VALÈNCIA. La cultura estadounidense, nos guste o no, nos ha moldeado y lo sigue haciendo. Unas veces de forma espectacular, otras más subliminal. Sus imágenes icónicas y las de su cultura pop forman parte de nuestra memoria colectiva y tienen un punto perverso. Las imágenes que mostraron los tiempos, que reflejaron la realidad, es después de su publicación a lo que queremos parecernos y lo que queremos reproducir. Un círculo un poco absurdo.
Es un efecto chungo que no compete a este espacio analizarlo y encontrar sus mecanismos, pero sí que podemos hablar de uno de sus grandes artífices, Harry Benson, del que se estrenó el año pasado un documental sobre su carrera, Harry Benson shoot first, de Justin Bare y Matthew Miele.
Este hombre ha fotografiado a presidentes de Estados Unidos y a monarcas, como la reina de Inglaterra. A los Beatles cuando aún no había comenzado la explosión americana. Consiguió entrar en el rancho de Michael Jackson y fotografiarle haciendo cosas de Michael Jackson en su intimidad. También esbozó las técnicas del paparazzi sacando famosos en un descuido playero, en su caso a Greta Garbo, para disgusto de la actriz. Y supo combinar todos estos géneros con los más arriesgados. Viajó por todo el mundo, visitó cárceles, campos de refugiados y conflictos. Aunque tuviera como máxima la frase "quiero trabajar para Life, no morir por Life", también se jugó la vida en algunas ocasiones y cuando ya estaba consagrado.
En el documental el recorrido a una obra tan enorme es, desgraciadamente, rápido y algo superficial por la fuerza de los hechos, pero eso solo habla de la dimensión del personaje. Por ejemplo, retrató a Bobby Kennedy en familia, de vacaciones, y el mismo día de su asesinato. Cuenta recordándolo que quiso seguir el crimen hasta el final, hasta que su féretro estuvo bajo tierra de modo que también se encargó de su funeral.