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EL CABECICUBO: SERIES, DOCUS Y TV

Riviera, la serie de ricachos que necesitaba el género de 'amor y lujo'

No hay nada más agradable de ver en televisión tras un duro día de trabajo y sinsabores que ver a un grupo de millonarios pasándolas canutas por el motivo que sea

BARCELONA. Desde que los adolescentes en lugar de ir a las guerras a que les destripasen por culpa de charlatanes, como los que se están poniendo de moda ahora, se quedaron en casa consumiendo los productos que el capitalismo había diseñado para ellos, a saber, ropitas, discos, revistas, películas, tebeos, novelas, etcétera... todas las generaciones que han venido detrás de aquellos adolescentes de los 50 han tenido a bien distinguirse de los demás por sus gustos. Incluso ideológicamente. La exhibición impúdica de fragmentos de ideología hilvanados caprichosamente en barrocas subordinadas también se hace para distinguirse. Para no ser un individuo gris que no mola nada. 

A las muchas pegatinas que puede ponerse uno en la frente para ser especial, vino a unirse en este siglo tan extraño la de las series. Aparecieron de repente como tres millones de ellas y desde entonces a la pregunta ¿Cuál estás viendo ahora? se trabaja la respuesta en casa gastando horas y horas que muchas veces no merecen la pena. 

Pienso en la última temporada de House of Cards, la quinta. Nada de lo que ahí suceda puede impresionarme. Lo han hecho ya todo y me puedo esperar que ocurra cualquier cosa. Han roto todos los himencillos de la glándula de la sorpresa de mi cerebelo. Y lo que es peor, me da igual lo que pasa, pase o hagan los Underwood. 

De esta manera, llegué a una conclusión. ¿Cómo mejoraría más mi vida? ¿Cómo adornaría más mi interior? ¿Viendo los diez capítulos que me quedaban de la temporada antes de abandonarla o las diez películas de Buñuel que me faltan? Ocurría en menos de dos semanas. 

Es muy grave porque significa que eso con lo que las series invadieron nuestro tiempo de ocio, el de estar tumbado frente a una pantalla ingiriendo alimentos o demasiado duces o demasiado salados, el engancharte a muerte a una historia, por ridícula que esta fuera, se está perdiendo. Al menos en mi caso. Todos los grandilocuentes proyectos que van saliendo con ideas estupendas me dan pereza. Juego de Tronos, Westworld... una la empecé y la dejé antes del fin de la primera temporada y la segunda ni me molesté en hacerlo.

No obstante, en estos momentos de estancamiento lo que hacen todos los géneros artísticos, sobre todo en la música, es el revival. Pero no entendido como volver a hacer lo que se hacía antes, filmar de nuevo títulos antiguos, sino como hacerlo de nuevo como se hacía antes. Y en este sentido ha habido una serie que me ha llenado de esperanza: Riviera. 

No es porque espere de ella que tenga un tratamiento y profundidad de los personajes como las hiperrealistas Soprano, Wire, A dos metros bajo tierra, Mad Men o In Treatment, que es algo que parece que hay que empezar a concienciarse de que no va a volver, es por todo lo contrario. 

Riviera es una serie de amor y lujo de las de toda la vida de dios. De entrada, el hiperrealismo no lo puedes calibrar porque en el mundo de los ricachos de alto nivel no has puesto un pie en tu vida y no sabes si lo que te están dando es realismo soviético o un anuncio de compresas aunque salgan quitándose paluegos con el palillo en la intimidad. 

Amor y lujo es un género que siempre le ha ido bien a la televisión. Los problemas de los ricachos son un alivio para la población general. Si te ponen una serie de un tío que lleva en paro ocho años, le quitan la casa y encima le abandona su pareja pues se te parte el alma. No estás todo el día haciendo cosas rutinarias y cansinas para al terminar coger el sillón con gusto y pasar por una experiencia traumática de dolor y ansiedad. Pero en el caso de los ricos televisados es al revés, por mucho que sufran, por mucho que sus desgracias sean como las de Medea, como tienen todos pasta, pues dices: "que no se quejen tanto". Es una fórmula infalible. 

Por eso, tras el primer capítulo Riviera merece una oportunidad. Nos ha mostrado muchas cosas de ricachos que mola ver. Cómo se gastan millones de euros en el engañabobos del arte moderno. La figura del hijo tonto, indisociable a las grandes fortunas. Y las vidas paralelas, porque hacer deportes caros a la vista de otros ricachos está bien, pero marida mejor con lo que haces después en tu apartamento secreto. Todo esto lo tenemos en el inicio de Riviera y nos gusta.  

Luego, como ya ha sido anunciado en las sinopsis, muere en extrañas circunstancias el ricacho padre. A partir de ahí, comenzará una búsqueda no solo del porqué de su muerte, que nos importa poco, o menos que la búsqueda de su verdadera personalidad que realiza su ex mujer. Eso, otra vez, mola. Y no nos engañemos, Krzysztof Kieslowski no planteó algo muy distinto en Tres colores: azul y le pusieron de genio magistral del universo y más allá. 

Hay un maestro del melodrama detrás de esto, Neil Jordan. Es el creador del juguete junto a escritor John Banville. Se ha grabado en la Costa Azul, es de hecho una producción íntegramente europea, y transcurre por localidades como Mónaco, Niza o Montecarlo.  

Me ha hecho gracia particularmente las declaraciones de la protagonista, Julia Stiles, en las que revela que Jordan le sugirió que el ambiente que respira la serie es el del dicho de que detrás de cada fortuna hay un gran crimen. A lo que ella añade "Creo que es una buena premisa para una serie, pero hay muchos ejemplos de personas ricas que han hecho su fortuna de manera honesta, como nuestro productor Paul McGuiness". 

No me digan que no son adorables. Pues lo dicho: que empiecen a sufrir tormentos. 

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