VALÈNCIA. John DeLorean logró diseñar vehículos que reunían características de deportivos exclusivos, pero les puso un precio medianamente asequible. Funcionó. Tras ese éxito, se convirtió en un playboy y se operó la barbilla para que fuese más viril. Ese estilo de vida le valió el despido de GM. En venganza, trató de construir el deportivo definitivo, el famoso DeLorean, pero se dio de bruces con la crisis del petróleo, Thatcher y se vio abocado, según él, al tráfico de drogas.
Ni el petróleo, ni las telecomunicaciones ni la informática. El gran negocio del siglo XX fueron los jóvenes. Por primera vez en la historia, tras la II Guerra Mundial, había una generación de chavales con poder adquisitivo y era la capa más amplia de la población. Ese crío con la paga de varias semanas en el cerdito, ese chaval que había empezado a trabajar en una hamburguesería, ese joven que tenía su primer hijo fueron los mejores targets del sistema. La industria del disco y todo lo que conocemos hoy como rock and roll, soul y pop no salió de las ansias artísticas de genios a los que idolatramos, sino de la posibilidad de venderle plásticos a ese nuevo sector de la población.
Un empresario del mundo de motor vio esto claro y meridiano. Según contó El País cuando murió en 2005: "Su fórmula ganadora era curiosamente sencilla y moderna: escuchar emisoras de rock and roll. A partir de ahí, decía, uno podía evaluar lo que quieren los jóvenes compradores, qué tendencias se desarrollarán. 'Es la educación más barata que puedas recibir...', afirmó una vez".
Este año se ha estrenado un documental, Framing John DeLorean, de Don Argott y Sheena M. Joyce, cuyas partes recreadas están protagonizadas por Alec Baldwin. Es una película muy interesante, pero no por el talento del ejecutivo, que floreció cuando ideó el famoso DeLorean DMC-12, vehículo célebre gracias a la película Regreso al futuro, sino por su ambición y su ego. Se trata de la historia de auge y caída de un directivo endiosado, rencoroso, resentido y preso de una ambición sin límites. Prácticamente, el protagonista de la letra Ese hombre de Rocío Jurado.
Este Don Drapper de la vida triunfó por todo lo alto al detectar el gusto del joven consumidor que se compraba un coche. Fue un ingeniero sofisticado y elegante que dio con la tecla lanzando el GTO, unas siglas que se convirtieron en objeto de culto. Gracias a él Pontiac llegó a hacerle sombra a Ferrari. En la cultura popular americana este coche ha aparecido hasta la saciedad, en el cine, en las carpetas de los discos y en los cómics.
Mejoró los procesos, aumentó la inversión en publicidad y las ventas subieron hasta la estratosfera. Sin embargo, tenía ya 40 años pasados y eran los 60, los años de la revolución de los dichosos jóvenes, que incluía un interesante apartado sexual. La época en la que el hedonismo dejó de estar mal visto en la ética protestante. ¿Cómo digirió el éxito? Pues se sometió a una operación de cirugía estética para destacar su barbilla y presumir de una mandíbula más viril y prominente, los cánones de la época, y, acto seguido, por supuesto, divorciarse de su mujer.
Entonces dejó de ser un ingeniero para ser un playboy, se le empezó a relacionar con mujeres famosas, a aparecer en revistas con el torso desnudo. Era el Bon Vivant del siglo. Su ascenso en General Motors parecía imparable, sin embargo no todo el mundo disfrutaba con su estilo de vida, tuvo muchos enemigos de su imagen pública dentro de su compañía y, tras diferencias con la línea que llevaba la dirección empresa, acabó despedido.
Es aquí donde ese hombre, que había cobrado más de medio millón de dólares al año, que podría haber hecho lo que hubiera querido con su vida para morir podrido de dinero, debió sentir la llamada del lado oscuro, del resentimiento. Eso lo deja claro el documental, desde entonces, actuó por venganza. Quería que se enterasen de quién era él, de lo que era capaz, demostrar que todo el mundo estaba equivocado menos él. En definitiva, los típicos delirios egomaníacos que muy rara vez en la vida le han servido a nadie para otra cosa que no sea hacerse daño a sí mismo y a los que le rodean.
DeLorean decidió poner en marcha un coche con su nombre, una creación de autor en el mundo del motor. Su plan era fabricar un deportivo exclusivo, pero asequible para el pueblo, lo que ya había hecho con el GTO y había funcionado. No estaba mal pensada la idea como concepto, de hecho, los productores asiáticos pusieron en marcha exitosas líneas de negocio semejantes años después, pero había un problema. DeLorean era millonario, pero no fabricante.
Desde Chrysler en los años 20, nadie había sacado adelante de la nada una fábrica de coches. DeLorean lo intentó recogiendo fondos de inversores privados. Se llevó la planta de producción a Irlanda del Norte, azotada entonces por las fases más duras del conflicto entre católicos y protestantes, para trincar las generosas ayudas del gobierno del Reino Unido a la promoción industrial.
Esta es la parte más curiosa del documental, cuando cuenta cómo los trabajadores católicos y protestantes convivieron en la planta sin problema alguno, lo que se ha calificado como la primera experiencia de ese tipo. Sin embargo, la alegría dura poco en la casa del pobre.
DeLorean se topó con un cúmulo de coincidencias, todas ellas en contra de sus intereses. En 1981, tras la crisis del petróleo, las ventas de coches bajaron a niveles de 1963. Su coche, que no salió tan barato, por las prisas y la ansiedad por lanzarlo al mercado, acumuló defectos de fabricación. Ante esa situación adversa, tomó una decisión estratégica de ejecutivo agresivo y ordenó lo inconcebible: doblar la producción. Resultado: se la comió con patatas.
En esa situación, llegó Margaret Thatcher y dijo, con la transigencia y flexibilidad que la caracterizaban, que de subsidios nada. DeLorean había quebrado. Asimismo, también le pillaron que mediante una argucia contractual, el señor John DeLorean había redirigido parte de la inversión que le habían confiado hacia sus propias cuentas en conceptos duplicados. Cosas de los genios de las finanzas, no espere entenderlas.
¿Y qué hizo cuando se le hundía todo? Pues se puso a traficar con cocaína. Es entonces cuando la película profundiza con una entrevista a su hijo, que no está en la indigencia pero casi, y su hija, lo que quedó de su familia directa, puesto que la modelo con la que se había casado se divorció de y rehízo su vida rápidamente. En resumen, una buena película para gente del mundo de la empresa con problemas de humildad.