Series y televisión

EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

El quiero y no puedo de Louis C.K.

El último show del humorista no podía ser más transgresor y contracorriente, derribaba todos los tabúes posibles, pero ese no era su problema, sino que se le había agotado la gracia

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VALÈNCIA. En el caso de Louis C.K. hay algo que se me escapa. Si él reconoció públicamente que había tenido conductas en el trabajo que podían considerarse acoso sexual ¿Por qué no se resolvió su caso en los tribunales? Al final, quienes hicieron justicia fueron las empresas, no contratándolo más y borrando su rastro de sus plataformas. Fueron las multinacionales las encargadas de aplicar la ley, pero no se sabe cuál. Según los estadounidenses, la conducta sexual inapropiada es un término social, no legal y, en ese caso, si hay comportamientos que no pueden ser definidos como delitos, la censura social o lo que era “la cultura de la cancelación” son formas sustitutivas de castigo.   

Yo creo que lo que hizo Louis C.K. masturbándose delante de sus compañeras de trabajo, en España está recogido en el artículo 184 del Código Penal cuando se refiere al que “solicitar favores de naturaleza sexual, para sí o para un tercero, en el ámbito de una relación laboral”. No sé cómo rige la ley en ese país, pero no le encuentro mucho sentido a todo lo sucedido. 

El pretexto para hablar de Louis C.K. es el artículo que le ha dedicado el New Yorker para analizar su situación actual. Comenta la redactora Tyler Foggatt que al final la cancelación consiste en llenar teatros, pero que el público luego no presuma de haber ido. Si tienes éxitos, se escribirá sobre tu espectáculo, pero no podrás evitar que se comente que fuiste cancelado. Lo describe como “un lugar extraño en la cultura”, lo que es “el limbo de las cancelaciones”. 

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La verdad es que si unes los puntos de la historia real y su desenlace parece pura ficción, un monólogo más. Un masturbador compulsivo que ahora que está rehabilitado, o eso dice, asegura que por fin puede emprender proyectos como escribir una novela porque ya no tiene que parar cada cuarto de hora para eyacular. Es, de hecho, un gag que ha empleado en sus monólogos.

Pero lo que también es verdad es que, como espectador, como seguidor del humor de C.K. independientemente de los hipotéticos delitos que haya podido cometer, creo que ha iniciado su declive. Me da especialmente pena, porque yo fui fan temprano de este humorista. O todo lo temprano que fuera su serie Lucky Louie, de HBO. 

Fue en el lejano 2006, en la época en la que los productos destinados a la televisión por cable tenían que distinguirse de los que iban dirigidos a las grandes audiencias. Ya hemos comentado hasta la saciedad que aquello fue la coyuntura perfecta para que la televisión llegase a unas cotas de imaginación y profundidad que la llevaron a rivalizar e incluso superar a los mejores exponentes de la cinematografía. 

Sin embargo, Lucky Louie fue un fracaso. Para mí, incomprensible. En el formato de una sitcom familiar tradicional, con un reducido plató con público, pretendía renovar un género tan tradicional introduciendo matices que la hacían irresistible. Mientras que, normalmente, las sitcom eran sobre familias de clase media con una situación estable, aquí teníamos a dos trabajadores con una hija que no llegaban a fin de mes. 

Eso no era nada nuevo, ya había bastantes ejemplos. Quizá las más famosas que vimos en España fueron Roseanne, Matrimonio con hijos e Infelices para siempre. La diferencia estribaba en algo tan sencillo como los tabúes. En la televisión convencional las alusiones al sexo eran insinuadas, con dobles sentidos o eufemismos, cuando no edificantes y formativas, mientras que Lucky Louie lo puso de cuestión central y sin filtros. 

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Desgraciadamente, no funcionó. Para parte del público fue demasiado explícita. Cabe preguntarse si no estaban preparados para algo así, porque en la siguiente década los contenidos fueron mucho más lejos en todos los ámbitos. El caso es que HBO la canceló, no hubo segunda temporada, por sus audiencias mínimas y la mala imagen que daba a la cadena. Resulta que la imagen de marca de Los Soprano, The Wire, A dos metros bajo tierra y Deadwood era la “calidad”, entendida como obra de arte muy seria y muy profunda realizada de forma sobresaliente. Lucky Louie era feísta, por definirla de algún modo, era vulgar y demasiado cruda para el público medio de la HBO; unos espectadores a los que les alabo el gusto, pero eso no quiere decir que también fuese nunos pijazos y unos elitistas en cuestiones culturales a los que se les llenaba la boca con “la calidad”. 

C.K no sufrió mucho porque luego triunfó como la Coca-Cola. Sus monólogos fueron un éxito de crítica, premios y público y con Louie, en FX, dio con la tecla. Lo que cambió de la tradicional sitcom obrera fue realmente poco, mantenía la línea argumental, pero era autoficción. Por lo que fuera, por la cámara al hombro y la melancolía subyacente en la ciudad que se retrataba, encajó con lo que demandaba el espectador de esa época. 

Esta vez no hubo más temporadas porque saltó el escándalo y la carrera del humorista quedó tocada y restringida a las giras. No le quedó más remedio que lanzar sus actuaciones a través de su web y en esas estamos hasta hoy. El artículo del New Yorker comenta su último espectáculo y una novela que ha escrito, Ingram, ahora que tras pasar por Adictos al Sexo Anónimos tiene tiempo para escribir, como decía antes. 

Estoy deseando ver este último monólogo, pero tengo que decir que lo último que llegó a mi televisión, At the Dolby, de 2023, fue muy decepcionante. El humor escatológico y transgresor de sus monólogos siempre me ha parecido una absoluta genialidad, pero aquí le encontré encorsetado precisamente en eso: en la transgresión escatológica. 

Da la impresión de que trata de profundizar en su papel de enfant terrible después de lo que le ha pasado, pero sus chistes sobre sin techo, esclavitud, sexo con bebés y Jesucristo, para mí, el único problema que tenían es que no eran buenos. Eran, incluso, aburridos, lo que es triste en algo que dura apenas 50 minutos. Una situación horrible esa de transgredir sin gracia, porque la sensación que deja es de un quiero y no puedo. 

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