VALÈNCIA. Tal y como contó DK Holm en su biografía sobre el dibujante, los padres de Robert Crumb eran católicos. En lugar de divorciarse, llevaron vidas separadas. La de su madre, no muy apasionante. Enganchada a pastillas todo el día delante de la televisión rodeada de gatos. Se pasó cuatro años, según dijo su propio hijo en una entrevista, viendo la televisión ininterrumpidamente. Durmiendo incluso delante de ella en el sofá. Con su padre nunca llegó a entenderse.
El cómic pronto se reveló como una salida para esa situación un tanto asfixiante que seguía luego en el instituto, donde era un marginado. Mientras, dibujaba sus tebeos, obligado en parte por un hermano visionario, y trataba de venderlos de puerta a puerta. Al mismo tiempo, iba haciendo amistades por correspondencia.