VALÈNCIA. Hace seis años la comunidad afroamericana de Hollywood promovió el hashtag #OscarSoWhite para denunciar la ausencia, durante dos ediciones consecutivas, de directores e intérpretes negros en los Oscar. Ese año, el 92% de los directores eran hombres y el 86% de las películas estaban protagonizadas por actores blancos.
Movimientos como el #MeToo, el Black Lives Matters o el #WhiteWashedOUT contribuyeron a promover un cambio de mentalidad en el subconsciente colectivo. Los Oscar no podían seguir dando la espalda a la diversidad, a la integración de las mujeres, a la representación de otros colectivos y etnias porque, al fin y al cabo, eran el reflejo de la industria, y esta tenía que estar a la altura de los tiempos de reivindicación social que se estaban viviendo. Para demostrar su compromiso con la pluralidad, la Academia empezó a invitar a profesionales de todo el mundo para que formaran parte de una renovada familia del cine. Y esta transformación en base a una mayor conciencia comenzó a materializarse precisamente en un momento tan delicado para los derechos humanos como fue el ascenso de Donald Trump al poder.
Si el año pasado el triunfo de una película coreana como Parásitos sentó un precedente, esta edición de la pandemia ha dejado claro que el futuro de los premios pasa por abrazar la pluralidad. Quizás por eso, hay nueve intérpretes no blancos nominados y es la primera vez que dos directoras optan al premio en esa categoría.
Así, Judas y el mesías negro se convierte en la primera película nominada con un equipo de producción íntegramente negro y en las categorías principales destacan títulos como La madre del blues (George C. Wolfe), Da 5 Bloods: Hermanos de armas (Spike Lee), Una noche en Miami… (Regina King) y Los Estados Unidos contra Billie Holiday, que se estrena en cines esta semana.
No es la película de Lee Daniels la mejor de esta lista, aunque cuente un episodio que merece la pena rescatar y a un personaje crucial en la historia de la música como Billie Holiday. La cantante de jazz, además de ser considerada una de las voces más influyentes de este género, también fue la encargada de hacer pasar a la posteridad el himno antirracista Strange Fruit, por el que sería perseguida sin descanso por el FBI hasta el día de su muerte. La administración Hoover se esforzó en vincular a los negros con la droga y la delincuencia y Billie Holiday se convirtió en su diana mediática perfecta para desprestigiar su actitud contestataria, utilizando su adicción a la heroína y su carácter autodestructivo para cargar contra ella y someterla a un continuo acoso policial.
Los Estados Unidos contra Billie Hollyday es un biopic reivindicativo. Lee Daniels convierte a la diva en un símbolo político en los años de la segregación, pero no consigue dotar de la fuerza necesaria a la historia. Su narrativa es confusa y culebronesca, no acierta con el tono, bastante plano y cansino, ni con el retrato de la protagonista, siempre tendente al tremendismo, algo que no le es ajeno al director de Precious. A pesar de todo, Andra Day (que ha ganado el Globo de Oro a la mejor actriz) ofrece una interpretación magnífica, demostrando una fuerza escénica poderosa, al mismo tiempo que una enorme vulnerabilidad a la hora de mostrar las zonas oscuras de Billie Holiday.
La semana pasada también se estrenaba en alquiler en diversas plataformas la que es sin duda la mejor película de reivindicación afroamericana del año (sin contar con la extraordinaria miniserie de Steve McQueen Small Axe), Judas y el mesías negro, dirigida por Shaka King. En ella se narra otro caso histórico de hostigamiento por parte del FBI, en esta ocasión en los años sesenta todavía bajo el yugo de Hoover, al miembro de los Panteras Negras de Illinois Fred Hampton, al que da vida un visceral Daniel Kaluuya (nominado al Oscar a mejor actor de reparto).
La película cuenta cómo un criminal de baja estofa, William O’Neal (Lakeith Stanfield, también nominado en la misma categoría) es captado por un agente federal, Roy Mitchell (Jesse Plemons) para infiltrarse en la organización que dirige Hampton con férrea ideología revolucionaria. El director se adentra en la historia alejándose de convencionalismos, optando por el thriller robusto y violento con referencias al género correspondientes a la época que retrata y unos personajes marcados por la ambigüedad moral que va más allá de la etiqueta de héroes y traidores. Una vibrante película repleta de reflexiones en torno a la opresión del sistema y de la necesidad de abrazar el activismo para que las cosas cambien.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz