VALÈNCIA. Hace diez años, en 2008, se publicó la novela de Ewan McEwan Chesil Beach. Una novela corta, aparentemente menor de su autor después de obras tan importantes y monumentales como Expiación, que escondía en su esencia íntima una gran cantidad de reflexiones en torno a la sociedad de los años sesenta en la que transcurría la mayor parte de la acción.
Estaba construida Chesil Beach casi como si fuera una pieza de cámara, como una obra suspendida en un espacio y en un tiempo destinados a desaparecer. Cerrada y minimalista. Y ese mismo espíritu es el que ha intentado capturar en su adaptación cinematográfica el director británico Dominic Cooke.
Se trata de su ópera prima después de haber sido una de las personalidades fundamentales de la escena británica y convertirse durante algunos años el director artístico de The Royal Court. Casi con cincuenta años se puso por primera vez tras la cámara gracias a una serie para la BBC que bajo el título The Hollow Crown se encargaba de adaptar diferentes obras de Shakespeare como Ricardo III o Enrique VI.