Hoy 8 de marzo, quiero realizar mi pequeño homenaje a todas esas mujeres artistas que, gracias a su empeño personal, han ido abriendo el camino hacia la igualdad y visibilidad en el arte. Una larga y difícil trayectoria que, a lo largo de varios siglos, ha ido perdiendo calificativos como pionera, única, primera o singular para convertirse en cotidiano y habitual.
Ya nadie se extraña de ver a mujeres –no tantas como nos gustaría– desempeñando cualquier puesto en cualquier ámbito laboral y hacerlo bien. O mejor dicho, muy bien. Nos queda camino por recorrer tanto en el entorno doméstico como en el laboral, pero afortunadamente, lo que ahora es frecuente, hace solo unas décadas era la excepción.
No es habitual encontrar en los grandes museos obras de mujeres artistas colgando de sus paredes y tampoco, exposiciones de artistas féminas anteriores al siglo XIX. Como ejemplo, podemos decir que en la Colección del Museo del Prado solo hay 53 obras de cuatro mujeres, frente a las más de 8.000 de 5.000 hombres. En los últimos años, van realizándose interesantes artículos, jornadas o monografías que nos acercan a la biografía y recorrido artístico de esas grandes desconocidas.
Y tenemos que remontarnos al siglo X para localizar a las consideradas primeras artistas: Ende, copista, pintora e iluminadora del Beato de Gerona, que firmaba “Ende, pintora y sierva de Dios” y la abadesa benedictina, Hildegarda de Bingen (1098 - 1179), maestra en el campo de la literatura, la música o el arte. No tuvieron la percepción de ser artistas. Iluminar códices formaba parte de su vida monacal.
No es hasta el siglo XV, con la irrupción del Renacimiento y las ideas humanistas cuando el artista comienza a ser valorado como tal. Imprescindible la figura del mecenas para entender el embellecimiento de las ciudades, los grandes palacios y todas esas obras de arte que costeaban, permitiendo así que se desarrollasen grandes trayectorias artísticas: Leonardo, Miguel Ángel, Rafael…
Entre estos grandes nombres, el de la pintora italiana Sofonisba Anguissola (1530 – 1626), excelente y longeva retratista que tiene entre sus méritos, haber sido pintora en la Corte de Felipe II y tener obra en la colección del Museo del Prado. Como no firma sus obras, su retrato de Felipe II había estado atribuido desde los inventarios del siglo XVII a Pantoja de la Cruz. Los últimos estudios del museo ya le otorgan la merecida autoría.
Lavinia Fontana (1552 – 1614) es otra retratista de la que también tenemos datos, a camino entre el Renacimiento y el Barroco. Tuvo la suerte de ser hija de pintor y de haber nacido en Bolonia, ciudad avanzada que ya admitía en su universidad a mujeres desde el siglo XIII. Sus retratos estaban muy cotizados y como anécdota, decir que su marido el también pintor Gian Paolo Zappi, dejó los pinceles para cuidar de los once hijos del matrimonio. Lavinia Fontana trabajó en el Palacio Real de Madrid y llegó a ser la pintora oficial de la corte del papa Clemente VIII. Dos logros excepcionales para la época.
En pleno Barroco surge con fuerza la figura de Artemisa Gentileschi (1593 – 1652/53), hija del gran pintor Orazio Gentilleschi. Llegó a tener gran consideración y reconocimiento en los círculos artísticos italianos por su dominio del color y técnica: Florencia, Roma, Génova, Nápoles… Con una vida novelada por Rauda Jamis en la que se relata los juicios y escarnios públicos a los que tiene que enfrentarse por las humillaciones sexuales de su preceptor artístico, Agostino Tassi, fue la primera mujer en ser admitida en la florentina Academia de Diseño y estar bajo el mecenazgo de los todopoderosos Médici.
De esta época es también la sevillana Luisa Roldán, La Roldana (1652 – 1704). Escultora como su padre, el gran artista Pedro Roldán, con el que inicia su aprendizaje. Domina la talla en madera y el modelado en barro. Abre taller propio y consigue importantes encargos de tallas como las realizadas para el cabildo de la Catedral de Cádiz. Su fama le llevó a ser escultora de cámara de los reyes Carlos II y Felipe V. Un auténtico privilegio para una mujer. En el 2016, el Metropolitan de Nueva York adquirió su barro cocido, El entierro de Cristo. Se acaba de conocer que el Estado ha adquirido el conjunto escultórico Cabalgata de los Reyes Magos, cuyo destino es el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Un reconocimiento a su trayectoria artística pues se convierte así en la primera mujer que forma parte de su colección.
La última mujer artista que vamos a recordar hoy es la flamenca Clara Peeters (1588/90 – aprox. 1621), de la que se tienen muy pocos datos biográficos. Se cree que nació y murió en Amberes, uno de los principales centros comerciales del momento, por detalles que aparecen en los 39 cuadros que llevan su firma localizados en la actualidad. La mayoría de su obra conocida son bodegones, temática muy del gusto de la época y de una calidad y minuciosidad tal, que es la primera mujer a la que le dedica una exposición el Museo del Prado, El arte de Clara Peeters, en colaboración con el Museo Real de Bellas Artes de Amberes y que pudo verse en la pinacoteca madrileña entre octubre de 2016 y enero de 2017. Un merecido reconocimiento a una mujer artista ¿No creen?