidad que otra cosa, pues el mundo taurino no le atraía especialmente.  

Llegó el día, y su madre le preparó una coca de mollitas que le había comprado en el mercado central. A Juan le gustaba más que la coca amb tonyna, aunque los dientes se le quedaran pastosos durante un buen rato.

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