La compañía Oligor y Microscopía traen su preciosista e íntima La melancolía del turismo al Teatre El Musical
VALÈNCIA. Es una casualidad paradójica, sino un guiño directamente a la contra, que el Teatre El Musical haya programado este fin de semana a una compañía que se esmera por dar valor a los objetos. En pleno desenfreno consumista desatado por el Black Friday, Oligor y Microscopía se instalan los días 29 y 30 de noviembre en el centro cultural de El Cabanyal con una propuesta donde vuelven a arrojar una mirada curiosa y entrañable a miniaturas, máquinas y elementos que han tenido una vida, unos propietarios, un uso que les han conferido un alma.
“Contar el mundo desde lo ínfimo te abre a una poesía que no te muestra la realidad desde un acercamiento tan literal, sino que te permite entrar en lo que llamamos la primera metafísica del ser humano, esto es, la infancia”, explica Shaday Larios, que junto a Jomi Oligor conforma un dúo teatral interesado en extraer la grandeza de lo pequeño.
En esta ocasión, la compañía estrena una pieza en la que reflexiona sobre las expectativas que generan las vacaciones. En La melancolía del turismo indagan en las construcciones mentales que nos hacemos durante los preparativos de los viajes. El resultado es habitualmente frustrante porque la ilusión creada no se ajusta a la realidad que aguarda en el destino.
“La melancolía también es una forma de percepción activa de lo real, y no de tipo pasivo, sino activo, porque te lleva a darte cuenta de un estado de quiebra de las cosas y a reparar en que lo que fueron paraísos o bien ya no lo son o guardan un imaginario de vacaciones que se perdió”, argumenta Larios, que se declara influida por la animación checa y por la artesanía y la afición al miniaturismo de su país natal, México, donde existe una mirada habitual hacia la pequeña escala.
La obra realiza una crítica tangencial al turismo de masas. En un momento marcado por el auge de cruceros, la democratización de los vuelos a través de las aerolíneas low cost y la gentrificación de las ciudades, la Organización Mundial del Turismo (OMT) arroja la previsión apabullante de 1.800 millones de viajeros en circulación en el mundo en 2030.
A esta sobreexplotación se une la proyección de una imagen idílica y folklórica de los lugares de vacaciones. “Pasa mucho en Latinoamérica. Allí hay una explotación de la pobreza muy fuerte, y como en el turismo actual hay una búsqueda de lo auténtico, la realidad marginal de los destinos se exotiza. De modo que se viaja a lugares que no existen”, objeta Shaday Larios.
Oligor y Microscopía reparan en este presente molesto y en su futuro abrumador, pero también en el tipo de imágenes que producimos durante los tiempos excepcionales de ocio. Para fundamentar su espectáculo, en esta ocasión, en lugar de visitar rastros y mercados como acostumbran, la compañía se acercó a lugares que en su día fueron codiciados destinos turísticos, pero que hoy día han sido abandonados.
En un mundo donde prima el cinismo, la formación opone la bondad. “Creemos que en la ternura radical, en la claridad, en la honestidad, el acompañamiento y el afecto hay una revolución. Lo fundamental es ponerse en el lugar de los demás cuando trabajamos con la memoria de los otros. Nosotros procuramos ser conscientes de estas historias de vida, escuchar a la comunidad que hay en torno, tratar de transmitir el elemento humano que tiene la materialidad”, detalla Larios, a modo de manifiesto.
En esa insurrección juega un papel primordial el envite de la pareja por la analogía. Su teatro prescinde de las nuevas tecnologías y, por extensión, suspende el ritmo acelerado contemporáneo. “Los que nos dedicamos al teatro de objetos siempre sentimos una fascinación por las tecnologías precarias, por ese otro tacto, ese otro acercamiento al funcionamiento de las cosas que se ha perdido. Y de algún modo, creemos que lo analógico nos permite una experiencia más íntima, tanto con las personas como con las cosas”, expone la mexicana.
De hecho, como en su anterior propuesta, La máquina de la soledad, una conferencia performativa sobre la memoria y la correspondencia epistolar, la puesta en escena es íntima, limitada a un aforo reducido a 40 personas en cada pase. El espectador está invitado a detener el tiempo, a observar y a apreciar: “En este mundo desenfrenado en el que vivimos, los objetos son meros consumos que se pierden y desaparecen rápido. El teatro de objetos es justamente lo contrario, porque se interesa por desacelerar y hacer las cosas de manera minuciosa”.
La melancolía del turismo es 100% analógico, hasta el punto de que han construido un aparato ex profeso para el montaje donde culminan su investigación de mecanismos y juguetes.
El tándem no sigue la dinámica del teatro de títeres, donde se da forma antropomórfica a los objetos, colocándoles brazos, piernas y rostro. “Nuestros protagonistas pueden ser un antiguo sombrero, una postal o una vieja fotografía. A través de ellos y de todo lo que los rodeó, se va hilando el relato”.
La suya es una postura contra la deriva del planeta. Frente a la cultura insostenible del usar y tirar, la formación mexicano-española practica un activismo escénico que ensalza el lirismo, la emoción y la humanidad que envuelve a los objetos: “Creemos en la afectividad como una manera de resistir a todo lo que está ocurriendo en el mundo, a cómo está ardiendo”.
La compañía La Zaranda presenta su obra ‘Manual para armar un sueño’ en la que reflexiona sobre los personajes “olvidados en el fondo del espejo” que se desvanecen entre camerinos y que notan el paso del tiempo sobre su piel. Una obra sobre el cansancio vocacional que podrá verse en el Teatre El Musical los días 26 y 27 de mayo