ALICANTE. El predecesor al actual Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert fue el Instituto de Estudios Alicantinos, fundado en época franquista, en el año 1953. Treinta años después, con el paso de España a la democracia, fue refundado en 1984 de la mano del investigador José María Tortosa. El organismo autónomo, dependiente de la Diputación de Alicante, iniciaba así una nueva etapa, liderada por Tortosa, para la que adoptaron el nombre del escritor alcoyano. Un apelativo que no se escogió al azar. «En los ochenta se abrieron las puertas del instituto y aquel equipo lo oxigenó con una visión universal», afirma José Luis Ferris, director de la entidad entre 2011 y 2015.
«Juan Gil-Albert fue una llave con la que nos abrimos a España y al mundo», explica, para poder conocer el sentido de aquello. La revista Canelobre, que se editó por primera vez en julio de aquel año con José Carlos Rovira como director de la publicación, es un símbolo de eso. «Es un emblema de cómo exportar nuestros conocimientos de forma profunda», sentencia Ferris. En ella se han publicado, entre otras investigaciones, el primer estudio sobre la Guerra Civil en la provincia. «Esa perspectiva es la que ha guiado y es la que debe guiarlo siempre», apunta el exdirector.
En sus casi setenta años de historia, esa nueva etapa de la entidad supone ya más de un cuarto de siglo, casi cuatro décadas en las que lo han liderado hasta ocho personas: José María Tortosa Blasco (1984-1988), Emilio La Parra López (1988-1995), Adrián Espí Valdés (1996-2003), Joaquín Santo Matas (2003-2009), Francisco Sánchez Martínez (2009-2011), José Luis Vicente Ferris (2011-2015), José Ferrándiz Lozano (2015-2019) y, en este último y convulso periodo, María Teresa Pérez Vázquez, por nueve meses.
La entrada de Pérez Vázquez en la institución, en abril de 2020, tras un año de retraso que mantuvo al Gil-Albert en parálisis, supuso un esfuerzo por democratizar este nombramiento a través de un concurso público, cuando hasta ahora se realizaba mediante decreto de Presidencia desde la Diputación. Sin embargo, el proceso de regeneración no solo generó dudas, sino que ha terminado por estallar tras la asignación de un contrato: la adjudicación, el pasado mes de septiembre, de un encargo menor para renovar la imagen (página web y logotipo), por valor de unos nueve mil euros, a la empresa de marketing que dirige José Vicente Castaño, quien a su vez era subdirector del área de Comunicación Audiovisual y Redes Sociales en el propio equipo de Pérez Vázquez. Un embrollo poco estético que acabó con la dimisión de la directora y que ha vuelto a sumir al instituto en un nuevo proceso de selección que reduce el mandato actual a dos años, hasta que la disolución de la corporación provincial, en las próximas elecciones municipales de 2023, vuelva a conllevar la disolución del equipo directivo, como marcan sus estatutos.
«Para que el Gil-Albert funcione hace falta talento y altura cultural en sus responsables políticos; a partir de ahí, es cuando se respeta a la cultura más que al partidismo y se adoptan decisiones adecuadas para la ciudadanía, destinataria del trabajo de la institución», explica José Ferrándiz Lozano, director del organismo entre 2015 y 2019. «El letargo desde el 19 de julio de 2019, al constituirse la nueva Diputación, es largo. Y el caso es que nadie responde públicamente de ello. Se ha perdido casi media legislatura condenando al instituto a una bajísima intensidad: primero con nueve meses de paralización sin dirección ni equipo cultural, después con una dirección interruptus de nueve meses más, y ahora con otro periodo de espera tras volver a pulsar la tecla de reinicio. Esto nunca había pasado en la historia del Gil-Albert, y lo que deseamos es que pueda corregirse y se recupere el carácter que distinguió a la institución durante décadas», describe el exdirector.
Concurso público, ¿sí o no?
