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'El fin de la comedia'

El humor 'made in Spain' que escarba en la miseria humana

Tirar al actor del pedestal y pisarlo después para conseguir la risa incómoda. Es la fórmula de series agridulces que emulan la vida real de detrás de las cámaras y elevan el fracaso a un tipo de humor adictivo y desagradable a la vez

VALÈNCIA. Una noche, Ignatius baja de un autobús en el pueblo en el que va a realizar una actuación. Casi al momento, descubre que se ha equivocado de lugar y que su billete de vuelta a Madrid no es hasta las 10 de la mañana. Por supuesto, no tiene sitio donde pasar la noche y en la estación de autobuses solo está él, en bermudas y cargando con un scalextric que no le hace falta. En una sucesión de situaciones incómodas, consigue un billete para marcharse esa madrugada, evita un suicidio de chichinabo, le vomitan encima una mezcla de alcohol y Dormidina y acaba pasando la noche siendo el oso de juguete de tamaño adulto del trastornado vendedor de billetes de la estación.

El fin de la comedia (2014) es la serie que plasma la decadencia de detrás de los focos que asola la (supuesta) vida de Ignatius Farray. Una oda al bajón de la cotidianidad, a la realidad podrida que se extiende una vez sale del escenario. La tristeza, con todas las letras que, sin embargo, hace gracia. Y como ella, otras series que han convertido el lado vergonzoso del cómico estrella en una fuente de humor incómodo. Series que los bajan del pedestal a golpes y les escupen una vez en el suelo mientras el espectador se pregunta “¿puedo reírme de esto?” Como Ignatius, Louis C.K., Larry David o Ricky Gervais son otros monstruos del sector que cogen el fracaso y los trapos sucios y los colocan delante de una cámara. El ídolo televisivo baja de la cumbre ondeando la bandera de la decepción.

La sonrisa congelada

Claro, hay que recalcar que todo es ficción, guión y una forma de jugar con el humor y los límites éticos del público. Pero una ficción tan factible que es imposible no pensar que una vez Ignatius acabó perdido en un pueblo desolado rodeado de personajes extraños. Una ficción que es capaz de coger una situación incómoda, darle la vuelta y convertirla en algo cómico, como una mierda cubierta de purpurina rosa. El resultado es que algo que hace sentir mal al espectador, también le hace reír. Lo que consigue esta vuelta de tuerca al humor negro es que un personaje con una vida decadente y momentos amargos, por la magia del contexto, lo absurdo y la actuación, arranque una tímida sonrisa ante la idea de mofarse de la desgracia de alguien. Este mágico fenómeno se puede catalogar como “sonrisa congelada”, o lo que es lo mismo, la expresión que luce en la cara del espectador cuando la moral que le queda le grita desde sus entrañas que no se ría porque nadie crea a Ignatius cuando dice, con la voz entrecortada, que tiene un problema de corazón.

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