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“FALOS Y FALACIAS” DE ADRIANA ROYO, UNA MIRADA AL NARCISISMO CONTEMPORÁNEO

Adriana Royo: “Parece que exponerse en redes, parecer sexualmente predispuesto, te convierte en alguien moderno”

ALICANTE. La sexóloga y terapeuta Adriana Royo (Barcelona, 1989), especialista en estrés y neuroeducación, toma distancia con su tiempo y analiza el mito de Narciso y el fingimiento, los dos grandes leitmotivs de las relaciones interpersonales en la actualidad, en su ensayo Falos y falacias, publicado por la barcelonesa Arpa Editores. “Qué imagen damos al mundo, qué imagen queremos que los demás vean de nosotros y qué imagen queremos sepultar en el olvido. [...] en vez de vernos a nosotros mismos, vemos lo que queremos que los demás vean de nosotros”.

-¿El sexo está sobrevalorado o infravalorado? El sexo también es comunicación, ¿cómo lo ha transformado la sociedad actual de individuos burbuja, donde la incomunicación subyace al diálogo vacío?

Para empezar, lo más apropiado sería llamar a las cosas por su nombre, y no sé si la palabra sexo sería la más correcta. El uso que hacemos del lenguaje incide en sus formas de representación y acabamos deformando su significado y usándolo inapropiadamente. La palabra sexo proviene del latín sexus, del verbo secare, cortar, es decir, división del género: masculino y femenino. Sexo se refiere al hecho de ser macho o hembra. La palabra cópula o coito en cambio, significa unión, conjunción, juntarse. Entiendo que son palabras que ya no se usan y parecen anticuadas, ayer copulé con mi marido no es algo que se oiga a menudo, pero es importante que nos demos cuenta cómo cambia nuestra percepción, nuestras emociones y cómo cambia nuestra manera de sociabilizar ante el mundo en función del lenguaje que utilicemos. Precisamente en nuestro imaginario cuando decimos sexo, sabemos que nos referimos a tener relaciones sexuales, pero el tema es el cómo. Lo que llamamos sexo se ha desvirtuado y desfigurado hasta algo insustancial y hueco. Artificioso. Lo hemos reducido meramente a un plano físico y genital y a eso le hemos dado una importancia suprema –será que estamos muy domesticados y soltarnos al instinto nos hace parecer más libres, más evolucionados?–.

 Por un lado sobrevaloramos el sexo dándole esa importancia casi de novela, de peliculón de Hollywood, casi pornográfico, como si eso representara lo exitoso. Lo hemos pervertido en su imagen. Es como si hubiéramos aspirado el verdadero contenido y valor del coito, lo hubiéramos vaciado, porque en el fondo nos aterra, y lo hubiéramos manoseado tanto su forma que lo que ahora consideramos sexo es una especie de imagen decadente, gastada y maltratada. Se ha mercantilizado el símbolo.

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