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vals para hormigas / OPINIÓN

A medio minuto de la ciencia ficción

27/05/2020 - 

Ahora que por fin estamos a medio minuto de pisar el terreno movedizo de la ciencia ficción, me atrevo a confesar en primicia que Julio Verne no me gusta. No es nada personal, simplemente que en la infancia se me cruzó Salgari con sus corsarios y de ahí pasé a La isla del tesoro de Stevenson. Y, francamente, una vez que uno embarca en La Hispaniola y prueba los guisos de Long John Silver, no hay manera de enrolarse en el Nautilus, salvo que a Nemo le dé por atracar en Madagascar o en Isla Tortuga. El enigmático capitán de submarino es probablemente el personaje del autor francés que más haya llegado a interesarme, junto al correo del zar Miguel Strogoff, quizá porque en mi imaginación de lector temprano las distancias que se miden en verstas eran más exóticas que las incursiones en la Luna o en el centro de la Tierra. No me quedó más espacio para el futuro que en el cine. Lo que pedía aquel niño miope y flaco eran pruebas evidentes de que se puede uno evadir del presente sin más ayuda que la de una cucharilla y mucha paciencia. O la de un Conejo Blanco, si se da el caso.

A medio minuto de la ciencia ficción, uno sigue tratando de capturar in fraganti a una mesa con una pata levantada, que es lo que hacen cuando creen que nadie les observa. No está la realidad como para esperar durante horas en un cruce de caminos a que te fumigue una avioneta. Ni en lo microscópico ni, casi menos, en la gama de colores chillones en que se ha convertido la simple vista. También aquí la literatura dio oportunidad de elegir, allá por la juventud universitaria, en la que los mejores planes de fuga parecían residir en el realismo mágico de Gabo o en el absurdo cotidiano de Cortázar. Algún día me atreveré a confesar en primicia que García Márquez no me gusta, pero todavía no he reunido los redaños necesarios. De momento, en este terreno baldío y minado en que se han convertido el confinamiento y la desescalada, uno ha procurado armarse de instrucciones para subir una escalera o dar cuerda a un reloj, porque nunca se sabe. Con tantas horas muertas, quizá más de uno se haya alistado en la revuelta siempre frustrada contra los relojes.

Me queda así una realidad que cada vez me gusta menos, un niño que se esconde en un barril de manzanas para espiar a los piratas y una cortazariana casa tomada de la que se hace preciso escapar, sin saber si en la ciencia ficción para la que apenas queda medio minuto hace falta escafandra o no. Entre el acoso de los que no saben mirar más que de reojo y la comodidad de un presente retorcido, comprendo que es el momento de confiar en los jóvenes que vienen con manuales para sobrevivir a la humanidad. Afortunadamente, no se trata de gritar que el mundo es nuestro y lo queremos ahora, como Jim Morrison. El líder de The Doors no es un buen referente existencial después de los 25 años, a pesar de que manejaba el flujo de conciencia como nadie hasta que llegó Juan Carlos de Manuel. Se trata de escuchar de una vez a quienes comprenden que del futuro previsto también puede uno evadirse. No voy a dar los nombres que todo el mundo conoce porque hay mucho tiquismiquis suelto. Son quienes expanden la conciencia medioambiental. El empeño por la educación. La tolerancia social. Y esa idea tan postindustrial de que las fronteras físicas son un espanto, pero las mentales son aún peores. Bueno, va. No me gusta Gabo.

@Faroimpostor

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