VALÈNCIA. El artista franco-israelí Meir Eschel decidió cambiar su nombre por el de Absalon cuando tenía 23 años y la década de los 80 llegaba a su ocaso. Lo hizo por el hijo del Rey David, del Antiguo Testamento, como símbolo de rebelión hacia las formas de vida establecidas. Sin embargo, en su obra no hay connotaciones religiosas, sino espirituales. La frase de la artista Dora García
“Hay otros mundos, pero estás en este” es probablemente una de las mejores formas de definir a este artista. Su obra está plagada de connotaciones trascendentales, pero estas no van más allá de aquello que nos permite estar en contacto con el mundo concreto.
En colaboración con el CAPC Musée d’art contemporain de Bordeaux, el IVAM presenta la exposición Absalon, Absalon. No lo hace con motivo de revisitar su obra de manera aislada, sino que propone una serie de reinterpretaciones junto a otros siete artistas cuyas identificaciones con el franco-israelí son claras. Estos artistas han sido seleccionados por los comisarios de la muestra, Guillaume Désanges y François Piron, quienes presentaron la muestra junto a las directoras del IVAM y el CAPC, Nuria Enguita y Sandra Patron. Se trata de Alain Buffard, Dora García, Robert Gober, Marie-Ange Guilleminot, Mona Hatoum, Laura Lamiel y Myriam Mihindou. La exposición se podrá ver hasta el 23 de mayo y está compuesta por gran cantidad de esculturas, vídeos, planos, maquetas y dibujos.
Un artista atemporal
Desde un primer momento, tanto Désanges como Piron han hecho hincapié en que Absalon era un artista atemporal. Su trayectoria artística es bastante escueta, puesto que con tan solo 28 años falleció tras luchar varios años contra el sida, una obra que se identifica con las vanguardias del siglo XX. Se le tenía por un artista minimalista y modernista, pero las ideas de Absalon se alejaban de cualquier tipo de estandarización en ese sentido. Su intención nunca fue cambiar el mundo, sino cambiar su propia vida huyendo de los comportamientos aprendidos y socialmente imperantes y otorgándole una forma más pura y auténtica.
En la muestra expuesta en el IVAM se pueden ver tres de las seis células que Absalon construyó como resultado de ese proceso de huida de lo establecido. Se trata de pequeñas celdas totalmente blancas y compuestas tan solo por formas geométricas. En ellas proponía una forma nueva de vivir, basándose en la pureza y lo inmaculado. En Absalon predominaba el conflicto entre la utopía y la distopía, y siempre miró los productos de la cultura con distancia, cuestionando los hábitos de confort social. Su pretensión era disponer de cada celda para vivir en una ciudad distinta del mundo, como denuncia activa al consumismo y al sistema capitalista.
Según ha explicado Désanges, la vida y obra de Absalon “fue tan corta como fulgurante”. Cuando llegó a Francia con 23 años sabía muy poco de arte, “pero aprendió muy rápido hasta convertirse en un artista muy coherente”. Ese apresurado aprendizaje, junto a la urgencia y la rapidez que buscaba plasmar en sus obras, muestran que el artista debe ser estudiado desde su singularidad. El comisario apunta que “Absalon no hereda ninguna escuela artística, ni siquiera la transmite”. Si se establecen vínculos con otros artistas en la muestra que el IVAM encargó a los dos comisarios, es porque lo que sí posee la obra del franco-israelí es capacidad de ser reinterpretada y estudiada desde distintos contextos y épocas. “Ahora que han pasado 30 años de su muerte, es necesario volver a su obra desde la óptica de las circunstancias actuales, sin olvidar su contexto en los años 90”.
Por otro lado, el aislamiento que se puede extraer de estas celdas-célula (creadas para una única persona), no responde exactamente a un repliegue social por parte del artista, sino, como aclara François Piron, “a un gesto polémico hacia una sociedad que rechaza y discrimina por identidades, religiones, nacionalismos, etcétera”.
Descontextualizar para recontextualizar
El hilo conductor que ha seguido la exposición Absalon, Absalon ha sido, según los comisarios, el de “descontextualizar la obra del artista para volverla a contextualizar”. Désanges aclara esto y explica que “podrían haber reunido un trabajo monolítico del artista, basado en la pureza de sus obras”. Sin embargo, ambos querían resignificar su producción artística, lo cual les llevó a “contrastar su obra con la de otros artistas de su misma época”.
La muestra incluye obras de artistas como Dora García y su Golden Sentence
“Hay otros mundos, pero estás en este”, que se puede leer como alegato a la utopía, y que se relaciona con Absalon en la medida en que este no quería rechazar el mundo, sino vivir en uno diferente. También se muestra el vínculo con Robert Gober, escultor que se dedicaba estudiar los objetos cotidianos y que, como Absalon, denunciaba con ello los determinismos sociales y culturales.
Mona Hatoum también tiene su espacio en la muestra, y se relaciona con Absalon a través de una instalación que evoca al cuerpo por medio de la performance, pero desde el contexto de artista exiliada -tras estallar la guerra civil en Líbano-, al igual que el franco-israelí. Además, Hatoum siempre denunció con su obra el consumismo, el capitalismo y el colonialismo patente en Occidente, al igual que hacía Absalon.
Las obras de Laura Lamiel, por su parte, se relacionan con el artista por su vínculo con el cromatismo blanco, casi clínico, como una autoterapia a través del arte. Por último, la obra de Myriam Mihindou, un reloj totalmente blanco, se identifica con Absalon -además de por el cromatismo- por la atemporalidad: el reloj marca la hora en que estalló la bomba de Hiroshima, y cuando las agujas se superponen, desaparecen.
Impaciencia, arrogancia y destino
François Piron subraya tres atributos en la figura de Absalon que, según indica, fueron los motivos por los que escogió su nombre. El hijo del Rey David en el Antiguo Testamento -llamado Absalon- fue asesinado al revelarse contra su padre. Los tres atributos que ambos tienen en común son la impaciencia “por la urgencia del artista y su pretensión de derrochar energía y vitalidad más que calidad”, la arrogancia “por la capacidad de revelarse contra lo establecido”; y el destino “que en el caso del artista surge como una extraña profecía sobre su trágico destino, al igual que el del hijo del Rey David”.
Los comisarios concluyen queriendo dejar claro que para Absalon “el arte era algo terapéutico. Siempre decía que tenía dos opciones vitales: ser artista o volverse loco. Escogió la segunda porque era menos doloroso. Nunca buscó optimizar el mundo en el que vivimos, esa no era su intención. En su lugar, lo que quería era deshacerse de lo superfluo”.