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MEMORIAS DE ANTICUARIO

El cada vez más difícil viaje del arte

6/09/2020 - 

VALÈNCIA. Algunos podemos ser más torpes y manirrotos que otros, en otros casos son el azar y el caso fortuito los que marcan la vida e integridad de las millones de piezas que forman el patrimonio artístico privado y público, y, desgraciadamente, en otros es la voluntad dolosa del hombre la que acaba con éste de una forma u otra. El caso es que es inevitable acordarnos de aquel momento en que se produjo una desgraciada rotura en el traslado de una pieza: un “siete” en un lienzo, un marco que se desencaja, una pieza de cerámica que se precipita inexorablemente al un suelo más duro que nunca. Trabajo para los restauradores, en el mejor de los casos. En ocasiones en un viaje de cientos de miles de quilómetros no sucede nada, llegando sin más sobresaltos (paradigmática de ello es la obra el Pasmo de Sicilia de Rafael, que nos ha llegado más o menos de una pieza después de naufragios, incendios y las guerras de la Independencia y Civil). Y en otros, es un simple cambio de pared, varios metros de distancia, en una misma casa, el que puede ser el último viaje de aquel bonito plato del siglo XIX.  Muchas de las piezas de cerámica antigua que penden de las paredes de las viviendas, o se encuentran en vitrinas de museos presentan roturas porque es un milagro que un objeto, y más de esta factura y materiales, que inició su largo viaje en el tiempo hace varios siglos, llegue en perfecto estado de conservación después de traslados, guerras y desastres naturales. Por eso cuando una pieza nos llega en su estado original su valor y precio es sensiblemente superior: porque ha desafiado al destino.

Piensen por un instante que, de igual forma son susceptibles de sufrir calamidad los bienes que integran el protegido patrimonio artístico e histórico de una nación, algunos de los cuales más allá de su valor en sí mismo, los hemos convertido en iconos de un museo o incluso de todo un país. El extravío o cualquier daño que puedan padecer son hechos implanteables, no se contemplan, y por tanto quienes los custodian tienen una responsabilidad enorme sobre su conservación. Dado que es un hecho inasumible que un suceso afectara a ese bien, en muchos casos (cada vez más) ni se valora la posibilidad de un préstamo, y el consiguiente traslado para una exposición temporal, más allá de los muros que lo custodian. Hay obras de arte que no es que no se plantee su salida del país, es que no se plantea ni la salida del edificio que las alberga. Por mucho dinero que se ponga sobre la mesa, las Meninas no saldrán del Prado, el Guernica del Reina Sofía o ciertos libros de la Biblioteca Nacional.

Foto: KIKE TABERNER.

No obstante, cuando les escribo esto, decenas de extraordinarias obras de arte se encuentran en el aire en imponentes aviones de carga, o en el remolque de camiones blindados rodando por medio mundo, custodiados por fuerzas de seguridad, geolocalizados y dotados de amortiguaciones especiales. Hoy día su traslado no conlleva el riesgo de otros tiempos, y aun cuando la aeronave se precipitara en el océano tendríamos muchas posibilidades de recuperar las obras, puesto que las cajas de embalaje están confeccionadas ad hoc para cada una de las obras, con materiales resistentes al fuego, hidrófugas, estancas y prácticamente indeformables. Esto, sin embargo, convierte el traslado de estas obras en una empresa carísima para las arcas de los museos, circunstancia que nos va a llevar a un futuro, que ya ha llegado, en el que se restrinjan cada vez más estos viajes. Además, los números han de salir y para costear estas ambiciosas exposiciones se precisa que se formen enormes colas de visitantes que amorticen la inversión. Y eso se va a ver cada vez menos. 

A pesar de las medidas de seguridad que se adoptan, cuando se tiene que llevar a cabo el traslado de una o varias obras para su cesión temporal con el fin de formar parte de una exposición, los museos designan a una persona de su plantilla, que suele ser integrante del equipo de restauradores, para que durante unos días actúe como “correo” de las piezas. Su labor es administrativa en lo que respecta a los trámites para la salida, recepción y regreso de la obra y también de cotejo de que ese cuadro o escultura regresa en el estado de conservación que salió. Para ello, debe diagnosticar el estado en el que las obras salen del museo, y en el caso de que se requiera, llevar a cabo la intervención en la misma para que salga en óptimas condiciones. Un reportaje fotográfico será la pieza documental esencial. Quien actúa de correo debe detectar cualquier alteración en las piezas advirtiendo la existencia de daños en el estado de conservación a través de las fotografías realizadas en el momento de depósito de las obras en el museo que las custodiará. Son diversos los informes y trámites administrativos que han de llevarse a cabo para el estricto control de todo el proceso de préstamo. Téngase en cuenta que, además, cada una de las obras tiene contratado un seguro de daños y sustracción que en algunos casos es de una cifra mareante. 

Cuando las obras son de especial valor económico y relevancia artística este correo va acompañado de una brigada de las fuerzas del orden para disuadir de cualquier intento de asalto. En el caso de España son agentes de la Brigada Central de Protecciones Especiales de la Policía Nacional, y conforme se van cruzando fronteras unos cuerpos de seguridad van relevando a otros. Como anécdota, antes de cruzar la frontera española es casi ya una tradición que el transporte pernocte en el cuartel en la localidad vasca de Basauri, y se calcula que en un año se llevan a cabo unas trescientas pernoctas de este tipo en este lugar.


A tenor de lo que les cuento, les avanzo lo que será el futuro de los museos y las exposiciones en las próximas décadas: las muestras antológicas, monográficas y de carácter multitudinario, dedicadas monográficamente a los monstruos sagrados del arte, van a ir desapareciendo de las programaciones de los museos, salvo que alguno de estos recintos ponga, muchísimo dinero sobre la mesa, y en este sentido, como sucede con otros ámbitos, sólo es posible que lo hagan centros museísticos de medio y extremo oriente. Se seguirán celebrando, pero con mucho más espacio temporal entre unas y otras. Las exposiciones en los museos occidentales se proyectarán aprovechando, mucho más, los fondos propios y los préstamos de obras lo serán de obras menos icónicas de las colecciones. Las arcas no están, ni estarán, para grandes dispendios y cada vez es más caro trasladar esas obras y contratar seguros de las mismas. Además, los grandes centros museísticos no pueden basar su programación cíclica y eternamente en repetir antológicas de artistas de los que ya han celebrado tiempo atrás la “exposición definitiva”. No tiene mucho sentido que el Prado lleve a cabo antológicas de El Greco, Velázquez, El Bosco o Murillo o Goya conforme se van cumpliendo efemérides. Los departamentos de conservación se van a tener que estrujar mucho más la sesera, y veremos como en los próximos años hablamos de artistas que al público les suenan mucho menos. Se producirán “descubrimientos” muy agradables de pequeños o grandes genios que se encontraban un tanto ensombrecidos por las grandes estrellas. Los museos procurarán, a través de sus exposiciones, una visión del arte y sus colecciones mucho más didáctica y en definitiva, más interesante, por novedosa, para el público. Veremos más exposiciones temáticas y también disfrutaremos de muestras entorno a una idea más o menos novedosa, propuesta por un comisario como el caso reciente de la comisariada por Alejandro Vergara en el Museo del Prado y titulada “Miradas afines” que relacionaba las escuelas holandesa y española del siglo XVII, a través de obras de los dos ámbitos en una misma sala. 

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