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vals para hormigas / OPINIÓN

Alicante, según Haneke

18/07/2018 - 

El verano es buen momento para reflexionar sobre Alicante. Más que nada, porque solo hay espacios en blanco y rumor de aires acondicionados. Entrar en la canícula de una ciudad con tantos propietarios de apartamentos en la playa tiene algo de retiro monacal, de parada en la autopista, de cigarrillo en la calle a mitad de jornada. En plena época turística, no hay nada como echar un vistazo a esta ciudad que siempre ha tenido a Benidorm en el retrovisor, pero que se comporta como si tuviera la playa aún más lejos que Valencia. Y en cierta medida es así. Quizá porque podemos sacarle partido al invierno, hemos descuidado el Postiguet, la postal preferida de los telediarios, nos hemos desconectado de la Albufereta, a la que solo el milagro de la ciclovía de la Cantera podría salvar, y no nos acordamos de que nuestro litoral continúa más allá del Puerto, con el Faro de Santa Pola en lontananza. El verano es un buen momento para reflexionar sobre Alicante, esa ciudad que nos empeñamos en que sea de interior, pero con vistas al mar.

Hablo con una amiga que vive en el extranjero y que está aquí de visita. Lleva veinte años fuera y suelo preguntarle cómo ha visto Alicante. Creo que jamás ha variado una coma su respuesta: sucia, desaprovechada y sin motivos para evitar el desarraigo. Cerca de veinte años igual. Claro que mi amiga es una expatriada vocacional que se hartó de alimentar la nada cuando aún estaba previsto ratificar un planeamiento que aún no ha encontrado quien lo firme. Es posible que la ciudad presente el mismo aspecto que cuando mi amiga cruzó el charco. Que apenas se distingan variaciones en el electrocardiograma. Que ni siquiera tras las mayores transformaciones sociales, tras los mayores avances tecnológicos de la Humanidad, se perciba la más leve mutación, salvo el wifi de los bares. Alicante es una esfinge congelada en el tiempo que mira al mar como podría estar mirando a una pradera, a los trigales castellanos o a la cordillera del Himalaya. Y sigue sucia. Y sigue desaprovechada. Y sigue sin despertar el arraigo. Como hace veinte años.

La acción de la película Blade Runner transcurre en 2019 y ya hay quienes reclaman que deberíamos conducir coches voladores y un test Voight-Kampff de bolsillo para poder distinguir a los replicantes de los humanos. Alicante es la ciudad perfecta para quienes prefieren una berlina y mil certezas porque no se han dado cuenta de que el futuro nos ha pasado por encima. Una ciudad entregada al presente y los inviernos suaves a la que no le importa perder su fisonomía siempre que se conserven el Hércules, las Hogueras y la Romería a la Santa Faz. Y que el acceso a la Playa de San Juan no tenga retenciones. Leo una entrevista al cineasta Michael Haneke que publica El Mundo y encuentro, quizá, una clave más para entendernos. Dice el director austriaco que sus películas se parecen porque no puede hablar de lo que no conoce, porque las cosas que le preocupan y las que le gustan son las mismas y porque pasada cierta edad, ya somos como somos. Y los alicantinos somos una película de Haneke sin el talento de Haneke. No queremos conocer otra cosa. No sabemos qué nos preocupa ni qué nos gusta. No hemos sido capaces de encontrar a nadie que nos rejuvenezca la mirada, a nadie que se brinde al riesgo, más allá de que te pinchen el móvil consistorial, a nadie que sepa sacar las tripas fuera para comprobar lo que hay dentro. Vamos sumando retratos de alcaldías y lo único de lo que hemos sido capaces es de escribir la sinopsis de un proyecto sin guion. Y además, en verano, desaparecemos.

@Faroimpostor

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