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‘Cabañificación’, o cuando hasta el último refugio del bosque se gentrifica

Eva Morell aborda en ‘Refugio. Una historia de cabañas’ la fascinación humana por estas madrigueras y el deseo de huir de nuestras rutinas más exigentes, aunque solo sea por un rato 

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VALÈNCIA. De la casa del árbol Punky Brewster a la habitación propia de Virginia Woolf. Del Walden de Thoreau al alojamiento que Joel Fleishman alquila en Doctor en Alaska. De los ewoks de La Guerra de las Galaxias a la reina Victoria. Reales o imaginarias, las cabañas forman parte del imaginario colectivo desde (casi) el origen de los tiempos. Un cobijo frente a los peligros del mundo exterior, una madriguera donde olvidar el estrés de una vida al galope o un escondite en el que entregarse a la creatividad. La cabaña como sinónimo de confort, hogar y calma.

 

Ahora, la periodista Eva Morell (Granada, 1982)  cartografía esa fascinación en Refugio. Una historia de cabañas (Debate). A través de este ensayo (con ilustraciones de Eduard Bagur), recorre chozas emblemáticas, explora la necesidad de escapar de rutinas y desasosiegos y aborda nuestra relación con la naturaleza (y, de paso, con nosotros mismos). También se pregunta qué ocurre cuando el lobo del turbocapitalismo feroz empieza a pasearse por los bosques murmurando su “Soplaré, soplaré y tu cabaña gentrificaré”. Creadora de la newsletter El club de la cabaña, presentó su atlas de guaridas acogedoras el pasado jueves 13 de noviembre en Bangarang.

 

-A lo largo de este libro vemos cómo las cabañas han estado presentes en épocas, lugares y contextos sociales muy distintos. Parecen algo transversal a la condición humana…

-Al principio imaginábamos la cabaña como un mero refugio para cubrirte del mal tiempo o de los animales, pero conforme la sociedad fue evolucionando (en pensamiento, conocimiento, creación de ciudades y todo lo demás) se convirtió en un refugio con un sentido totalmente distinto. Han ido evolucionando igual que nosotros, de manera muy paralela a la historia y a las sociedades, hasta llegar a ser un espacio de ocio, como lo entendemos hoy. Por otra parte, a nivel personal, cuando somos niños nos vemos atraídos por la idea de la casa del árbol. Y, ya de adultos, la cabaña nos retrotrae a esa cabaña infantil. En ciertos momentos de la vida necesitamos recuperar esa sensación de refugio o guarida. Nietzsche lo explicó muy bien con el eterno retorno. Siempre vamos a querer volver a la naturaleza. ¿Y qué hay siempre en la naturaleza? Una cabaña. Es así de simple.

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-También desde esa perspectiva histórica, expones el papel de la cabaña como símbolo de estatus.

-No quería que el libro tuviera una estructura cronológica, sino que pudiéramos asociar cada tipo de cabaña con un tipo de historia distinta: la cabaña de la infancia, la del escritor, etc. Durante ese recorrido me di cuenta de que en diferentes momentos las élites ponían de moda una clase concreta de cabaña y la convertían en una cuestión de estatus. Ocurrió con los romanos, los Médici, Isabel I,  la reina Victoria… Las cabañas se utilizaban como lugares originales donde descansar, organizar cenas y, en definitiva, demostrar su autoridad. Un ejemplo clarísimo está en Luis XIV, el el Rey Sol, que tomó la estética de Gengis Kan y se montó su propio glamping en Versalles como símbolo de poder. 

-Exploras la cabaña como espacio físico, pero también como estado mental.

 

-Durante siglos se ha explorado la idea de choza primitiva como ese lugar metafórico en el que nosotros somos el ser más básico y estamos en armonía con la naturaleza y desconectados del resto de asuntos sociales que nos rodean. Eso lo podemos encontrar en cualquier parte, como los pasillos del supermercado, que a mí me dan paz. Es cualquier lugar en el que consideremos que tenemos ese refugio; incluso puede ser con personas. Todos tenemos esas cabañas personales, pero muchas veces no somos conscientes de ello. He querido ponerle ese nombre porque la sensación de cabaña, en ese sentido metafórico, la podemos tener en nuestro día a día durante esos momentos en los que podemos desconectar. Todos tenemos la necesidad de parar de vez en cuando, de reducir nuestra velocidad.

