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La AVI: un proyecto colectivo

A mediados de los años ochenta se creaba por la Generalitat Valenciana (GVA)  el Instituto valenciano de la mediana y pequeña empresa (IMPIVA) cuyo principal objetivo era ayudar a nuestras empresas a incorporar de todo tipo de inputs intangibles (calidad, diseño, cumplimiento de normas técnicas internacionales, formación especializada, etc.) necesarios todos ellos para transformar un modelo productivo mayoritariamente basado en estrategias competitivas de bajo coste salarial, y, por tanto, de precios bajos, a uno fundamentado en el alto valor añadido y la diferenciación del producto.

Pero para que ello fuera posible, no bastaba con facilitar ayudas bajo demanda, en forma de subvenciones, aunque ello resultara necesario. Con un tejido productivo formado por empresas de muy pequeño tamaño, sin posibilidad de obtener economías de escala, se hacía imprescindible disponer de un conjunto de infraestructuras de servicios avanzados en el núcleo mismo del territorio en donde se ubicaban las principales aglomeraciones industriales (Calzado, Juguete, Textil, Agroalimentaria, Mueble, Cerámica, etc.) de manera que las empresas, del tamaño que fueran, pudieran disponer de todos aquellos servicios intensivos en conocimiento, laboratorios de ensayo y tecnologías relevantes para el sector, a menos de 10 km. de la puerta de sus fábricas. Así nacieron los llamados Institutos Tecnológicos (IITT), bajo la forma de Asociaciones de Investigación, fruto de la cooperación público-privada, aunque financiados por completo en sus inicios por la GVA y los fondos europeos.

El éxito de los IITT es muy fácil de medir si consideramos que, entre 1988 y 1993 que son los años de consolidación de la red, ya se alcanzaron las 2.500 empresas asociadas (pronto llegarían a las 7.000), contribuyendo éstas desde entonces a la financiación privada de aquellos, cosa que ex ante hubiera sido completamente imposible. Pero hay otros indicadores positivos de relevancia, como por ejemplo el hecho constatado de que las devoluciones de productos, a causa del incumplimiento de normas técnicas internacionales, cayeran en picado, que la cultura de la calidad arraigara incluso en las pequeñas empresas manufactureras, o que el diseño pasara a ser un componente generalizado de la competitividad de éstas.

Naturalmente, ahora nadie cuestiona ni la utilidad, ni la importancia estratégica que una red como la de Institutos tecnológicos (REDIT) tiene para la innovación  y la mejora competitiva de nuestras empresas; pero no siempre fue así, y desde luego no fue así en sus orígenes. Con una patronal politizada en extremo, una oposición beligerante hasta cotas inimaginables, y la inapreciable contribución de ciertos medios de comunicación, empeñados en que nada que tuviera que ver con el mundo de la empresa y viniera de un gobierno progresista tuviera éxito, sólo la firmeza de la GVA y el apoyo implícito de la base empresarial directamente concernida por unas políticas que (ellos no dudaban) iban a su favor, permitió culminar el proceso con éxito.

 Si he de ser sincero, todo hubiera sido más fácil, más rápido, y más potente, si aquella política hubiera sido considerada desde el principio como una auténtica Política de Estado, como se pretendió desde el inicio. Pero, como suele ocurrir por estos lares, aquí lo importante no fue nunca qué se hace, sino quién lo hace. Y, claro, así nos va.

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