Esta delicada situación, que no se había vivido antes en la historia del organismo, ha abierto en el ámbito cultural de la provincia el debate sobre su funcionamiento y la idoneidad del actual método de elección del director o directora. «Optar por un concurso público me parece algo transparente y democrático, pero Alicante no se puede permitir que el Gil-Albert esté parado porque es el instituto cultural más importante que tenemos y uno de los más antiguos de España; ha sabido evolucionar y desarrollarse en democracia hasta conseguir una consideración tanto científica como cultural muy relevante a todos los niveles y se tiene muy en cuenta en el ámbito curricular», afirma Isabel Tejeda, doctora en Bellas Artes, comisaria, crítica y gestora cultural. «Es una entidad de primer orden y tenerla paralizada es una auténtica aberración», sentencia quien también formó parte de la dirección en pasados mandatos.
«Es fundamental que, cuando se haga la contratación que se tenga que hacer, a la persona que lo tenga que llevar, se parta de algo que no sea político sino profesional, como se ha marcado en los acuerdos de buenas prácticas que rigen desde el Ministerio de Cultura», apunta. Una elección desde una visión eminentemente cultural y no política. «Que los tribunales del proceso de selección cuenten con profesionales del ramo y que los políticos o funcionarios tengan voz, pero no voto», explica Tejeda. Con todo, considera igualmente importante que las ideas estén claras antes de iniciar ese proceso de selección. «La Diputación debe saber qué es lo que quiere o espera del instituto para poder saber qué proyecto de los que se presenten es el que más se ajusta, y que los profesionales que elijan, desde el jurado, sepan cuáles son los objetivos que se deben conseguir», describe.
«Un concurso público nunca puede ser una idea fallida; lo que sí puede ser fallida es la gestión de ese concurso», afirma Tatiana Sentamans, investigadora en arte y gestora cultural. Durante la etapa de Ferrándiz en el Gil-Albert formó parte del equipo directivo y actualmente es vicerrectora de Cultura de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH), donde ha compartido espacio en la junta rectora con María Teresa Pérez Vázquez, quien fue vicerrectora de Relaciones Institucionales. «El mayor pero es que se valoren las candidaturas por parte de personas que no sean expertas en la gestión cultural; se habla mucho de la cultura, pero luego los especialistas no son reclamados», describe.
«Es un gran error pensar que cualquiera puede gestionar organismos culturales con conocimientos básicos sobre cultura popular; hay que ser especialista», prosigue Sentamans, que, por otro lado, justifica la elección de Pérez Vázquez. «Ella ha dedicado toda una vida al servicio público y ha desarrollado una gestión cultural indirecta a través de las carteras institucionales que representaba en la UMH; es una cuestión de matices y de que las personas que elijan en un jurado sepan ver los matices que se buscan para la institución», explica.
«Yo valoro positivamente que se haya vuelto a convocar el concurso porque las instituciones públicas generan así momentos de reflexión», afirma Carles Cortés, exvicerrector de Cultura en la Universidad de Alicante (UA). Durante el último mandato de Ferrándiz en el Gil-Albert, representó a la UA en la junta directiva del instituto. Pero la opinión sobre el concurso público no es favorable de forma unánime. Ferris, por su parte, apuesta por el método clásico. «Jamás he sido partidario del concurso, porque cuatro años no te garantizan nada, así que considero que a nivel estatutario estaba perfecto: un nombramiento directo, desde Presidencia, a una persona de confianza que se piense que puede dirigir bien el organismo —confiesa—. A mí lo que más democrático me parece es un decreto de Presidencia y que, antes de ejecutarse, se haga una consulta y se busque el entendimiento». La cuestión, según explica, está en los equipos que esa persona pueda conformar. «Siempre ha sido director una persona del mundo de la universidad o de la cultura que se pensaba que podía crear después su equipo, porque nunca se trata de un director, sino de todo su equipo», sentencia.
