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Historia del dueño de un puticlub que intentó vender un submarino soviético a los narcos colombianos

En 1995, un grupo de mafiosos de Miami logró poner en contacto al Ejército soviético, en descomposición tras la desintegración de la URSS, para vender su material de guerra. Les vendieron sobre todo helicópteros que podían cargar 5000 kilos de cocaína cada uno. Pero la apuesta se fue doblando y estuvieron a punto de llegar a venderles también un submarino 

26/05/2018 - 

VALÈNCIA. Uno de los mejores documentales que he visto en mucho tiempo. Es de Showtime, dirigido por Tiller Russell, no lleva ni un mes circulando, pero es un recomendación obligada que dará que hablar. Aunque no llegue a convertirse en un clásico, te echas unas risas y te quedas perplejo con la historia que se expone en un documental que cuenta con fuentes primarias y privilegiadas, los propios protagonistas mafiosos de un intento de vender un submarino soviético a narcos colombianos.

Operation Odessa tiene el encanto de los 90, una época que ya es lo suficientemente lejana como para que se empiece a dar la matraca con ella de modo superlativo, si bien es cierto, nunca alcanzó el nivel de frescura y delirio de sus antecesoras. Los 90 fueron como un apéndice de los 80 y a mitad empezó esto que tenemos ahora.

Pero al margen de cultura pop, si algo clave ocurrió en los 90 es que en 1992 se iba a marcar el pico de consumo de cocaína más alto desde mediados de los 70, cuando comenzó a dispararse. Y a su vez, la Unión Soviética se desintegró. Surgieron nuevos estados y, todos ellos, durante el tránsito a la economía de mercado, se hundieron en el caos. No es de extrañar que ambos fenómenos entraran en contacto.

El documental se basa en tres entrevistas a los tres mafiosos que quisieron llevar a cabo la operación. El protagonista es Tarzán, un ruso israelí asentado inicialmente en Nueva York donde trabajaba para la familia Gambino. Se dedicaba a provocar incendios, dar palizas, etcétera. Un día su socio apareció muerto a tiros, así que decidió que ese era un mensaje que le instaba a irse de allí. Eligió Miami, la capital mundial del consumo de cocaína.

Allí montó un club de striptease bastante sórdido, a juzgar por lo que cuenta uno de sus socios. Un espectáculo estrella del local era colocar un vibrador en un coche teledirigido y que la concurrencia cogiera el mando y jugara a introducírselo a una bailarina. Siempre había que ir armado en ese local, había peleas constantemente y, también, ahí se podía conocer a otros miembros del sindicato del crimen. Entre ellos, es gracioso que se cite también a artistas como Sting o Vanila Ice.

Tarzán conoció a Juan, un  millonario que vendía coches de lujo y yates a otros millonarios, amén de lanchas planeadoras que siendo españoles no necesitamos especificar para qué son empleadas en ciertas localidades costeras. La pareja se juntó también con un cubano, Nestor "Tony" Yester, que, calcando la historia del Scareface de Al Pacino, había escapado de Castro como balsero y se había hecho a sí mismo delinquiendo.

Juan y Tarzán viajaron a Rusia, en un principio, a comprar motos. Se llevaron la producción de una fábrica entera y comprobaron in situ lo fácil que era sobornar a cualquiera y que todo el país, lleno aún de propiedades del estado por todas partes, estaba prácticamente en venta. El siguiente paso fue cargar un Antonov con helicópteros que podían transportar cinco mil toneladas cada uno.

No tardaron en intentar hacer lo mismo con un submarino. Viajaron hasta una base secreta y lograron echarle el ojo a uno prácticamente indetectable. En esta fase,  el documental es un circo de tres pistas con las entrevistas simultáneas a los tres protagonistas del negocio. Una pena que no hayan prestado también su testimonio los narcos del cartel de Cali que iban a adquirirlo.

En el AVE

Cómo se llega al desenlace de la historia es más emocionante que en cualquier película. Y las escenas más dramáticas se producen en Madrid. en España, a la salida de la estación del AVE en Atocha. Hasta allí llegaron con sus líos con Pablo Escobar, por un lado, y con la OTAN y el departamento de Defensa de Estados Unidos, por el otro. En 1995, este caso fue noticia en todo el mundo.

El director, Tiller Russell, se puso en contacto con Tarzán cuando estaba detenido en una cárcel panameña. Un agente de la DEA que le dio el chivatazo le dijo que tenía una Blackberry en la celda, por lo que podía comunicarse con él.

Russell salió para allá, con miles de dólares atados a las piernas y, mediante sobornos, logró colarse en la prisión para poder hablar con Tarzán, personaje del que se enamoró de inmediato, pues le recordaba a cualquiera de una película de Martin Scorsese. Pero en ese momento, de algún modo, ha contado Russell, la mafia rusa se enteró de que podía vender la historia y le llamó directamente a la cárcel para amenazarlo de muerte.

Mañana, en África

Encontrar a Tony fue más fácil, él le encontró a él. Le envío un mensaje: "Si quieres saber qué pasó realmente, nos vemos mañana en África para tomar un café". Tarzán había escapado de la cárcel panameña y se había refugiado en Moscú, había pasado unos años desde la amenaza, unos siete, y ya estaba listo para dar su testimonio. Tony era prófugo de la justicia y de los criminales por otros motivos que muy bien explica el documental y Juan, el playboy, seguía en Miami. Los tuvo a los tres y los tres hablaron.

Es meritorio que parte de la historia se acompañe con cortes de las 15.000 horas de conversaciones telefónicas que grabó la policía de los tres amigos. Un trabajo meritorio, teniendo en cuenta de que tuvieron solo 25 días para grabar entre Miami, Moscú África y Nueva York. También salen los policías que llevaron el caso. Un documental redondo, que es un verdadero placer verlo. Cuenta con el plus de que todo esto ocurrió de verdad, que no faltan testimonios, y que es una historia cerrada. Es decir, que mola más que si hubiese sido una película basada en hechos reales.

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