El Partido Popular afronta una inédita negociación para elaborar los presupuestos autonómicos con los que eran sus socios, Vox
VALÈNCIA. Habrán notado ustedes que, durante el inicio del mes de septiembre, se han propagado, en los medios de comunicación, los análisis sobre lo que nos deparará la vuelta al cole, tras las vacaciones veraniegas de este 2024. Pues eso es lo que se viene en esta entrega. Con el riesgo añadido de hacerse un 26 de agosto (siempre al límite de la fecha de entrega para desesperación de la responsable de la revista). Porque, aunque se hable con unos y otros, lo que aquí se plantee tiene una altísima posibilidad de haber caducado y enmohecido.
Después de esta excusatio non petita… bajemos a la arena. Hace un año andábamos con un Consell recién salido del horno, a medio construir en sus segundos escalones, con convivencia sin rasguños entre el Partido Popular y Vox, y una oposición noqueada tras la hostia de las elecciones autonómicas y municipales. Un estado, por cierto, en el que parece seguir estando.
Ahora, ya saben, andamos con un ejecutivo autonómico monocolor, que deja, en teoría, al PP con el temor a que la derecha que ha madrugado, pero solo un poco, le haga la puñeta con la elaboración y aprobación de los presupuestos autonómicos.
Los voxistas fueron muy dóciles durante su etapa gubernamental. Aceptaban, sin rechistar, lo que se les otorgaba vía presupuestaria. Pedían lo máximo y les bajaban, en un plis plas, del burro, dejándoles con lo justo para ir tirando. Esto lo ha manifestado, en privado, algún que otro cargo. Eso y que no temen que vayan a trolearles o reventarles los presupuestos del siguiente ejercicio. A pesar de las amenazas que han ido lanzando desde que tuvieron la ocurrencia de salirse de los gobiernos autonómicos. Advertencias que han ido desde avisar de que los iban a tumbar, hasta clamar que, conseguir su apoyo saldría caro a los populares.
Así que será interesante ver cómo Carlos Mazón y, sobre todo, Juanfran Pérez Llorca, el dos del PP valenciano, sortean ese muro. Lo que parece evidente es que las conversaciones, discrepancias y discusiones no serán retransmitidas por sus protagonistas, como así lo hacían PSPV y Compromís durante gran parte de su convivencia en el Botànic, que nos lo hacían pasar en grande a los periodistas con sus batallas y recelos continuos. Y decimos que no nos enteraremos, más que lo justo, porque al president de la Generalitat ya sabemos cómo le gusta resolver las cosas a este lado de la frontera.
En cualquier caso, curiosa estampa la que protagonizan y protagonizarán las derechas. Antes, pareja. De esas que lo daban todo. Apasionadas, intensas, mostrando cariño en público y en privado. Hasta que apareció el progenitor trasnochado y chapado a la antigua de una de las partes quebrándolo todo. Ahora, los ex se encuentran, porque esto no es Madrid. Aquí, sí nos podemos cruzar a la vuelta de la esquina con quien compartimos sábanas blancas que luego aparecieron mojadas en la canción.
¿Qué pasará cuando estén mirándose a los ojitos? Al publicarse este número ya se habrán mandado mensajes, emoticonos e, incluso, quedado en el café ese al que iban las primeras veces, lejos de los focos, donde usaron esa servilleta que plasmaba su contrato de amor. Ahora, tratará el galán de la derecha cobarde de convencer a la ruda y populista derechona de que no pueden negar la aprobación de las cuentas, pues estarían alineándose y votando lo mismo que los rojos, comunistas, quemaiglesias, antiespañoles y bolivarianos, tal y como llaman los de Abascal a todo aquel que huela a progre y demás. Y eso es difícil de vender a sus votantes, incluso a los de Vox. A los que, en parte, de seguir así, les queda poco para volver a años atrás: quedarse en casa y no ir a votar.
Veremos si el PP consigue engatusar con un par de cosas en los presupuestos a la derecha extrema. Unos miles de euracos para toros y cultura blanca, y algo sobre inmigrantes que deje contentos a los radicales. Total, que un papel es muy sufrido. Y lo aguanta todo. Bien lo saben los que firman con Pedro Sánchez. Porque acordar es plausible, cumplir ya es otro cantar.
Y... ¿la oposición? Bien, gracias. En Compromís, este curso, van a decidir qué quieren ser. No tiene pinta de que vayan a cambiar mucho. Puede que algunas no quieran. Deben pensar que les va de PM. Y, ¿el PSPV? Ahí anda. Intentando que su secretaria general gane visibilidad en territorio valenciano. Gane peso político, mejor dicho. Lo intentan por tierra, mar y aire, pero no acaban de atinar. Y encima, Diana Morant, como ministra, tiene que vender lo que hace su jefe con los partidos soberanistas, como si fuera la panacea para el resto de mortales que viven en la parte española de la península ibérica. Lo que le hace estar en una situación bastante incómoda. Como la silla del apartamento veraniego en la que estoy aposentado para describir el escenario en el que nos vamos a mover. O no.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 119 (septiembre 2024) de la revista Plaza
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