VALÈNCIA. Podrán venir muchas plataformas de pago, televisores con pantallas envolventes que te den masajes y contenidos audiovisuales a través de YouTube que conviertan la tele profesional en un ridículo vestigio del pasado; podrán llegar muchas modernidades, pero todavía, quedarse un sábado en casa y meterse entre pecho y espalda una Noche Temática de La2, no hay nada que pueda igualarlo.
La semana pasada se rescató un documental estrenado en la televisión pública en abril de 2016, tan solo un año después de su producción, 2015. Su título Dos bombas para una espía, del francés Gérard Puechmorel. Contaba la historia de Elizabeth Zarubina, una agente soviética que coordinó el operativo de espías en territorio estadounidense que consiguió el éxito más ambicioso que jamás pudiera proponerse una agencia de inteligencia entonces: robar el secreto de la bomba atómica.
Sabemos que la inteligencia soviética fue la mejor del mundo. No en vano, llevaba puesta en marcha desde treinta años antes de la II Guerra Mundial y, la comprensible paranoia de la URSS de que iban a intentar destruirla por todos los medios, no hizo más que entrenar y ejercitar a un cuerpo de espías excelente. Como cuenta el documental, se sirvieron de los miles de judíos que tuvieron que abandonar Europa Central con el auge del nazismo y las políticas antisemitas, primero de persecución y poco después de exterminio. Reclutando a los refugiados, crearon células durmientes que se activaron después de la guerra. En algunos casos, casi una década después.
Hay que mencionar que los soviéticos pudieron ganar esa guerra en parte gracias a su espía en Tokio, Richard Sorge, que les confirmó que Japón no atacaría la URSS por el este, de modo que pudieron volcarse en la defensa del oeste, por donde entraba el invasor nazi. El desarrollo de la Guerra Fría, o su propia existencia, se debió también a una acción de inteligencia. La protagonizada por esta espía, Elizabeth Zarubina.
Había sido entrenada en la eliminación de troskistas. Se ganaba su confianza en el extranjero y los delataba. La voz del locutor del documental es fría como el texto de sus memorias que está leyendo cuando dice: "Sabía que cuando los detuvieran los iban a ejecutar".