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la nave de los locos / OPINIÓN

¿Ha cambiado el AVE tu vida?

Foto: EFE

Parece toda una vida, pero sólo han pasado diez años desde la llegada del AVE a València. Fue el último acontecimiento que merece el calificativo de histórico. El tren, que llegó a Alicante y Castellón años después, nos ha acercado a Madrid y Andalucía. Pero su alto precio sigue siendo disuasorio para la mayoría

14/12/2020 - 

Es día laborable. A las nueve y media de la mañana hay pocos viajeros en la estación Joaquín Sorolla. Dos nacionales charlan animadamente con una pareja de vigilantes en los controles de acceso. La mayoría de las tiendas aún no han abierto. Algunos locales están vacíos. En la cafetería sólo veo dos mesas ocupadas por clientes. La actividad es mínima cuando un AVE procedente de Madrid entra en la estación. Se bajan una veintena de viajeros, casi todos jóvenes. Van muy abrigados. Hace frío en València en esta mañana gris y ventosa.

Al cabo de cinco minutos la estación vuelve a estar casi vacía y en silencio. No hay clientes en el mostrador de venta de billetes. Busco los urinarios. Cobran 0,60 euros por la entrada. Lo justifican por razones de seguridad e higiene. Te ofrecen un cupón para que las micciones salgan a mejor precio. Me aguanto las ganas y regreso al vestíbulo principal, donde fui testigo, hace justo diez años, de la llegada del primer tren de alta velocidad que cubrió el trayecto entre Madrid y València.

Pasajeros procedentes de Madrid llegan a la estación Joaquín Sorolla la semana pasada.

Fue un sábado por la mañana. Trabajaba entonces en El Mundo. Meses antes me habían encargado informar de la puesta en marcha del nuevo servicio ferroviario. Cada semana publiqué noticias del tren con la ayuda inestimable de Tino Ricote, responsable regional de Comunicación de Renfe, que tuvo la paciencia de aguantarme y la sabiduría de darme buenos consejos.

“Menos AVE y más regionales”

Aquel día, a primera hora de la mañana los alrededores de la estación estaban acordonados para que las autoridades llegasen sin problemas. Había decenas de manifestantes protestando por la llegada del tren. “Menos AVE y más regionales”, se leía en una pancarta. A su lado, padres reclamaban la custodia compartida. Más allá, vecinos de Zarra rechazaban el almacén nuclear para su municipio.

Entretanto, representantes del entonces llamado poder valenciano hacían su entrada en la estación y tomaban asiento en el vestíbulo situado frente a las vías. El Ministerio de Fomento se había cuidado de destacar el carácter histórico del hecho. Y en cierta medida lo era. Pero el AVE llegaba con muchos años de retraso, como antes la autovía a Madrid se había demorado por la desidia de los gobiernos centrales, más sensibles a las demandas de otras regiones.

"He viajado en el AVE una docena de veces. El tren es rápido y cómodo pero demasiado caro. Su precio excluye a más de la mitad de la población"

Aquel 18 de diciembre de 2010 hacía el mismo frío que ahora, que acabo de entrar en una tienda francesa de libros. Esta estación, que iba a ser provisional hasta que la del Norte estuviese acondicionada para el AVE, carece del más mínimo encanto arquitectónico, como casi todo lo moderno que se construye. Es funcional, sí, pero proyecta un aire de casa desangelada, en la que sólo hay que permanecer el tiempo justo para entrar o irse.

Bebiendo un café en la cafetería recuerdo ahora que mi compañero Carlos Aguiló y yo nos repartimos la faena de la inauguración oficial, a la que acudieron cientos de invitados. A mí me correspondió tomar nota de los discursos. Intervino José Blanco, ministro de Fomento y hoy consejero de Enagás, ejemplar de una desoladora mediocridad política. También lo hicieron Francisco Camps, José Luis Rodríguez Zapatero y el rey don Juan Carlos, que subió renqueante a la tribuna para celebrar el “hito” del AVE y leer, como pudo, una sarta de lugares comunes.

Personajes olvidados o víctimas del descrédito 

¡Qué lejos queda aquella escena! El país ha cambiado —a peor— y la mayoría de nosotros también. Muchos protagonistas de los diarios de aquella jornada están olvidados o sufren un descrédito merecido. Camps, por aquellos malditos cuatro trajes, abandonó la presidencia de la Generalitat y la de su partido; Zapatero se gana la vida como correveidile del tirano Maduro, y don Juan Carlos se refugia en un país árabe tras verse envuelto en presuntas corruptelas. Ahora quiere volver a España, para desesperación de su hijo. Zaplana, presente en el acto, acabó en Picassent. Rita Barberá murió sola en un hotel de Madrid. Se dice que abandonada por su partido.

Un tren AVE, estacionado en una vía de la estación la pasada semana.

¿Dónde están? ¿Adónde han ido?, se preguntaba Jorge Manrique por los grandes de su época. ¿Qué fue de los infantes de Aragón de la nuestra?, me pregunto yo. ¿Y de los empresarios que sostuvieron a los gobiernos del PP valenciano? Años después murió Arturo Virosque, al que agradezco que se acordara de mí cuando me despidieron del diario madrileño. Alberto Catalá, Rafael Ferrando, Rafael Montero, Rafael Aznar y otros empresarios y ejecutivos de los que nadie se acuerda. Sólo Federico Félix sobrevive porque está hecho de otra pasta, de la madera de los oportunistas.

Menos empleo y riqueza de lo prometido

Gran parte de lo prometido en aquel acto presidido por los Reyes de España se incumplió porque la crisis económica, que dio un respiro en 2010, se agravó después. El AVE, que iba a cambiar nuestras vidas, no fue para tanto. El empleo y la riqueza anunciados quedaron lejos de lo esperado.

Foto: Álex Zea/EP

Me he subido en el Pato una docena de veces desde aquella inauguración. Salgo a un trayecto por año. No niego que el viaje sea rápido y cómodo, pero demasiado caro. Su precio excluye a más de la mitad de la población. A veces, no muchas, llega con retraso. Haciendo memoria, lo mejor que me ha pasado al subirme a un AVE es haber visto a Jaime de Marichalar en la estación de Córdoba. Delgado y altísimo, es un dandi que recuerda a Brummell, y cojea tanto como su exsuegro. La cojera es un mal reciente de la monarquía española. Y a mí me preocupa. El país, amenazado por tantos peligros y enfrentado a los fantasmas de siempre, necesita caminar sobre un cuerpo robusto, y no a la pata coja. Espero que a Felipe VI no le tiemblen las piernas cuando llegue la hora decisiva de su reinado, en la que se jugará el futuro a todo o nada.

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