Series y televisión

EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

La miseria humana de la prensa española, al descubierto en 'Súper Sara'

Sara Montiel sobrevivió al franquismo defendiendo su independencia y autonomía personal como mujer, pero cuando más se la censuró fue en los programas del corazón de la democracia

VALÈNCIA. De niño, cuando no tenía ni idea de nada sobre lo que es la vida, Sara Montiel me caía bien. Era agradable de ver, siempre hacía bromas, siempre estaba contenta, no daba mal rollo con ataques o invectivas contra otros o contra molinos de viento cualesquiera. Además, siempre hacía cosas divertidas en sus bailes y performances. No era como las folclóricas, que eran monotemáticas en su puesta en escena y me parecían una letanía, tardé toda una vida en apreciar algunas de sus letras. Eso sí, de lo que había hecho Sara Montiel antes en el cine, la reivindicación de su autonomía personal o sus romances, yo no tenía la menor idea. 

Quizá por eso, por resultarme una figura simpática desde crío, de adolescente, cuando veía los programas del corazón, me sentaba mal que la despellejaran; veía los programas del corazón por diversión y por el placer de sentir vergüenza ajena, no tenía una coartada ideológica de la que presumir hoy –ya lo siento-, pero incluso a mí, con mi frivolidad denunciable, me parecía despreciable lo que tenía que enfrentar esa mujer. 

Ciertamente, su relación con el cubano Tony Hernández era un tanto estridente, pero no menos que la de Marujita Díaz con Dinio, que era el escándalo más sonado en esas fechas. Aquello era un fenómeno propio de esas divas. En los 90 había sido la bomba la relación de Liz Taylor con Larry Fortensky, un obrero con mullet, al que había conocido en Alcohólicos Anónimos. También Cher, Tina Turner… había habido ya muchos ejemplos, aunque hay que reconocer que la diferencia de edad de Sara con Tony era imbatible. 

En los programas del corazón de la época estas ocurrencias de Sara fueron duramente castigadas. La convirtieron en un monigote y no hay nada que guste más en este país que darle duro al tentetieso. No se libra nadie de esa conducta y los intelectuales, profesores de universidad y todos esos gremios, son los peores. No sé por qué tenemos tanta agresividad en el instinto y no nos conformamos con los navajazos, nos gusta que se vea el hueso para machacarlo y que salpique el tuétano. Será la genética ibérica. 

Hasta hacía poco, esas pulsiones se ha tendido a disimularlas y reconducirlas adecuadamente bajo los incipientes moralismos contemporáneos. Hoy, sin embargo, como ha puesto de manifiesto Mauro Entrialgo en Malismo, vuelven a valorarse los colmillos afilados y a ver qué nos depara la década de los 30. Yo estoy casi seguro de que en 1933 veremos celebrar el centenario de una cosa que pasó en el siglo pasado. 

Estas reflexiones me han asaltado mientras veía Súper Sara, el documental sobre la mencionada actriz y cantante que ha rodado Lavinia para Max. Se trata de una mini-serie recomendable en fondo y forma porque trae un poco de aire fresco al monolítico mundo de la producción audiovisual española, donde la imaginación se penaliza y a la audiencia se la conquista por saturación del más de lo mismo. 

La parte más sorprendente e incluso escalofriante son las escenas que rescata el documental en las que los periodistas del corazón vejaban a Sara Montiel en directo por televisión. El primero de ellos, Jorge Javier, que en su versión temprana tenía muchas aristas, aparece aludiendo a la edad de la actriz con unas formas cargadas de desprecio que hoy no tendrían cabida en ningún lado. Valga como prueba de cómo hemos cambiado, porque quien esté libre de pecado, ya sabe. Lo mismo que Karmele Marchante, que también aparece y que ahora es presentada en los medios como “figura destacada en el panorama mediático y feminista de España”. Tela. 

Al margen de este episodio de los últimos años de vida de Sara Montiel, Súper Sara intenta poner de relieve la dimensión de la figura de esta mujer, que fue estratosférica. Como prueba, las imágenes del pueblo de Madrid aglomerándose en la Gran Vía para decirle adiós al féretro. Se me habían olvidado esas escenas, pero son reveladoras. 

Los años en la España franquista, México y Hollywood están tratados con una sustanciosa cantidad de anécdotas. También hay tacto a la hora de abordar uno de los problemas más dolorosos y crueles que pueda sufrir una mujer en esta vida, los abortos de repetición. 

No obstante, el hilo conductor de Súper Sara y los testimonios que recoge enfocan al personaje más desde la pasión que desde un ángulo tan propio en estos productos y que denominaría “de listillos”. Aunque esté Alaska danzando entre el elenco, el resto son caras no tan habituales y que saben expresar el magnetismo que desprendía Sara Montiel con sinceridad y un entusiasmo contagioso. Lo entienden porque lo viven y, aunque pueda parecer que se cae en la adulación, en realidad este estilo más propio de fans es lo apropiado para abordar la cultura popular, donde sobra la pedantería porque lo importante es la emoción. 

El resultado es un retrato de una mujer que llegó lo más lejos posible que podía llegar una actriz de su generación y que, al mismo tiempo, valoró su independencia y luchó por ella. En el mundo del espectáculo, no tuvo que romper cadenas especialmente rígidas como las de los grilletes de las amas de casa de la España de mediados del siglo XX, y por eso resulta tan llamativo que se llevara más palos en la España del siglo XXI, con la democracia asentada y un cambio en las costumbres inenarrable. Quizá ahí el documental cuente más de lo que se propone y nos muestre el signo de los tiempos. 

Al mismo tiempo, quedan patentes lo sufrimientos indecibles que experimentó aunque tuviera una posición social privilegiada, pero en este punto lo destacable es cómo el retrato incide en su voluntad de superar la adversidad con un vitalismo que no la abandonó ni cuando era octogenaria. En esa faceta de su vida, seguramente la más importante, el tratamiento es magistral porque llega hasta el fondo, gracias especialmente a un inteligente, sensible y delicado uso de los vídeos caseros familiares. Tras ver Súper Sara quizá he experimentado lo mismo que de niño cuando no entendía nada: qué buen rollo transmitía esa mujer. Un don que no está al alcance de cualquiera, precisamente. 

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