Tras ser exhibido en festivales, llega a la pequeña pantalla un documental que pone de manifiesto los defectos del protocolo de identificación de enemigos del programa de drones de Estados Unidos
VALÈNCIA. Repaso la hemeroteca de los periódicos y veo pocas noticas negativas sobre drones. Se habla de cómo nos ayudarán en los atascos, cuando haya inundaciones, que provocarán lluvias en la sequía y repartirán alimentos por todo el orbe. Lo cual es lógico, porque el invento es un gran avance. Si acaso, aparecen menciones al derecho a la intimidad de los ciudadanos. Por supuesto, los drones ya se han empleado para grabar a mujeres desnudas o lo que hace la gente en su santa casa a través de la ventana de su domicilio. Hay, de hecho, un extraordinario capítulo de South Park al respecto. El quinto de la décimo octava temporada.
Sin embargo, si para algo están funcionando los drones a pleno rendimiento en la actualidad es para su uso militar. Un documental estadounidense, estrenado el año pasado en Berlín y Tribeca y que ya ha llegado a Netfix, National Bird, de Sonia Kennebeck y producción ejecutiva de Wim Wenders y Errol Morris, ha analizado este fenómeno desde el punto de vista de los que disparan. En España no se le ha dedicado atención mediática hasta ahora. Ni siquiera a una de sus protagonistas, Heather Linebaugh, que apareció en una exclusiva de The Guardian hablando del programa de drones estadounidense. Solo das con su nombre y sus revelaciones en páginas en español si son de extrema izquierda.
Y es curioso, porque lo que puso de manifiesto el testimonio de esta mujer es que se está asesinando a personas inocentes en unos procedimientos militares que carecen de supervisión y garantías. Si esto no hubiese sido lo suficientemente preocupante durante los últimos años, en los que las víctimas se cuentan por miles, hay que añadir que en marzo apareció en el Washington Street Journal que Donald Trump había autorizado en secreto también a la CIA a asesinar terroristas con drones, algo que hasta entonces solo podía hacer el Pentágono.
De momento, lo que tenemos los humildes mortales, los telespectadores, es este documental para informarnos de cuál es el funcionamiento de esta estrategia militar. Un relato elaborado a través de los juguetes rotos de esta maquinaria: Los encargados de analizar las imágenes que visualizan los drones antes de que el ejército dispare.
El trabajo es especialmente duro psicológicamente. Tras un curso de un año para distinguir qué es lo que se ve, que se reduce a si se trata de armas, hombres, mujeres o niños, los analistas gráficos señalan el objetivo y, una vez que cae el proyectil, mantienen un seguimiento. Se tragan en la cámara cómo la gente recoge los restos de los que estaban en la trayectoria del misil y dan cuenta de si se ha acertado o si había ese simpático eufemismo de "daños colaterales" surgido del bombardeo de Yugoslavia en 1999.
Linebaugh cuenta que cientos de veces tuvo que ver a los objetivos agonizar en el suelo, mutilados. Combatía el estrés saliéndose a fumar un cigarro, otras veces se encerraba en el baño. Empezó a padecer trastornos del sueño. Explica que se descarga mucha adrenalina cuando se mata a alguien, y eso es lo que sentía ella delante del monitor. Durante el seguimiento de lo que había ocurrido, le angustiaba especialmente ver a la familia recoger a sus allegados por partes. Como a cualquier persona medio normal, por otra parte.
Comenzó un tratamiento psicológico y certificaron que tenía un alto riesgo de suicidio de seguir ejerciendo esas funciones, pero el sargento al mando desestimó tomar cualquier medida y ella siguió en su puesto.
Según explica, entrevistada para este reportaje, no hay ningún organismo que regule el uso que se hace de los drones. Nos podríamos encontrar, además, con una situación similar a la que se dio en Vietnam con el "body count". Como se reseñó en esta publicación, en el imprescindible libro de Nick Turse Dispara a todo lo que se mueva, la cantidad de objetivos abatidos enriquecía el currículum. En consecuencia, se prestaba poca atención a qué era "el enemigo" y qué no. De hecho, contaba el ensayo, se hizo pasar a civiles por soldados y guerrilleros.
Linebaugh denuncia que existen discusiones sobre la naturaleza de los objetivos, que no era infrecuente que los responsables de disparar rechazaran la prudencia con pretextos como: "¡control solo dice estupideces!". Con este procedimiento, el gobierno estadounidense ha llegado a reconocer la muerte de un centenar de civiles durante el periodo en el que Obama fue presidente. Pero en este documental calculan que la cifra debe ser mucho mayor. Aunque, según reveló Linebaugh en el Guardian, no hay estadísticas de muerte de civiles en estas acciones.
El momento más grave del documental es cuando se reproducen las conversaciones en una acción con drones en la que se atacó por error a una caravana de civiles en Afganistán. Murieron 23 personas, incluyendo niños. En el intercambio de palabras es evidente el desprecio de los militares por definir el objetivo. Solo piensan en disparar. Tras el "daño colateral", el general McChrystal tuvo que pedir disculpas en la televisión afgana. El vídeo de sus excusas es elocuente por sí mismo de todo lo que denuncia el reportaje.
A pesar del valor de las revelaciones, el documental es francamente aburrido. Está demasiado centrado en el estrés postraumático de los analistas gráficos del programa de drones. Uno de ellos, por cierto, durante el curso del rodaje fue investigado y podría llevarse una acusación por espionaje al revelar datos secretos.
Porque la transparencia del programa, la exigencia en su día de Obama para ponerlo en marcha, también deja mucho que desear a tenor de las reacciones del Estado ante las declaraciones de estos testigos. A Linebaugh le comunicaron que una asociación terrorista había estado buscando información sobre ella y le recomendaron que una forma de evitar que sufriera un atentado sería que bajase el tono en los medios. Un intento descarado de silenciarla. Ella dice en su entrevista: " Si alguien llega a mi casa, pone una bolsa en la cabeza y se me lleva ¿De qué habrá servido cualquier cosa que haya hecho? ¿Realmente estoy cambiando la percepción de la gente con esto? ¿O la gente sólo lo compartirá en Facebook y seguirá con su vida?". Una duda, la verdad, que yo no sabría contestar.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas