ALICANTE. Estos breves encuentros literarios se fundamentan, la mayoría de las veces, en los fortuitos instantes que las obras que los visitan pasan en común. Sea encima de una mesa, en una estantería, en una mochila o en el brazo de un sillón de lectura. Casualidades, principalmente, que la voluntad de quien escribe convierte en causalidades. Pero hacía mucho tiempo que una correlación de hechos no se parecía tanto a una causalidad.
Llegaron el mismo día, en sobre similares, aunque de diferentes tamaños, acordes al formato de edición de cada uno, no llegó nada más ese día, juntos fueron colocados en el asiento del acompañante del conductor, juntos viajaron, frotando la superficie de papel blanco de sus envoltorios, hasta la vivienda del lector. Juntos esperaron para ser abiertos, y juntos (esto no es del todo exacto, ya que la lectura totalmente en paralelo no es un don mutante que le haya sido concedido al lector) fueron leídos en una concatenación sin solución de continuidad, de manera bulímica, hasta que el mapa del mundo con los vectores de viaje de Manex aparecieron ante sus ojos, ya de madrugada.