VALÈNCIA. Estupefacto. Así te deja ¿Quién es América?, el último trabajo de Sacha Baron Cohen. Estados Unidos nunca ha sido plenamente idolatrado en España. Aunque su cultura nos invadiera con éxito y lo siga haciendo, siempre se ha puesto en duda hegemonía. Todos estamos americanizados, pero quien ha exagerado en este punto o se ha dejado llevar demasiado es muy complicado que no pareciese tonto.
Atrás quedaron la películas de vaqueros y el cine de Hollywood con sus roles bien definidos. También el rock y la cultura popular. Ahora la invasión nos llega también por la izquierda de los campus universitarios yanquis y su oposición neoliberal. No es menester de esta columna profundizar en la influencia, buena o mala, de este gran país, pero sí señalar que en lo que indaga esta serie que se acaba de estrenar en España es en el corazón de la bestia.
El programa consiste en una serie de falsos programas, presentados por falsos presentadores que interpreta el autor con diferentes disfraces y caracterizaciones más o menos grotescas. Los entrevistados son engañados. Como contó El País, Sarah Palin se percató de la trampa y se quejó de que su sentido del humor era un insulto para sus conciudadanos: "Soy una de las personalidades estadounidenses que ha caído víctima del 'humor' malvado, abusivo y enfermo del 'cómico' británico. Me lo presentaron como un veterano de guerra. Es una falta de respeto para los militares y la clase media por parte de un extranjero".
En los dos capítulos que se han emitido, la hilaridad es la tónica predominante, pero hay momentos de auténtica y genuina estupefacción. Uno de ellos es cuando se entrevista a Dick Cheney, ex vicepresidente de Estados Unidos en la infausta época de George Bush Jr., que ahora incluso parece buena.
Vemos tics de la política americana que también son muy nuestros. Es el de denominar "interrogatorios mejorados" a interrogatorios en los que se emplean técnicas de asfixia simulada. Es un coronel del Mosad el que pregunta y Cheney explica sin rubor, intercambiando jocosamente los términos "tortura" e "interrogatorio mejorado", sin importarle gran cosa la diferencia -porque no la hay- y admitiendo lo de la asfixia. Hasta tal punto de inmoralidad llega la cosa que el coronel saca una botella de plástico para asfixiar a un prisionero y le pide que se la firme, a lo que accede gustosamente.