ALICANTE. Cada vez vivimos más años. Es una buena noticia, sin duda, pero a esa ganancia en longevidad, que ya supera los 83 años en España, se suma una pregunta que rara vez nos hacemos: ¿qué ocurre con nuestro cerebro a medida que envejecemos? Y, sobre todo, ¿cómo cambia algo tan esencial como el lenguaje, esa herramienta que usamos a diario para entendernos con los demás y con el mundo?
Durante mucho tiempo se pensó que, una vez aprendido, el lenguaje permanecía intacto para siempre. Sin embargo, hoy sabemos que no es tan simple. Antaño se estudiaba cómo los niños adquirían y producían sus primeras palabras o cómo un adulto aprendía una segunda lengua, pero apenas se miraba qué sucedía después, en la madurez y la vejez. Con la edad, ciertas funciones básicas del cerebro empiezan a ralentizarse.
La memoria de trabajo, esa que permite retener lo que se ha dicho al inicio de una frase para no perder el hilo, ya no funciona con la misma agilidad. También se reduce la velocidad con la que procesamos información o la capacidad para ignorar distracciones y centrarnos en lo relevante. Pensemos, por ejemplo, en una conversación en un bar lleno de ruido: para un adulto mayor puede resultar más difícil aislar la voz del interlocutor entre tantas interferencias. Todo esto se refleja necesariamente en la manera en que hablamos e influye directamente en cómo entendemos y producimos lenguaje.
La experiencia lingüística acumulada
Pero envejecer no significa solo perder. El cerebro también gana. La experiencia lingüística acumulada con los años enriquece el vocabulario y proporciona herramientas para anticipar lo que viene a continuación en una conversación o en un texto. Esa riqueza léxica funciona como un escudo: aunque el procesamiento sea más lento, las personas mayores pueden usar sus conocimientos para contrarrestar esas pérdidas y seguir prediciendo palabras y comprender mejor el mensaje, pese al deterioro propio de la edad.
Esa capacidad de anticipación, lo que los científicos llaman 'predicción lingüística', es clave. El lenguaje no es un proceso pasivo, sino activo: el cerebro constantemente formula hipótesis sobre lo que viene después. Si alguien dice "Voy a la fuente a…", después esperamos escuchar "beber", y no "cantar" o "perro". Y, además, lo esperamos en la forma correcta: "beber" y no "bebido". Esa maquinaria predictiva es lo que hace que la comunicación sea tan rápida y eficaz.
La edad, lejos de ser un obstáculo, puede incluso mejorar esta capacidad. Un adulto mayor, con un vocabulario y un conocimiento del mundo más amplios, puede adelantarse a las palabras al menos con la misma eficacia que un adulto joven. El reto aparece cuando lo que escuchamos rompe la expectativa de lo que esperamos oír o leer: si la frase terminara en "durmiendo", el cerebro tendría que reajustar sus cálculos. La sorpresa se procesa de manera distinta a los 25 que a los 75.

El envejecimiento cognitivo no es lineal
Las investigaciones recientes con jóvenes y mayores, utilizando técnicas como el eye-tracking (que analiza los movimientos de los ojos durante la lectura), demuestran que el envejecimiento cognitivo no es lineal. No todas las personas envejecen igual, ni todas las capacidades se deterioran al mismo ritmo. Algunas funciones bajan, otras se mantienen, y otras incluso mejoran gracias a la experiencia acumulada.
El lenguaje es un claro ejemplo de este equilibrio entre pérdidas y ganancias. Cuando la rapidez o la memoria fallan, el cerebro busca estrategias compensatorias: apoyarse en el contexto o releer partes anteriores de la oración. En ese esfuerzo, demuestra una sorprendente flexibilidad.
Comprender cómo cambia el lenguaje con la edad tiene, por tanto, implicaciones muy prácticas: ayuda a distinguir entre un envejecimiento normal y los primeros signos de deterioro cognitivo, como los que aparecen en enfermedades neurodegenerativas. Además, permite diseñar programas de estimulación y estrategias de intervención adaptadas a las necesidades de cada persona y, sobre todo, contribuye a mejorar la calidad de vida en la vejez.
El reflejo de lo que somos
Por otro lado, tiene también un valor social indiscutible: en una sociedad que envejece al ritmo vertiginoso de la actual, debemos aprender a valorar y aprovechar esa experiencia lingüística y comunicativa de las personas mayores. Quizás no se trata solo de que nuestros mayores “hablen más despacio”, sino de que quizá “hablan con más bagaje”. No es simplemente que “les cueste más procesar”, sino que, como muchos defienden, poseen más herramientas para procesar y un repertorio más amplio entre el que elegir.
En definitiva, no se trata solo de vivir más años, sino de vivirlos manteniendo intacta la capacidad de expresión con eficacia y precisión. El lenguaje es mucho más que un medio de comunicación: es el reflejo de lo que somos. Y quizá la pregunta que deberíamos hacernos no es solo cómo envejece el cerebro, sino cómo queremos envejecer sin perder nuestras palabras.