El final de unas elecciones es siempre el inicio de las siguientes. Las recientes elecciones generales han dejado un panorama político algo más claro que hace unos meses, pero en apenas unas semanas los perdedores y ganadores de las generales tendrán la oportunidad de oro de revertir sus derrotas -o incrementar sus ganancias- en las elecciones municipales, autonómicas y europeas. Además, dado el maratón de elecciones de estos últimos seis meses, este será el comienzo de una larga sequía electoral de casi cuatro años, una eternidad en política (piensen que hace cuatro años, ¡Rajoy aún era presidente con mayoría absoluta!). En vez de electoralismo, los partidos tendrán que hacer política, y las trincheras y posiciones que se ocupen ahora no se moverán en muchos años.
Para el Partido Socialista, el principal desafío es obvio: tiene que transformar su victoria en las urnas en una fórmula de gobierno, y aún no sabe cómo. Aunque las bases ya le gritaron a Sánchez “con Rivera no” en la noche electoral, los dirigentes del PSOE tienen buenas razones para preferir un pacto con Ciudadanos. Es mucho más cómodo un pacto con un solo socio que con tres o cuatro, Ciudadanos previsiblemente no querrá carteras ministeriales, si hay que ir a Bruselas a pedir favores es mejor hacerlo con un miembro de ALDE que con Pablo Iglesias del brazo, y con los resultados del 28A peligran muchos feudos socialistas que tal vez se puedan mantener con ayuda de Ciudadanos (atención aquí a las grandes ciudades, donde la suma PSOE+C’s puede tener mayoría y ser un factor de negociación). Y además este pacto desactivaría al principal rival por el voto del centro, y desarmaría toda la estrategia de las derechas de acusar a Sánchez de vender España a los independentistas. Por eso la estrategia socialista para esta segunda vuelta seguramente será crecer aún más por el centro (de forma que una bajada de Ciudadanos haga recapacitar Rivera), pero sin cerrarse la opción de un pacto de izquierdas.
El mayor perdedor de las elecciones generales sin duda ha sido el Partido Popular. Ha perdido la mitad de escaños con respecto a 2015-2016… y esas elecciones ya trajeron una pérdida de un tercio de lo logrado en 2011. Y por si fuera poco, ahora no solo pierde votos por el centro, sino también por la derecha. Los pánicos, ya sean en bolsa o en política, se retroalimentan y hunden marcas. Si el PP quiere evitar la debacle, tiene que lograr al menos dos objetivos en las siguientes elecciones: seguir siendo el segundo partido más votado, y mantener poder territorial y local. Eso garantiza presencia en los medios y relevancia. Para ello, Casado ha hecho un relativo giro al centro, exponiendo su flanco derecho a VOX, pero apostando por recuperarle terreno a Ciudadanos, la amenaza directa ahora mismo. La extrema derecha, desvelada al fin la incógnita de su verdadero tamaño (bastante inferior a lo estimado), tarde o temprano tendrá que someterse al implacable dictado de la ley electoral y del voto útil. Casado solo tiene que asegurarse de que el día que vuelvan al redil, ese voto útil siga siendo el PP.
Ciudadanos aparentemente ha pegado un gran salto adelante, pero ha sido gracias a una apuesta arriesgada que ahora puede volverse en su contra. La apuesta consistió en ponerle un cordón sanitario al PSOE y comprometerse a no apoyarle, y pretendía hacer el partido más atractivo para aquellos ex-votantes del PP hartos de la corrupción de los azules pero que no por ello querían apoyar a un gobierno socialista. Pero al mismo tiempo, esta estrategia ha incomodado a muchos de sus votantes más centristas: gente que vota a Ciudadanos porque cree que España necesita un partido de centro, llamado a superar la maldición de las “dos Españas”, y capaz de pactar con los dos “grandes” para que estos no necesiten ceder ante los nacionalistas. Para estos votantes, el cordón sanitario –que fuerza al PSOE a depender de los nacionalistas si quiere gobernar- es una caída de lleno en los peores vicios de la política de bloques. Una caída que además no ocurre por mor de unos ideales o por perseguir lo mejor para España –de hecho, y según la narrativa de Ciudadanos, ¡es malo para España!-, sino por motivos más bien espurios: Ciudadanos ve al PP a tiro de piedra y cree poder convertirse en un “grande” si le alcanza. Partido grande, ande o no ande. Pero el sorpasso que anunciaban algunas encuestas para las Generales no se ha producido, y pese a toda su retórica Ciudadanos sigue siendo el tercer partido.