 

-En ese inventario de cabañas amadas, te asomas también a su reverso tenebroso, a aquellas que son un espacio siniestro. Lo vemos tanto en la cultura popular, con las películas de terror, como en figuras reales. 

 

-En nuestro imaginario, la cabaña suele ser un sitio “pacífico”, pero en realidad históricamente han sido lugares donde pasaban cosas oscuras: cobertizos, zonas de caza, lugares para despellejar animales… Siempre había un punto siniestro. En la ficción tiene todo el sentido que pasen cosas extrañas. El guionista Fernando Navarro lo explica genial: hubo una evolución desde la casa victoriana, donde todo ocurría en el interior, hasta que eso dejó de funcionar narrativamente. Entonces se cambiaron las tornas: en el interior estás seguro, pero ¿qué hay fuera?, ¿qué pasa si llevas la historia a la naturaleza? Así la cabaña se convirtió en algo inquietante. En la realidad también hay ejemplos potentes, como el de Ted Kaczynski, más conocido como Unabomber. La historia de cómo desmontaron aquella cabaña es fascinante: solo un fotógrafo pudo documentarlo, ahora está guardada en los archivos del FBI… Además, cuando se trata de personajes conocidos, es muy interesante cómo esas cabañas describen tan bien a sus dueños: ves imágenes del interior y te muestran una radiografía excelente de quién era Kaczynski.

 

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-Adviertes también del fenómeno contemporáneo de la ‘cabañificación’, esa gentrificación del universo cabañil que está en pleno crecimiento.
 

-Esa es mi guerra particular. Llevo más de cinco años con la newsletter, en la que propongo viajes, escapadas… Y ahí aparece la paradoja: comunicas lugares para desconectar, pero al mismo tiempo ves una capitalización de la naturaleza que no es del todo sana. Es un fenómeno que surgió a partir de la pandemia: como no podíamos estar en interiores, explotamos el exterior. ¿La mejor manera? Dormir en pleno bosque. Y al final hacemos lo de siempre: mercantilizar cualquier cosa, incluso esos lugares que de por defecto deberían ser nuestros. Y además queremos poder presumir de ello en Instagram. Pagamos por estar en una habitación silenciosa cuando podríamos estar en silencio en casa, pagamos por ver estrellas que en otros lugares se ven gratuitamente… Lo llamo ‘cabañificación’ porque se parece mucho a la gentrificación que se está viviendo en las ciudades. Me da pena, aunque también es verdad que hay proyectos pequeñitos y muy bien pensados, con una aproximación más respetuosa al entorno.

 

-De hecho, abordas cómo el capitalismo ha convertido la necesidad de descanso y desconexión en un producto de lujo. 

-El principal problema es que nos emocionamos rápido con todo y empezamos a sacar un negocio fácil de un montón de cosas. Incluso lugares en los que tienes que pagar para guardar tu teléfono dentro de una caja y así poder vivir una ‘experiencia’ (palabra que odio), una comida, un concierto o lo que sea, sin tener distracciones ni molestias alrededor. Ese pagar por todo convierte algo que debería ser esencial y básico en un bien de consumo y, generalmente, de lujo.

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-Afirmas creer en la cabaña “como forma de vida”. ¿Cómo se relaciona esta idea con tu defensa de una relación no mercantilizada con la naturaleza? ¿Qué papel pueden jugar las cabañas en la edificación de un futuro más sostenible? 

-Ahora mismo están de moda las casas prefabricadas, que son prácticamente una cabaña. Todos los arquitectos han soñado con crear sistemas de vivienda más sostenibles. Muchísimos proyectos nacidos tras la Segunda Guerra Mundial buscaban conseguir una vivienda barata y que pudiera ser fabricada más o menos en serie. Ahora nos enfrentamos a la problemática de cómo conseguir una vivienda sostenible para el planeta, barata y que resulte viable. En esa experimentación con la cabaña se encuentran pilares de los hogares del futuro.

 

-En esta obra marcas una diferencia clara entre las cabañas como refugio temporal o escapada y la experiencia de vivir en una de manera permanente. 

