SILLÓN OREJERO

'Taxista Cuatroplazas', un cómic que trasladaba el mito de Travis Bickle a la España de los 80

Uno de los fundadores de El Víbora, Martí Riera, logró juntar en su cómic 'Taxista' diferentes universos que no estaban relacionados entre sí. Primero, la estética clásica de serie negra de los detectives de los años 30 y 40, un canon estadounidense: segundo, el mito de 'Taxi Driver' de Paul Shrader, un inadaptado que es un justiciero de la ley y el orden, y tercero, la España de los años 80, con su lumpen, su corrupción y todo su bestiario. Una idea difícil de repetir

3/07/2023 - 

VALÈNCIA. Sabemos que tuvo un origen un tanto estrafalario. Andaban los capos de El Víbora fuera de Barcelona y el jefe de la policía municipal de Logroño se acercó a ellos para confesarles que era un fanático de la revista. Sin embargo, había algo que no le había gustado, una historieta de Martí Tienes un futuro en la Policía Nacional, en la que se promocionaba la profesión de forma paródica con un agente que repartía bofetones, daba basura a los pobres que pedían en la calle y hasta puteaba a sus compañeros. De aquellos comentarios surgió la idea de hacerle caso a ese policía y dibujar las aventuras de una persona de orden, totalmente recta, esto es, reaccionaria, y así surgió darle vida a una de sus creaciones más reconocidas: Taxista.   

En su concepción, es difícil no pensar en el guión de Paul Schrader sobre aquella especie de incel setentero que iba enloqueciendo progresivamente, superado por la corrupción y delincuencia del Nueva York de aquella época, hasta acabar cometiendo una matanza creyendo que impartía justicia. El taxista de Martí estaba cortado por el mismo patrón, aunque los ingenios mecánicos de su taxi, que lo convertían en un supercoche, lo relacionaban con la ficción sobre agentes secretos o incluso superhéroes, mientras que su perfil y las aventuras en las que se veía inmerso, le vinculaban a algo que no tenía nada que ver con lo anterior: España. 

Martí, en una de las últimas recopilaciones que ha aparecido sobre su obra, recordaba que todas sus ideas eran culpa de los curas que le educaron. Como se escribió en una entrevista que se le hizo en la primera etapa de El Víbora, revista de la que era cofundador, su familia era "digna representante de la burguesía del quiero y no puedo del ensanche barcelonés" y le envió al colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Al margen del papel represor de la educación religiosa de aquel entonces, es un fenómeno recurrente el de la fascinación que ejerce el lumpen y la crónica negra entre la burguesía. Siempre ha aparecido un espíritu aventurero entre ellos, que se sacia leyendo, a mitad de camino entre la curiosidad y el morbo de introducirse en mundos degradados con el sutil placer de sentirse a salvo. 

Comoquiera que fuese, Martí abandonó pronto el camino que le habían marcado y no fue capaz de acabar Arquitectura. Fiel al espíritu de la época, se convirtió en un hippie, se abandonó al consumo de drogas y entendió cuál era su vocación cuando entró en contacto con las grandes obras del comic underground estadounidense. Su dominio del blanco y negro siempre fue deudor de esa escuela, la cual, por otra parte, para quien esto escribe, es la que alcanzó las cotas expresivas más elevadas dentro del amplio universo de la viñeta. 

El taxista fue, por tanto, un personaje contradictorio. Fiel defensor del orden social establecido, carca a más no poder, pero era también un hombre sin familia que vivía con su madre. El arquetipo de hijo de padres conservadores que han hecho todo lo posible para que no aprenda a razonar y, de adulto, es un inválido que solo sabe leer sus emociones, pero no es capaz de pensar. 

A partir de ahí, este hombre patético se veía inmerso en tramas que Martí tomaba de lo más espeluznante de la crónica de sucesos española. Por ejemplo, el desencadenante de la historia es el de unos atracadores que están a la puerta de un bingo esperando a ver quién sale contento con un premio para arrebatárselo. Taxista Cuatroplazas se mezcla en ese incidente y acaba enfrentado a una familia de chabolistas que vive al lado del desagüe de una alcantarilla en un descampado. Entretanto, descubrimos que su madre y él viven con el cadáver momificado de su padre en una habitación. No hay gran diferencia en realidad.

Un escenario precioso que solo puede completarse con la aparición de la hermana del protagonista, prostituta en el casco viejo de la ciudad. Ella hace que la disputa entre los chabolistas y el taxista cobre otra dimensión. Los delincuentes se apoderan de la herencia paterna del protagonista, cuando él quería emplearla para salvar a su hermana y sacarla de las calles. 

Las aventuras que siguen solo pueden calificarse de disparatadas, muy al estilo de Mediavilla y su Makoki, donde lo más atractivo son las ocurrencias y los escenarios que se plantean. Vemos en estas viñetas la imagen que tenía de la sociedad de su tiempo Martí, un ex hippie en pleno fenómeno del Desencanto. Un mundo en el que los grandes empresarios y el lumpen están conectados por sus oscuros intereses en una trastienda por la que deambulan terroristas, prostitutas, agentes de la ley y una nota de color con científicos chiflados. Dentro de la fantasía de los taxistas justicieros, el mito de Travis Bickle, uno de los mejores hallazgos es el taxi Panzer-86 (que más adelante tendrá un desarrollo como Leopard) un "autocarro-blindado" para garantizar la seguridad de los viajeros VIP. 

Para mi gusto, lo mejor de estas páginas es la traslación del imaginario de Dick Tracy y los detectives estadounidenses clásicos. La influencia de Chester Gould es obvia y reconocida, pero el ejercicio de Martí de volver a un estilo propio de los años 30, con todo el glamur de la serie negra de esos tiempos, asimilando toda esa estética y espíritu a la España de los 80, es una genialidad. Algo único porque difícilmente se podrá repetir. No hace falta que haya un gag que remate cada página, el mero hecho de que en el marco o dentro del canon de un género estadounidense, que nos ha entrado por tantas películas y novelas, tengamos danzando a taxistas, prostitutas, policías nacionales y delincuentes de La Modelo, es ya un humor negro per se que puede que hoy sea difícil de entender para quien no identifique uno y otro mundo. A la hora de desarrollar esta idea, quizá quien más lejos haya llegado haya sido Nono Kadáver con su Toni Bolinga, pero esa es otra historia.

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Escribe todos sus reportajes con viñetas, Jess Ruliffson cree en el cómic como medio para hacer periodismo. Su gran obra, Invisible Wounds, es lo que pretende. Tratar de acercar la figura de los veteranos de guerra no para juzgarlos, sino para comprenderlos. Es una colección de testimonios en primera persona de ex marines que aborda temas tan dispares como la homofobia, el suicidio y el estrés postraumático con un enfoque aséptico, pero con una fuerte carga emocional inevitable

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