Anoche tuvo lugar la votación en el Parlamento británico con la que se aprobó o desestimó el plan de Theresa May para sacar adelante el Brexit. Todas las previsiones indicaban que la Primera Ministra cosecharía una derrota mayor que la de Malta frente a España en aquel histórico 12 a 1, y mucho menos sospechosa. Pero las últimas decisiones importantes que se han tomado en todo el planeta, y seguimos con el fútbol histórico, han salido como el gol de Cardeñosa, con lo que, probablemente, esta mañana descubriremos que hay un hueco en la almohada en la que antes reposaba la cabeza el Reino Unido y una nota de despedida. No sos vos, soy yo. El único clavo al que aferrarnos los que defendemos la unidad europea es que May es, quizá, peor estadista que Mariano Rajoy. Y si el líder popular remojó su derrota en un whisky on the rocks, la noche de la moción de censura, puede que la inquilina del 10 de Downing Street se hinchara ayer a sangría para olvidar su fracaso. May be.
No tengo claro si somos conscientes de lo que el Brexit puede influir en nuestras vidas. Las nuestras, la de los alicantinos. Por supuesto que es vital que Europa no se deshilache como el borde de un jersey. Su marcha de la UE tendría el mismo impacto que el de un asteroide de grandes dimensiones que rozara la atmósfera. Nuestro eje variaría, se alteraría el curso de los días y sería el llanto y el chirriar de dientes. Un pequeño apocalipsis del que solo saldríamos después de conseguir hacer tablas en varias partidas al ajedrez contra la Muerte. Pero, además, el éxodo de británicos detonaría en el mismo centro de nuestra economía provincial, tan dada a mantenerse en pie gracias a las inversiones extranjeras en nuestro territorio. La decisión que anoche se tomó en Londres repercutió en gran medida en Alicante, mucho más allá de los bares de Benidorm en los que se agruparan los súbditos de Isabel II para seguir el debate por televisión.
Recientemente hablé con un destacado representante inglés en la provincia. Andan los residentes en España muy cabreados. Sostienen que nadie les preguntó, que no les han dejado expresar su opinión, que no saben lo que va a ocurrir. Y que el retroceso que supusieron la crisis y la incertidumbre del Brexit en sus economías, que provocó un largo reguero de vueltas a su país desde el soleado Mediterráneo, se está arreglando, pero que no saben hasta cuándo. Quiero pensar que los políticos provinciales están tomando cartas en el asunto y están llegando a acuerdos que favorezcan la estancia en nuestros puntos turísticos más estratégicos de los ciudadanos del Reino Unido. Me gustaría comprobar que el resto de alicantinos somos conscientes de la situación. Mientras sigamos dependiendo en gran medida del ladrillo y del sol, mientras cosamos a nuestro padrón tal cantidad de apellidos ingleses, galeses, escoceses y norirlandeses, mientras en el norte sigan a rajatabla el precepto divino de visitar la Costa Blanca antes de morir, seremos miembros indirectos de la decadente Commonwealth. Anoche tendríamos que haber estado todos pendientes de Westminster. Para saber si servíamos de escenario para una novela sobre el final de un imperio, como las de Kipling o Conrad, o si, por el contrario, seguíamos aferrados a esa historia aún por escribir en la que Europa se decide de una vez a creer en sí misma y en sus posibilidades. Y en las nuestras.
@Faroimpostor