Libre designación de equipos
Uno de los hechos que ha hecho que el Gil-Albert funcionara durante todas estas décadas ha sido, precisamente, que todos esos equipos que ha tenido hasta ahora han estado compuestos por gente ligada al ámbito de la cultura desde la producción cultural. Gente que en su día a día está generando cultura e investigación en todos los ámbitos que toca el Gil-Albert. Un aspecto en el que Tejada también pone el acento. «Cada director debe poder conformar su equipo y que no venga impuesto, porque las personas que dirijan los departamentos deben estar implicadas en la producción cultural», sentencia Tejada. Por su parte, Ferris recuerda comodidad en ese aspecto. «Pudimos trabajar muy bien, porque no hubo injerencia de tipo político, sino que trabajamos con total libertad y el 90% del equipo lo nombré yo, con lo cual, no me impusieron a nadie. No hay nada más importante para un director que poder elegir a su equipo y así nosotros fuimos una piña absoluta», rememora.
¿Una plaza indefinida?
Él es partidario de profesionalizarlo a través de una plaza fija, como se da en el Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA). «No estaría mal que estuviera ahí por méritos una persona fija, que no esté pendiente de lo que va a pasar en función de las elecciones. Si está funcionando de maravilla, ¿por qué había que cambiarlo? Yo creo que le daría uniformidad y seguridad al instituto». De hecho, opina que así aumentaría el número de candidatos con un perfil acorde que se pudieran presentar. «Sé de mucha gente, muy buena, que no se ha presentado a esta plaza porque no es un nombramiento definitivo. No me imagino a un director solvente presentándose a un concurso. Veo más lógico que se presenten en su puerta, le llamen y se lo propongan», incide. «No tiene por qué depender de una legislatura», apunta también Tejeda.
Los panes y los peces
El Instituto Juan Gil-Albert se ha caracterizado por obrar continuamente el milagro de los panes y los peces. En el último ejercicio, del total del presupuesto para 2020 (1.393.301 euros), 838.000 euros se fueron directamente a gasto de personal y asistencia rectora (583.190 euros y 258.000 euros, respectivamente) y apenas un 20% fue a parar al objeto social del instituto. «El capítulo del presupuesto está muy descompensado y habría que aumentarlo», sentencia Sentamans. Sin embargo, en su mayoría, los profesionales consultados no consideran un problema estas cifras. «Nunca entré en esa valoración. Una vez veía el presupuesto, organizaba con lo que tenía y nos íbamos ajustando a ello. Nunca me quedó nada pendiente por falta de presupuesto», afirma Ferris.
«En los últimos años se adelantó en la digitalización de todo su patrimonio documental, a través de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, y se ha descentralizado mucho llevando el Gil-Albert a setenta localidades, fuera de su sede central», recuerda Cortés. Por eso espera que el próximo equipo que tome las riendas avance en esa misma línea, sea cual sea el presupuesto, aunque considera que todavía hay asignaturas pendientes. «Creo que no solo tiene que ser un difusor, sino también un creador de cultura y de investigación en todas sus áreas; hay potencial y no hacen falta muchos más recursos —afirma—. En gestión cultural hay que adaptarse, porque no es momento de más presupuesto; son tiempos complicados y el instituto ya tiene mucho potencial a través de sus relaciones y redes con otras entidades autonómicas y nacionales», explica.
Reiniciando…
Con todo, la Diputación aprobó por unanimidad una moción para llevar a cabo una especie de brainstorming con el que repensar su futuro. «No sé cuán operativo va a ser el debate si se produce únicamente en el ámbito político, ya que debería trasladarse a los especialistas», afirma Sentamans. «Hasta ahora no ha habido especialistas en la comisión que elige al nuevo director, sino funcionarios con una perspectiva más holística, y ahí hay un cortocircuito», critica. Por otro lado, la corporación provincial acaba de aprobar un aumento de hasta un 70% del presupuesto en actividades culturales del instituto y la puesta en marcha de una subdirección de Fomento de la Lengua y Cultura Popular.
«Me parece muy pertinente que se revise y se redimensione la visión y misión del instituto, pero en esa revisión se debería abrir más allá de la provincia de Alicante, desde el punto de vista de la conceptualización de la programación», ahonda Sentamans. Por su parte, Cortés confía en que ese esfuerzo de voluntad de transparencia dé sus frutos. «Que todos los partidos políticos se sumen a relanzar el Gil-Albert me parece un buen punto de partida para esta nueva etapa porque en la cultura no caben batallas ideológicas; en el elemento cultural debemos ir todos de la mano».