-He tenido la oportunidad de hablar con gente que decidió dejar la ciudad y me ha relatado todas las dificultades que han tenido para construir una vida en una zona rural aislada. El caso de Beatriz Montañez y Niadela me parece un ejemplo perfecto: una persona con éxito en televisión, con un trabajado reconocido e intenso, totalmente integrada en una vida urbana de repente se dio cuenta de que no podía seguir con esa rutina y ya lleva unos siete años viviendo en el campo, en una casa que ha ido acondicionando poco a poco. En realidad, la mayoría de la humanidad ha vivido en cabañas o en estructuras parecidas hasta hace dos o tres siglos. En el momento en el que hubo electricidad, agua corriente y otras tecnologías, nos fuimos acomodando. Volver a ese inicio me parece una decisión valiente. Yo no podría hacerlo: me voy tres meses a una cabaña y soy feliz, pero luego ya quiero volver a mi aire acondicionado.

-¿Cómo se contrapone la visión aspiracional de la cabaña como refugio idílico con las dificultades actuales para acceder a una vivienda digna?

-De hecho, conozco a bastante gente que se ha tenido que ir de su ciudad por los precios de la vivienda, ha comprado una parcela barata en un pueblo y ha instalado allí una casa prefabricada. Con 30.000, 40.000 o 50.000 euros tienen un hogar completo, sin hipoteca. Claro, eso también conlleva otra serie de responsabilidades y problemas. Pero es una tendencia clarísima y te das cuenta cuando ves la cantidad de empresas y arquitectos que están sacando sus propias marcas de casas prefabricadas.

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-Consideras la cabaña un espacio “perfecto en sí mismo”, pero también planteas las aproximaciones de distintos arquitectos a esa construcción como terreno de juego. 

-Entre los arquitectos hay dos vías diferenciadas. Por una parte,quienes consideran que diseñar una cabaña es un juego de experimentación para  intentar mejorar las fórmulas de habitabilidad. Y, por otra, aquellos que consideran que la cabaña es arquitectura en sí misma y que tiene más retos y dificultades que diseñar un edificio de doce apartamentos precisamente por su dimensiones más pequeñas. Esto lo dejó como muy claro Le Corbusier con Le Cabanon: en esa cabaña puso en práctica toda su teoría de la arquitectura y de la habitabilidad en un mínimo espacio posible. Es la representación perfecta de que se puede experimentar, pero a la vez puede ser arquitectura; que no tiene que ser una cosa u otra.

-En este libro cuentas cómo la ‘casa de los enanitos’ que veías durante las excursiones de tu infancia a Sierra Nevada hizo brotar tu fascinación por las cabañas. ¿Qué otros de estos refugios han sido especialmente importantes en tu vida?

-Entre los que más me han marcado están Le Cabanon, de Le Corbusier y Monk's House, de Virginia Woolf. Cuando leí Una habitación propia me obsesioné con ella: buscaba su invernadero, su espacio para escribir y quise tener también una especie de habitación propia para crear y sentirme yo. Me marcó muchísimo en cuanto a pensamiento y escritura. Y Le Cabanon también, porque al estar siempre vinculada a la arquitectura, Le Corbusier (independientemente de cómo fuera a nivel personal) es uno de los pilares de la arquitectura moderna. Siempre he admirado su teoría y sus obras. Poder ver Le Cabanon físicamente fue como tocar y palpar toda esa teoría que ha marcado la arquitectura moderna. Y una que no aparece en este libro, pero que me habría gustado comentar (ojalá un segundo libro de historias de cabañas…) es la de Derek Jarman, que murió de sida. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, construyó la que sería su “cabaña para la muerte” y creó también un jardín maravilloso.

-Tras años al mando del Club de la Cabaña, ¿temes que llegue un momento en el que sientas que ya has abarcado todo ese universo? 

-Es mi miedo semanal. Cada vez que me siento a escribir la newsletter pienso: “¿Y si ya no encuentro nada más?”. Llevo más de 200 entregas y no ha pasado. Hay tantísimo por descubrir y se están teniendo tantas ideas nuevas que no creo que tenga caducidad. Todo lo contrario: si desde la Edad de Piedra está presente y milenios después seguimos hablando de ello (ya sea por el cabin porn en internet, por la ‘cabañificación’, o porque nos vamos un fin de semana a una cabaña) es porque es algo que va a continuar con nosotros. 

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