Deberían ser el colmo de la obsesión de los diseñadores por la tipografía, por los rótulos o por cualquier forma de señalización y, sin embargo, el mundo de las tumbas sigue en ese rincón tabú con el que nuestra cultura se enfrenta a la muerte.
Tal vez por eso, y por el mercantilismo que lo rodea, el arte funerario incluye ya entre sus opciones la lápida digital interactiva pero sigue reacio a innovar con gusto en lo que a gráficas se refiere, continuando anclado varios siglos atrás cuando se tallaba la piedra, por lo que la forma actual responde a la tradición con la que el artesano trabajaba el material, y por eso la tipografía estrella es la romana, la de serifa que recuerda a una fuente tallada a cincel por los mismísimos romanos.
En el diseño de lápidas hay mucho nicho de mercado. Igual que llegó hace años al tatuaje podría llegar en breve a las artes fúnebres. Se siguen ofreciendo servicios artesanales, que aparentemente es lo que aporta valor, aunque el proceso se fue modernizando desde mediados del siglo pasado (ahora con ordenadores y fresado por control numérico o el láser como la novedad en el sector) pero el aspecto es siempre una especie de trampantojo sobre granito, ya que el público demanda cosas que parezcan tradicionales, pero pagando la opción barata en cuanto a producción, a lo que se suma que no hay nada peor que ofrecer múltiples opciones lo que lleva a desastres como efectos sobre las fuentes como sombras, artísticos bajo relieves o contornos que han hecho que un paseo por un cementerio reciente parezca un recorrido por las opciones tipográficas del Word.